Del infotainment al politainment
La sangrante reconversión de los medios de comunicación la hicieron los usuarios interactivos de la red, ahora le ha tocado el turno al estancado sistema político español
Blumler y Kavanagh advirtieron la diversificación en múltiples formatos de la recepción de los mensajes para la conformación de la opinión pública. Predijeron el discurso político populista, diluido, inadvertido, redundante y flexible.
Iglesias ha sido quien mejor se ha acoplado al nuevo marketing y la comunicación populista
Hoy, los políticos que quieren ser visibles aprenden el pensamiento metafórico de George Lakoff y dominan la máquina de fabricar historias a través del Storytelling de Salmon. Y del mismo modo que aplicamos las predicciones de Benjamin al cambio del periodismo, del papel al digital que se produce sin mediación, podemos presagiar que la nueva política exige nuevos formatos. No debería extrañarnos la banalización del periodismo, ni la saturación de la política pop. Con Benjamin, hay que asumir que la asignatura pendiente es la calidad. Pero ese también es un concepto efímero. Y hasta el canon occidental ha evolucionado desde que en 1994 lo teorizara Harold Bloom. Nada es peor que antes. Las nuevas generaciones consideran que los medios no están exentos de responsabilidad en las manipulaciones políticas de millones de personas que se han sucedido desde el pasado siglo. Solo nos queda buscar la salvación de los medios de comunicación.
Asistimos hace años a una transformación traumática producida por los acelerados cambios tecnológicos, la producción informativa visual, el periodismo digital... Si el periodismo ya no es el mismo, la política tampoco. Primero fue el infotainment y a continuación el politainment.
También los medios españoles avanzaron en la transición a la democracia antes que la política. A partir de los años 60, algunos diarios y revistas empezaron a aprovechar los resquicios de la ley Fraga para empezar a abrir ventanas a la libertad. Comenzaba la transición de la prensa en las postrimerías del franquismo, con nuevos proyectos editoriales como el diario Madrid, los semanarios Triunfo, Cuadernos para el diálogo o Cambio 16. Se incluían las de humor como Hermano Lobo y Por favor. Fueron las primeras brechas en la resistencia al “búnker”, cuando la nueva clase política estaba aún tratando de renovarse en Suresnes, la Platajunta se unificaba y quedaba mucho para el intento de golpe de 1981.
Más tarde, cuando los medios de comunicación ya habían ganado credibilidad social, las relaciones entre la política y el periodismo se hicieron más confusas, y resultaba difícil distinguir si la agenda la marcaban los medios o los partidos. Surgieron los jefes de prensa dedicados a intentar que los medios se adaptaran a la agenda dictada por las formaciones políticas.
Ese camino, propiciado por la masificación política y la hegemonía de la imagen, da como resultado que sea el político quien quiera crear el acontecimiento que debe llegar directamente a su elector, a través de unos medios inertes que solo pueden ser seguidistas. Los periódicos tradicionales perdieron sus lectores porque, sordos a la opinión pública, habían perdido su credibilidad. Esa sangrante reconversión la han llevado a cabo los usuarios interactivos de la red, pero también la audiencia de las televisiones.
La política de los visibles
Ahora le ha llegado el turno al estancado sistema político español. Ha habido un colapso de los usos y protocolos políticos precedentes, de los géneros (informativo-entretenimiento), de la práctica social y las formas que adoptaban tradicionalmente los mensajes políticos.
Por la opacidad de algunos de sus dirigentes, los partidos tradicionales parecen más resistentes a adecuarse al nuevo lenguaje populista. Sin embargo, las nuevas formaciones como Podemos, Ciudadanos y otras versiones más locales han demostrado ser más proclives a involucrarse en la hegemonía de la comunicación popular como principal sistema de participación política. Eso ha hecho que se apreciara el nacimiento de estas formaciones como meros productos mediáticos.
Lo cierto es que los jóvenes políticos recién llegados, especialmente de Podemos, son más emprendedores y para visibilizarse como nuevos dirigentes han llenado sin prejuicios todos los escenarios neurálgicos de los medios. Constituyéndose como “los visibles” frente a una antigua casta “bunkerizada”. Algunas emisiones de televisión, que por primera vez alcanzaban el prime time, anticiparon el cambio, como ya lo hicieron a partir de 1994, de 2004 o de 2011.
Mientras, medios gubernamentales se dedicaban a presionar a las cadenas para que dejaran de ser portavoces de Podemos, la prensa tradicional prefería desprestigiar, volcarse con los más dóciles o presagiar la llegada del apocalipsis. Durante el último año, Podemos ha sido el partido que más dossieres publicados o filtraciones tendenciosas ha tenido que desmentir, más acusaciones sin denuncias de la fiscalía ni procedimiento judicial alguno.
Hace tiempo que, ante la crisis de credibilidad de la comunicación política tradicional, los nuevos líderes intentan caer en gracia, divertir y entretener a su electorado, a través de estrategias de marketing, el storytelling y los shows de televisión. Es lo que se conoce como politainment, la política en formato entretenido. Los estadounidenses fueron los primeros en enseñar a sus líderes a contar sus mensajes en historias a través de sus sentimientos, de metáforas que permiten a la audiencia identificarse emocionalmente con su proyecto.
Los dirigentes de los partidos más opacos han acusado a Podemos de haber nacido en un plató de televisión. Sin embargo, todo empezó en la campaña electoral de 2008, cuando Mariano Rajoy quiso imitar a Barack Obama: “Yo quiero que la niña que nace en España tenga una familia y una vivienda y unos padres con trabajo”, dijo.
Podemos resulta un ejemplo paradójico. Llama la atención que quien mejor se ha acoplado al nuevo marketing político y la comunicación populista haya sido Pablo Iglesias desde su nueva formación política, una versión posmoderna del anticapitalismo marxista. Hasta ahora la izquierda ortodoxa había sido siempre muy reacia al uso de estas técnicas. Todo se reducía al uso propagandístico de la televisión. Precisamente y a su pesar, fue Julio Anguita, otro profesor, el único que entendió la política como un tablero de ajedrez y quizá por intentar tanto el jaque mate acabó perdiendo. Su carisma de sultán del sur y su “programa, programa, programa” fueron por entonces viejos símbolos de intransigencia que todavía persisten, pero que hoy, paradójicamente, Iglesias parece querer seguir como su moderno discípulo.
Mensajes alegóricos
La corta historia del joven líder de Podemos está llena de escenificaciones simbólicas, pero también de recuperación de viejas iconografías que le conectan con los sectores más anticapitalistas de su formación. La escenificación de su triunfo en la noche electoral del 20 de diciembre recuerda a esa herencia de Anguita —o quizá sea la de sus “padres” del PCE—, al celebrarla cantando varias veces y con todas sus letras: “Venceremos”, o “El Pueblo Unido Jamás será Vencido”, del grupo chileno Quilapayún, muy vinculado al gobierno socialista de Salvador Allende de los años 70. Iglesias, tertuliano y protagonista destacado de los programas de La Sexta, ha protagonizado los debates con más repercusión en la audiencia de la campaña electoral de diciembre del 2015, junto con Albert Rivera en La Sexta (Salvados) y Antena 3 (el debate a cuatro).
La televisión, el único medio rentable, ha transformado la política a su imagen y semejanza
En abril del 2015, con ocasión de la visita del rey al Parlamento Europeo, el líder de Podemos resolvió la expectación de su primer saludo al monarca regalándole la serie completa de Juego de tronos, y en la sesión constitutiva del Congreso del 13 de enero, Podemos lanzó imágenes irrepetibles a los medios: la entrada de Iglesias en el hemiciclo con mochila y coleta, puño en alto, como si entrara a una asamblea de la facultad, y el bebé que portaba en su regazo Carolina Bescansa, fueron fotografías replicadas por las agencias internacionales. El 22 de enero, tras ser recibido por el rey en su ronda de contactos con los partidos, Iglesias ofreció una rueda de prensa en el Congreso de los Diputados rodeado de su equipo. Ante una multitud de cámaras y periodistas los presentó como parte del futuro gobierno y a sí mismo como su vicepresidente. La imagen del día de la fallida investidura del candidato del PSOE, el pasado 3 de marzo, no fue la de Pedro Sánchez, sino la del beso de Iglesias y Xavier Domènech en medio del hemiciclo, adonde se lanzó el líder de Podemos buscando la foto. La imagen traspasó las fronteras. En su peor momento, ante las primeras crisis internas, Iglesias hizo pública la destitución del secretario de organización a media noche, con partido de Champions y después del telediario, con un comunicado de varios folios.
Toda esta teatralidad 2.0 apunta a una decisión muy cuidada de construirse su propia imagen y hacer frente a la que otros le quieren atribuir. La dirección de Podemos se ha pertrechado de expertos en comunicación política que trataron primero de aplicar las teorías del ágora electrónica y después de manejar los medios para sacarles el mejor provecho.
Su relación con los medios constituye un paradigma del pulso que siempre han mantenido políticos y periodistas para ver quién es más listo. Los políticos más acosados por las críticas, también han resultado ser los que mejor manejan los medios, los que mejor saben colar sus mensajes.
Última batalla de la televisión
La hibridación de información y entretenimiento ha sido el auténtico caballo de Troya de la nueva política populista. Entonces se comprende este nuevo matrimonio que se ha generado entre nueva política y televisión. Otro ejemplo es el del ultraconservador Donald Trump, que no es más producto de la televisión que pudieron haberlo sido antes Ronald Reagan o Georges Bush, sin embargo, Trump se dio a conocer en Estados Unidos al protagonizar el reality The Apprentice en 2005. A través de ese programa Trump se proyectó a la política, pero también gracias a ese reality se conocen sus auténticas dimensiones personales. Con la televisión nos engañamos menos y sabemos que el pasado no fue mejor.
Este juego ya es la forma más natural de representación política para las generaciones jóvenes, pero los ejemplos de esta hibridación entre narraciones televisivas, cultura popular y acción política no es nueva, tanto en los formatos de actualidad, humor o reality como en la propia ficción: los guiñoles de Canal Plus, Polònia de TV3, Tengo una pregunta para usted de TVE, La sexta noche, los monólogos de Buenafuente, El Intermedio de Wyoming, la casa de Bertín Osborne... Ese viejo electrodoméstico había reunido todos los valores sociales de los viejos medios: la información de los periódicos, la intimidad cinematográfica, el espectáculo teatral, la inmediatez de la radio y sobre todo la función primaria del entretenimiento en ambiente doméstico. Como dijo Neil Postman en 1985, “la televisión ha hecho del entretenimiento el modelo natural para representar cada experiencia”. Incluso la política.
La interactividad de las redes asedia a la vieja televisión poniendo en cuestión su naturaleza de medio de masas, pero esta ha dado su última batalla para evidenciar que ha desempeñado un papel protagonista en el cmabio profundo de la comunicación política en España. La televisión ha acabado por transformar a la política a su imagen y semejanza, porque su rol central resulta tanto de su carácter de masas como de razones económicas: es el único medio rentable a pesar de la crisis. Es un nuevo tiempo, marcado por fenómenos como la hegemonía del populismo y el auge de la política xenófoba en Europa y EE.UU., equivalentes al cambio climático o al ascenso de las aguas del mar, que no por tan obvios dejan de ser necesariamente superables. Sobreviven los que se adaptan mejor al cambio.