Desde que Cameron planteó el referéndum sobre la permanencia de Reino Unido en la UE se supo que, cualquiera que fuera el pronunciamiento de los votantes británicos, pasaría factura. El viernes 23 adoptaron la decisión de salir. El respeto democrático exige llevarla a la práctica en el menor tiempo y con el mayor control de daños respecto a las relaciones con socios que al dejar de serlo continúan compartiendo espacio geopolítico, modelo de sociedad e intereses.
Inadmisible la extravagante respuesta del inválido de Cameron, que pretende desentenderse de las consecuencias y posponer el proceso de separación a la salida pendiente de la crisis de liderazgo planteada en su partido y a su relevo en diferido simulado como primer ministro, a la manera de Cospedal con Bárcenas. La UE en manera alguna puede convertirse en rehén de las peleas internas entre los compañeros de Eton. Tampoco admitir la trampa de que el efecto político del referéndum sea interpretable sin que a nada obligue. Un mínimo de lealtad requiere que Reino Unido active de modo inmediato el artículo 50 del Tratado de la Unión y negocie su salida y los términos de su nueva relación con la UE. Una negociación transparente, liderada por la Comisión sin interferencias bilaterales impulsadas por los gobiernos nacionales, cuyo resultado excluye que quien se va mantenga idénticas ventajas de quien se queda sin asumir inconveniente alguno.
Esta vez hay que evitar el “demasiado tarde, demasiado poco”. Si se cayera en ello entraríamos en una etapa de ambiente tóxico todavía más peligrosa que la salida misma de Reino Unido. La confusión actual tiene consecuencias potenciales muy dañinas: impulso adicional al proceso de desintegración de Reino Unido; incentivos para que otros gobiernos convocaran referéndums “sin consecuencias”, fórmula agravante de los riesgos de la consulta; crisis de legitimación democrática de la UE, al aparecer como incapaz de solventar el conflicto; además de los arrastres de inestabilidad económica con efectos derivados en ámbitos financieros, comerciales y laborales. El Brexit ni es incoloro, ni inodoro, ni insípido.
La UE necesita previsibilidad como punto de partida de una nueva etapa. Aclarado que los socios pueden salir, urge dejar claro que se puede y se debe avanzar. Los 27 tienen que formular un proyecto con ambición integradora. Es momento de mirar al futuro, a los retos imposibles de superar mediante soluciones a escala nacional. De enfocar la mirada clara y lejos, más allá de la próxima campaña electoral, siempre inminente y tantas veces cegadora.