30/10/2024
Análisis

Las consecuencias económicas de Mr. Cameron

Parafraseando a Churchill, nunca tan pocos causaron tantos perjuicios a tantos con tan escasos motivos

Álvaro Anchuelo - 01/07/2016 - Número 40
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Las consecuencias económicas de Mr. Cameron
Michael y Rosalind Smith en Orihuela, la ciudad española con más residentes británicos. Jose Jordan / AFP / GETTY

Los análisis económicos tienden a sobrevalorar la racionalidad. La reciente victoria del Brexit en el referéndum británico proporciona un nuevo ejemplo de esta preocupante realidad. La segunda economía de la Unión Europea, en medio de una fase de prosperidad, superados los peores efectos de la crisis, con una tasa de paro del 5%, ha decidido dispararse un tiro en el propio pie. Las consecuencias de ese realineamiento geoestratégico son enormes: ocuparán titulares, seminarios, libros y tesis doctorales durante años. Este artículo solo pretende hacer una breve valoración de urgencia de las principales consecuencias económicas para Reino Unido, el resto de la Unión Europea y España.

Un disparo en el pie

El propio Reino Unido será, sin duda, el más perjudicado. Los promotores del Brexit han prometido todo tipo de ventajas: controlar los flujos migratorios, ahorrarse las (según ellos) enormes cantidades que aportan al presupuesto comunitario y recuperar soberanía legislativa. Todo ello sin dejar de acceder al mercado único europeo. En realidad, su relato está plagado de falsedades y contradicciones internas.

La inmigración lo que refleja es una historia de éxito. La prosperidad, sin apenas paro, que Reino Unido ha logrado (como miembro de la Unión) actúa como reclamo y atrae inmigrantes, principalmente del este y sur de Europa. Esta inmigración europea incluye personas cualificadas, a menudo jóvenes, cuyos servicios la economía británica necesita. Estos efectos positivos se olvidan, centrando toda la atención en algunos impactos negativos sobre los salarios de los trabajadores menos cualificados o en supuestos perjuicios para el Estado del bienestar.

Por otro lado, el grado de control que logre Reino Unido para regular los movimientos migratorios dependerá del tipo de nueva relación que establezca con la Unión Europea. Acuerdos como el de Noruega o Suiza, que se están tomando como posibles modelos, requerirían respetar el principio de libre circulación de las personas.

En cuanto al supuesto expolio presupuestario, el presupuesto común de la Unión Europea es, en realidad, muy pequeño. Cada país aporta aproximadamente un 1% de su renta. El gasto se concentra en apoyar a la agricultura (mediante la PAC) y en las políticas regionales. A lo que Reino Unido aporta (cifra en la que se suele centrar el debate) hay que restar lo que recibe en forma de fondos agrarios y regionales, sobre todo en Escocia, Gales e Irlanda del Norte. Por otro lado, el llamado “cheque británico” garantiza que a este país se le devuelvan 2/3 del saldo neto negativo resultante. Hechos estos ajustes, la cifra que queda equivale aproximadamente al 0,3% del PIB. ¡No parece tanto! Para colmo, según la fórmula de colaboración que negocie Reino Unido en el futuro, podría tener que seguir contribuyendo al presupuesto común (Noruega lo hace; Suiza, no).

No se puede y es imposible

Respecto a la recuperación de la soberanía legislativa y el acceso al mercado único, la contradicción reside en que no es posible tener ambas cosas al mismo tiempo. Cuanto mayor sea el acceso al mercado interior europeo, mayores serán las condiciones para que se cumplan las normas comunitarias, de forma que se compita en igualdad de condiciones y se respeten los estándares europeos. Existen varios modelos posibles:

-Noruega: tiene acceso al mercado único y puede establecer acuerdos de libre comercio con países terceros. A cambio, debe respetar la normativa europea (en cuya formulación no participa), así como la libertad de movimientos no solo de bienes y servicios sino también de personas (que es una parte integral del propio mercado único). Además, debe contribuir al presupuesto de la Unión.

-Suiza: tiene acceso al mercado único solo en aquellos bienes y servicios en los que está dispuesta a respetar la normativa comunitaria. Los servicios financieros no están, hasta ahora, incluidos.

La forma de ganar soberanía legislativa sería desvincularse completamente de la Unión, como un país tercero más, rigiéndose por las reglas de juego de la Organización Mundial del Comercio. En ese caso, las ventas británicas a la Unión Europea estarían sujetas al pago de los correspondientes aranceles. 

No obstante, lo peor del relato de los partidarios del Brexit no ha sido la falsedad e incoherencia de lo que contaban, sino lo que dejaban de contar o negaban.

El coste de las omisiones

Tras la votación, la propia realidad se está encargando de narrar elocuentemente esa parte omitida de la historia. El triunfo del Brexit ha generado una enorme incertidumbre. Esto no solo se debe al desconocimiento de cuáles serán los acuerdos futuros con la Unión Europea. El nefasto primer ministro ha anunciado su dimisión para dentro de unos meses; el líder de la oposición está cuestionado; las tensiones independentistas en Escocia e Irlanda del Norte se han reavivado, poniendo en serio riesgo la integridad territorial de Reino Unido. Los efectos de un grado de incertidumbre tan alto sobre la inversión (tanto doméstica como extranjera) y el consumo no serán despreciables.

Como suele suceder en estos casos, los efectos más rápidos y espectaculares han tenido que ver con el reflejo del nuevo escenario en los mercados financieros: la libra se ha hundido a mínimos de 30 años, la bolsa se ha desplomado, las agencias de calificación anuncian revisiones a la baja del rating

No debe olvidarse que casi la mitad de la inversión extranjera directa localizada en Reino Unido proviene del resto de la Unión Europea. Además, buena parte de la inversión extranjera no europea se localiza allí para usar el país como puerta de entrada al mercado único. La depreciación de la libra reducirá las ganancias en euros, dólares o monedas de otros países de estas empresas. Algunas pueden deslocalizarse, otras no situarse allí en el futuro.

Dentro de este cuadro general, destaca el caso del sector financiero, por la importancia de la City londinense. Un 46% del sector bancario británico está compuesto de bancos extranjeros. Paradójicamente, Londres es el mayor centro financiero mundial para las operaciones en euros del mercado de divisas. La City puede perder atractivo como centro financiero. Los bancos de fuera de la Unión Europea podrían dejar de disfrutar del pasaporte comunitario, que les permite operar desde allí sin trabas en el resto de Europa.

Por supuesto, cuanto más duren las negociaciones y peores sean las condiciones logradas, mayores serán los efectos negativos. El problema para Reino Unido es que el resto de la Unión Europea puede tener incentivos a la dureza en la negociación, como forma de evitar que el caso británico se convierta en un precedente que otros países miembros se planteen imitar en el futuro. De hecho, este riesgo de contagio (y las dudas que siembra sobre el futuro del proyecto de integración europea) es el peor efecto negativo del Brexit para el continente. Si ya existían algunas incertidumbres sobre el futuro del euro, a partir de ahora la crisis de confianza puede extenderse a la propia Unión.

Otro efecto importante será el cambio en el equilibrio de poderes internos de la UE. Los cambios institucionales que tendrán lugar tras la salida británica (en el Parlamento Europeo, la Comisión, el Consejo…) reforzarán la ya agobiante hegemonía de Alemania. El resto de efectos (sobre el comercio, la inversión…) existen, pero son menos importantes que en el caso británico, dado el tamaño relativo de las dos economías. Al fin y al cabo, para los países miembros continentales las exportaciones a Reino Unido solo suponen el 10% del total. 

Quince millones de turistas

España será uno de los países miembros más afectados, como ya se ha podido percibir en las primeras reacciones de los mercados financieros, dada la intensidad de las relaciones económicas con Reino Unido. Alrededor del 7% de nuestras exportaciones totales de bienes y servicios tienen como destino Reino Unido, siendo así el quinto mercado más importante.

Reino Unido es el principal origen de nuestro turismo; de allí proviene alrededor de la cuarta parte de los turistas que recibimos. El año pasado nos visitaron 15,5 millones de turistas británicos, que gastaron unos 14.000 millones de euros (un 20,9% del total de los ingresos turísticos obtenidos por España). Los británicos no solo nos visitan, también viven permanentemente entre nosotros, siendo la tercera comunidad más numerosa. Unos 300.000 tienen residencia permanente en España y otro medio millón reside parte del año. En sentido contrario, Reino Unido es el primer destino para la emigración española (se dirige hacia allí el 14% del total). Un destino, además, en rápido aumento.  

También es un importante destino para la inversión española directa en el exterior; en 2013, Reino Unido recibió el 14% del total. Dentro del sector financiero, destaca la fuerte presencia del Banco Santander y del Sabadell. Como origen de inversión extranjera directa para España, la inversión británica equivale al 10% del total. Por último, la anacrónica permanencia de la colonia de Gibraltar en territorio español es motivo de múltiples contenciosos, que se verán reanimados como consecuencia del Brexit.

Parafraseando a Churchill, raramente en la historia tan pocos causaron tantos perjuicios a tantos (incluidos, en primer lugar, ellos mismos) con tan escasos motivos.