El colmo de la crisis brasileña
La respuesta a la emergencia sanitaria causada por el zika, que afectaría a 1,5 millones de brasileños, es una oportunidad para reforzar la popularidad de Rousseff a seis meses de los Juegos
Quien habla es Elaine Nóbrega, secretaria de una clínica de Río de Janeiro y una de los cientos de miles de personas que ya han sufrido el virus zika en Brasil. La Organización Mundial de la Salud (OMS) calcula 1,5 millones de casos en todo el país —y otros tantos en el resto del continente americano— por el brote de esta enfermedad que transmite el mosquito Aedes aegypti, también responsable de la propagación del dengue y la chikungunya.
Y sin embargo, por muy desagradable que suene el relato de Elaine, lo cierto es que la gran mayoría de los contaminados por el zika ni siquiera llegan a desarrollar los síntomas o bien se recuperan sin mayores complicaciones tras unos días de fiebre. En otras palabras: el zika no es el ébola. Entonces, ¿por qué tanto pánico? ¿Qué ha llevado a la OMS a declarar la emergencia sanitaria global?
Más allá de los dolores y molestias que provoca el virus, lo realmente preocupante es la sospecha cada vez más expandida de que, cuando el zika afecta a mujeres embarazadas, puede provocar que sus bebés nazcan con la cabeza demasiado pequeña y el cerebro insuficientemente desarrollado.
El mensaje de fondo es el siguiente: “O Brasil acaba con el mosquito, o el mosquito acaba con Brasil”
Antes del brote de zika, en Brasil solía haber cada año un promedio de 150 recién nacidos con microcefalia (así se llama la temida malformación congénita). Pero desde finales de octubre, las autoridades ya han confirmado casi 500 bebés con esa y otras alteraciones del sistema nervioso central, e investigan alrededor de 4.000 casos notificados en los hospitales en estos últimos meses. El Ministerio de Sanidad aclara que la microcefalia “puede tener como causa diversos agentes infecciosos además del zika, como la sífilis, la toxoplasmosis, la rubeola, el citomegalovirus y el herpes viral”.
La gota que colma el vaso
A menos de seis meses para los Juegos Olímpicos, el zika parece la gota que faltaba para colmar el vaso de un país que atraviesa su peor momento en décadas. Se mire por donde se mire: una presidenta de la República y un presidente de la Cámara de los Diputados amenazados por sendos procesos de destitución, un Parlamento que apenas consigue legislar a trompicones en año electoral —en octubre habrá municipales—, una Policía que no deja de llamar a la puerta de políticos, empresarios y lobistas para interrogarlos o llevárselos esposados por gigantescos escándalos de corrupción, un desempleo que podría dispararse del 8% al 13% en cuestión de meses, una inflación que se resiste a bajar del 10% y una economía que continúa desplomándose por segundo año consecutivo, algo que no ocurría desde 1930-31 tras el crash de la Bolsa de Nueva York.
Y pese a todo, miembros del Gobierno de Dilma Rousseff valoran en privado que el virus podría ser la “oportunidad” que necesitaba la mandataria para desviar la atención de la crisis política y económica, recuperar la iniciativa y dar un empujón a su desgastadísima popularidad. Según el sondeo más reciente del instituto Datafolha, hoy su gestión solo cuenta con la aprobación del 12% de los brasileños, frente al holgado 42% que disfrutaba tras su reelección hace un año y medio y el abrumador 83% con el que su predecesor, Lula da Silva, se despidió del Palacio de Planalto.
“Zika cero: un mosquito no es más fuerte que un país entero.” Con ese eslogan los ministros de Dilma y más de 200.000 militares se echaron el pasado 13 de febrero a las calles de 350 ciudades a lo largo y ancho del país, desde Manaos hasta Porto Alegre, para concienciar a los brasileños sobre la importancia de limpiar a fondo sus casas. “No dejes agua estancada. Si el mosquito no nace, la enfermedad no brota”, repiten una y otra vez los anuncios que se emiten en televisión desde hace semanas.
La propia Dilma acudió ese día a una comunidad humilde en Santa Cruz, una de las zonas con mayor número de infecciones en el estado de Río. “Ya ganamos la batalla contra la fiebre amarilla en el pasado y vamos a ganar contra el virus zika”, proclamó en compañía del gobernador y el alcalde. Solo que a algunos vecinos, poco acostumbrados a la visita de militares, políticos y asesores trajeados, la visita les pareció más bien una operación de camuflaje. “Nunca había visto una limpieza así”, se quejaba ante los periodistas locales la directora de un colegio, Vani Pereira, en referencia a los camiones y barrenderos que apenas unas horas antes habían pasado por allí para retirar la basura, podar los árboles y adecentar el barrio. “Se han llevado hasta un sofá viejo que llevaba ahí tirado un montón de tiempo”, decía.
Maquillajes aparte, la heredera de Lula pretende coger las riendas de la emergencia sanitaria y apelar a la unidad en una especie de lucha patriótica contra el virus zika. Igor Gielow, director de la sucursal en Brasilia del periódico Folha de S. Paulo, explica que la campaña “capitaneada por una Dilma matamosquitos” busca “galvanizar el apoyo a la impopular presidenta justo en medio de la crisis económica, del tiroteo [político] en el Congreso y de las operaciones policiales [anticorrupción]”. El mensaje de fondo viene a ser el siguiente: “O Brasil acaba con el mosquito, o el mosquito acaba con Brasil”.
Ante las amenazas nacionales, los ciudadanos suelen aparcar sus divergencias para unirse en torno a sus gobernantes. Es el efecto conocido como rally ‘round the flag, que pudo verse, por ejemplo, en el notorio incremento de popularidad de George W. Bush inmediatamente después de los atentados del 11-S. “Con poco que hagan los líderes, suele producirse un cierre de filas”, comenta el consultor político Luis Arroyo, presidente de Asesores de Comunicación Pública y autor de El poder político en escena (RBA, 2012). “Pero tiene que hacerse bien y al principio de la crisis. En el caso de Dilma, no sé si su reacción está siendo suficiente o si llega demasiado tarde”, advierte.
Los Juegos, en invierno
¿Y Río 2016? Tanto el Gobierno federal como las autoridades locales intentan transmitir tranquilidad y recuerdan que el megaevento deportivo se celebrará en agosto, durante el invierno del hemisferio sur, cuando generalmente hay menor incidencia de dengue y otras enfermedades transmitidas por el Aedes aegypti. “De aquí a los Juegos conseguiremos tener un éxito bastante considerable en el exterminio de los mosquitos. Es una obligación del alcalde, del gobernador y mía”, prometió Dilma en su visita a Santa Cruz. “Más que una obligación, es un deber.”
Eduardo Paes, alcalde de Río de Janeiro y posible candidato a la Presidencia en 2018, insiste en que el zika no debe ser tratado como un “tema olímpico”. Pero la preocupación existe y a ello se suma el colapso de los hospitales de Río, desbordados por la crisis financiera que sacude al tercer mayor estado de Brasil, con una población similar a los Países Bajos (16 millones de habitantes).
“Los extranjeros que vengan a los Juegos deben saber que, si caen enfermos, lo tendrán difícil para ser atendidos y se encontrarán con una situación gravísima. Tememos que haya muertes debido a ese problema”, alertó recientemente el presidente del Sindicato de Médicos de Río, Jorge Darze. “En cierto modo está justificado el miedo porque Brasil, desgraciadamente, no está preparado. Los hospitales aquí son muy malos”, se lamenta Elaine, la secretaria infectada por el zika.
El problema se agrava en Río por el colapso de los hospitales, que están desbordados por la crisis financiera
“Si no eres una embarazada, el riesgo [por el virus] es cero”, intentó tranquilizar Jaques Wagner, el ministro de mayor rango del Gobierno, después de que la OMS declarara la emergencia. “No hemos tenido ni una sola petición de devolución de entradas para los Juegos o cancelación de viajes debido al zika”, aseguró el director de comunicación de Río 2016, Mario Andrada, en un encuentro con periodistas brasileños y corresponsales extranjeros en la sede del comité organizador a comienzos de febrero.
A diferencia de epidemias como la neumonía asiática o el coronavirus de Oriente Medio, cuando las reservas cayeron más de un 50%, por ahora el impacto del zika en las contrataciones de paquetes turísticos en Brasil está siendo “irrelevante”, según confirma un portavoz de la compañía hotelera española Iberostar.
Los organizadores esperan cerca de medio millón de visitantes entre el 5 y el 21 de agosto. Y por ahora, nadie se plantea en serio la posibilidad de cancelar el evento, aplazarlo hasta que el mosquito esté controlado o incluso trasladarlo a otro país. Existen precedentes de Juegos Olímpicos que se quedaron sin celebrar, pero nunca por una emergencia sanitaria. Las tres veces anteriores, tanto en Berlín 1916 como en Helsinki 1940 y Londres 1944, la suspensión se debió a las guerras mundiales.
El ministro inconveniente
El escándalo de Petrobras, la recesión, el impeachment... y ahora, el mosquito. Justo cuando más necesita un equipo sólido para superar las múltiples crisis que se le acumulan en su segundo mandato, Dilma Rousseff afronta el problema añadido de tener como ministro de Sanidad a un político inoportuno y sin tacto. Alguien capaz de desear, con micrófonos delante, que las mujeres se contaminen con el virus siempre que sea en el momento adecuado: “No vamos a dar la vacuna a 200 millones de personas. Ojalá que las mujeres antes de entrar en el periodo fértil cojan el zika, así quedan inmunizadas por el propio mosquito y no necesitan vacuna”. “Esta batalla no podemos perderla. Si no, tendremos una generación de brasileños con retraso mental”, dijo en otra ocasión. Médico de 65 años y en política desde hace casi 40, Marcelo Castro llegó al cargo en octubre como consecuencia de un intercambio de favores con los diputados del Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal aliado del Partido de los Trabajadores (PT) de Dilma y Lula. Pero es probable que la presidenta esté arrepentida. De momento, ya le ha tocado rectificar a su ministro en más de una ocasión, aunque sin demasiada habilidad. Como cuando él dijo que el país está “perdiendo la batalla contra el mosquito” y ella replicó: “La batalla no está perdida, no. Eso no es lo que [Castro] piensa. Lo que dice es: si no nos unimos todos, y si la población no participa, perderemos esa guerra”.