Fábulas de la desesperación
Se estrena Las mil y una noches, el tríptico monumental en el que el cineasta luso Miguel Gomes narra la crisis portuguesa en la voz de Sherezade
Cuando presentó en la Quincena de Cannes de 2015 este tríptico monumental de algo más de seis horas —tres largometrajes: 1. El inquieto, 2. El desolado y 3. El embelesado— parecía de todo punto improbable que llegara al espectador común intacto, sin mutilaciones ni grandes cambios. ¿Qué sala comercial se atrevería a programar sus 381 minutos? Era como un proyectil arrojado a las tripas del tiempo. Afortunadamente, la compañía Golem ha tenido a bien distribuir y exhibir el filme (los filmes) en sus salas, ponen el alcance del público una de las creaciones fílmicas más excéntricas, indomables, excesivas, poéticas, insurgentes, mágicas, crudas, surrealistas, dramáticas, satíricas y, en definitiva, libres que ha dado el cine contemporáneo.
El inquieto
¿Y quién es Miguel Gomes? En un universo alternativo, este lisboeta nacido hace 44 años sería una estrella. En cierto modo, como su compatriota Pedro Costa, ya lo es. Al menos en ese circuito alternativo de festivales de autor, cinefilias del nuevo milenio y películas mal llamadas “invisibles”. Un universo donde sin duda Gomes, que ejerció de crítico de cine antes de colocarse detrás de una cámara, se cuenta entre los más venerados. Frente a la homogenización del cine industrial en los orígenes del siglo XXI, frente a las historias mil y una vez contadas del mismo modo, frente al imperio de un cine que surge exclusivamente de la escritura, emergen cineastas como Gomes, que perpetúa la tradición de los maestros lusos Manoel de Oliveira y João César Monteiro. Pertenece por tanto a la estirpe de cineastas que, él mismo lo ha dicho, reaccionan frente a un “cine-acuario”, un cine momificado, que no deja que la vida penetre en sus entrañas.
El cineasta entiende que solo desde la determinación y la libertad es posible practicar su oficio
A su manera libre y vanguardista, esencialmente inquieta, sus tres primeros largometrajes podrían entenderse como relecturas muy personales y poéticas de tres grandes clásicos: Blancanieves y los siete enanitos (Walt Disney, 1937), El mago de Oz (Victor Fleming, 1939) y Tabú (F. W. Murnau y Robert Flaherty, 1942). Con Las mil y una noches no hace sino fortalecer los vínculos de su ingenio creativo con las narraciones y las fábulas que alimentaron su imaginario de infancia. Su primer filme, A Cara que Mereces (2004), tomaba el título de un refrán popular —“Hasta los 30 años tienes la cara que dios te ha dado. A partir de entonces, tienes la cara que mereces”— precisamente para resetear la vida y el cine, sacudir las reglas preconcebidas y “empezar de cero”, en palabras del crítico canadiense Mark Peranson (Cinemascope). La frescura experimental del filme fue doblemente premiada en el festival IndieLisboa, cuna de prestigio de la cantera del cine independiente portugués.
Las rupturas y subversiones entre fronteras tradicionales —lo que es documental, lo que es ficción— que ponía en forma el cineasta luso en aquel primer trabajo alcanzaron una prodigiosa y fluida complejidad con Aquele Querido Mês de Agosto (2008). Dividida en dos partes espejadas entre sí, una suerte de comedia musical se convierte en una reflexión sobre el propio proceso de hacer películas. El cineasta mostraba tanto interés en volcar en la pantalla una historia (la vida nómada de una troupe de la canción melódica) como el relato documental detrás de esa historia. Esa retroalimentación está de nuevo en la base de Las mil y una noches. En el Festival Internacional de Berlín, hace cuatro años, el portugués presentó a concurso la obra maestra Tabú (2012), un planeta cinematográfico en sí mismo. Narraba la crónica nostálgica de un amour fou en el África colonial yuxtaponiendo varios discursos formales, que van del cine mudo a la canción pop, planeando sobre el folletín melodramático el drama de interiores, el género de aventuras o el slapstick más delirante. En tan breve filmografía, con apenas 39 años, Gomes ya había cincelado uno de los cuerpos creativos más ambiciosos y estimulantes del joven cine europeo. ¿Cómo llegar más lejos?
El desolado
En los primeros compases de Las mil y una noches, Gomes se retrata a sí mismo extraviado, carcomido por la duda, bloqueado. El director se levanta de la silla y huye del set de rodaje (improvisado entre unos astilleros centenarios en pleno desmantelamiento), mientras el cámara le persigue conminándole a que vuelva. En voice over, el cineasta se justifica. Explica que su deseo en ese primer día de rodaje es hacer una película que no renuncie al escapismo, a la fabulación, pero al mismo tiempo le parece imposible (como ciudadano y como artista) hacer en estos tiempos una película en Portugal que no hable de otra cosa que no sea del absurdo y la desesperación, de la imposibilidad de sobrevivir. Es un cineasta envuelto en la duda, un creador desolado que quiere ofrecerse como cronista de la desolación general que le rodea y también como fabulador que nos invite a escapar de ella. Porque para él, el cine es El mago de Oz.
El luso encontró la solución a su esquizofrenia creativa en las leyendas de Sherezade, que, según cuenta, descubrió con 12 años y le abrió la mente a un mundo de imaginación tan fértil como sensual. Las historias tristes que la bella narradora contaba al rey podrían servirle como canal de las tristes historias portuguesas de desesperación social que él quería contar con su película. Había contratado a periodistas repartidos por todo el país en busca de esas historias, y su intención era alejarse por completo de los códigos periodísticos para contarlas. El cronista se transmutaría en fabulador, la voz de la realidad en los ecos del mito. Alcanzados los seis meses de un rodaje que se alargó durante año y medio, en diferentes puntos de Portugal, el director no había encontrado aún la estructura de la película, que se iba montando a medida que la rodaba hasta tomar la forma definitiva de tríptico de seis horas.
Por muchas extenuaciones y salidas de tono que genere una propuesta tan radical (en todos los sentidos), Las mil y una noches se acerca mucho a la clase de película que le haría falta a un cine español aún en busca de la película definitiva sobre la crisis, con permiso de Juan Cavestany. En esencia, la puesta en abismo de Gomes convierte las historias de desesperación colectiva de un pueblo cada vez más empobrecido en parte de un nuevo imaginario, buscando su pervivencia en el tiempo al tomar prestada la estructura de las fábulas seminales de la civilización humana. Al mismo tiempo, la película coloca frente a un cineasta completamente desbocado, complacido en su libertad, con la conciencia de estar luchando contra la amnesia de los tiempos al dar testimonio de la angustia de unas circunstancias que han fracturado definitivamente el Estado de bienestar europeo, hipotecando el futuro de varias generaciones. Encadenando relatos absurdos y desolados en cascada acaso como impugnación a una realidad que incluso ha arrebatado a los más jóvenes la posibilidad de construir su propia historia, Gomes convierte la monumentalidad en su razón de ser y su honestidad creativa, en un gesto de militancia humanista. Desolada, pero íntegra.
El embelesado
La sensación que nunca desaparece durante la experiencia que propone Las mil y una noches es la del encantamiento, como si todo lo que contara procediera de un lugar muy lejano y ancestral pero al mismo tiempo muy prosaico y cercano. El tríptico arranca desde la sátira príapa, el retrato grotesco, a brochazos cómicos, de la zafiedad política. Gomes parodia a la troika poniendo en escena un encuentro de políticos vulgares, mercaderes arrogantes y sindicalistas sumisos que discuten sobre políticas de austeridad para terminar hablando de erecciones incurables con un hechicero africano. La guerra contra las convenciones queda declarada. Toda la película irá tomando la forma de una reflexión sobre las estéticas del drama o, más bien, sobre la narración de una ética que se proclama a través de su estética. Amenizada por múltiples versiones de Perfidia, Gomes se propone reformular la mitología arábiga filmando desde las barricadas del arte, como lo hicieron Pier Paolo Pasolini o Glauber Rocha, sin temor a los saltos al vacío. Sin temor, sobre todo, a incomodar a quien haga falta.
Es una crónica de lo que ocurre cuando la realidad se transforma en ficción y después en mito
Embelesado, por tanto, en las aguas de su épica arrojadiza, Gomes cambiará de registro para, sin solución de continuidad, dejar al espectador ante los testimonios a cámara de varios desempleados narrando sus crónicas de supervivencia. Recorre la película la imagen de un gallo, como Portugal, encerrado en una jaula, y los deslizamientos hacia el surrealismo cuando ese gallo no deja dormir a los vecinos de un pequeño pueblo y es juzgado por ello en las cortes civiles. ¿Un caso real? Sí, porque en la vida, no solo en el cine, todo es posible. La sucesión de fábulas saltará, ya en la segunda parte, a la representación de un juicio en el anfiteatro romano de Vila do Conde. Los que declararán irán recorriendo la cadena de crímenes y perversiones capitalistas, desde el robo de unos muebles y una vaca por un pobre desesperado a la colonización financiera de la mafia china, pasando por préstamos fraudulentos y negocios inmobiliarios. Llegando a la conclusión de Sherezade, regresará el eco de ese relato cuando, frente a las imágenes documentales de una batalla campal entre manifestantes y policías en el Congreso, Gomes ocupe la banda de sonido con el relato de una emigrante china que vino a Portugal por amor. El brutal contraste amplifica todos los significados.
Por lo tanto, el fértil y necesariamente imperfecto tríptico de Gomes hace ostentación de la pluralidad de registros, tonos y códigos expresivos, desde los más chuscos y prosaicos a los más líricos y fantasmagóricos, de la sátira a la exuberancia musical, pues el valor central de su cometido está anclado en el espíritu de la digresión y el desparpajo, en exprimir la libertad. Las metáforas de la desesperación se animalizan. Como el cuento de ese perro que va de casa en casa en un edificio de exclusión social a medida que sus amos ya no pueden alimentarlo, o el extenuante torneo de canto de pájaros que ocupa casi toda la tercera parte de Las mil y una noches, filmado en modo observacional, y en cuyo enloquecido piar resuenan tanto la protesta ciudadana como los cansinos, infatigables discursos políticos. Esto no es periodismo, ya lo hemos dicho, sino la crónica embelesada de lo que ocurre cuando la realidad se transforma en ficción y después en mito.
Coda
Transcurridos los años, cuando la amnesia histórica empiece a hacer mella, se podrá volver a este colosal testimonio de un portugués inquieto y desolado que encontró el modo (los modos) de embelesar con relatos de desesperación. El absurdo de Las mil y una noches hablará con el idioma de los tiempos oscuros y deplorables, y por eso mismo absurdos. Su honestidad sin límites podrá redimirnos como seres que arruinaron su destino, y su poesía nos recordará que en las más acuciantes dificultades el gran arte es una llama que no se extingue.
Miguel Gomes
‘El inquieto’ y ‘El desolado', ya en cartelera; ‘El embelesado’, estreno el 17 de junio