Lo decía a AHORA un experto electoral horas antes de la votación: entrar en el Congreso por primera vez con más del 15% de los votos es un éxito “rotundo” que no admite contestación. Era una afirmación válida tanto para Podemos como para Ciudadanos y, probablemente, si utilizó la cifra del 15% fue porque en esos momentos, incluso tras una segunda parte de la campaña nefasta, era el menor de los porcentajes que las encuestas otorgaban al partido de Albert Rivera. Casi con toda seguridad, el 13,93% finalmente obtenido hubiera suscitado un análisis similar. Pero entonces no era un escenario previsible.
Ciudadanos lleva peleando desde el momento en que se cerraron las urnas, el pasado domingo, contra las expectativas. Por un lado, las suscitadas por las encuestas, en las que experimentó un progresivo y sostenido ascenso hasta situarse en el barómetro del CIS —
el último antes de las elecciones— en condiciones de adelantar al PSOE y convertirse en el
C’s insiste, frente al escepticismo del resto de los partidos, en que la legislatura puede comenzar
segundo partido del país. Pero también sigue luchando contra las expectativas que desde el partido se habían deliberadamente levantado para hacer creer, poco antes de llegar al ecuador de la campaña, que Rivera podría ser el próximo presidente del Gobierno, que ese
sorpasso a los socialistas podría situarle en condiciones de forzar la salida de Rajoy y ofrecerse como la única figura en la que personificar el clamor por el cambio que los españoles habrían manifestado en las urnas.
“Quedarse a medio camino de las expectativas —vaticinaba el mismo experto al hablar de Ciudadanos—puede leerse como un fracaso, parecido a lo que le ocurrió a Podemos en las elecciones andaluzas, donde el buen resultado cosechado supo a poco por no haber bastado para batir la marca de las encuestas. En el caso de Ciudadanos, quedar cuarto, lejos de las primeras fuerzas, podría ser considerado un fracaso.”
Y eso es exactamente lo que pasó el pasado domingo. Difícil, en ese contexto, disimular una cierta decepción, aunque los mandos del partido se esfuercen en recordar lo conseguido en tan poco tiempo para levantar el ánimo. Objetivamente, tienen razón. Solo Podemos puede presumir de una trayectoria similar, pero ha gozado de más tiempo.
En solo un año
Ciudadanos se presentó al 20-D solo un año después de haber decidido su implantación nacional. Entonces, en diciembre de 2014, contaba con 2 eurodiputados, 9 autonómicos en el Parlament y una decena de concejales diseminados por Cataluña. Ahora mantiene su presencia en Europa, lidera la oposición en Cataluña con 25 escaños, el número de concejales ronda los 1.500, tiene presencia en 12 parlamentos autonómicos y además es la cuarta fuerzas del país con casi el 14% de los votos, es decir, tres millones y medio de votos. Además, fue la tercera fuerza política más votada en las comunidades de Madrid, Murcia y las dos Castillas.
Pero junto a tanto currículum, el 20-D puso también sobre la mesa datos negativos. Por ejemplo, que en Cataluña, donde habían sustentando su asalto con el inesperado éxito de Inés Arrimadas, cayeron hasta la quinta posición con casi un punto menos de apoyo que en el resto del país —y lejos del casi 18% que obtuvieron en unas autonómicas a las que se presentaron como los únicos capaces de parar la deriva independentista—. Y que en Extremadura, Navarra, País Vasco y La Rioja no lograron apoyo suficiente como para enviar diputados al Congreso.
Capacidad para influir
Más malas noticias: que los otros protagonistas del cambio, Podemos, han vivido justo el efecto contrario al pasar de un cierto decaimiento a una remontada hasta el 20% y 5 millones de votos. Y, quizá la peor, que la aritmética parlamentaria ha arrojado un Congreso fragmentado e incierto en el que la influencia de Ciudadanos para la formación del
La aritmética electoral ha dado un Congreso fragmentado en el que su influencia para la gobernación será poca
futuro gobierno es poca. Eso a pesar de los movimientos del propio Rivera, que, nada más cerrarse el escrutinio, mostró su disposición a facilitar con su abstención la investidura de Rajoy y pareció tomar la iniciativa al situar al PSOE, al que nombró expresamente en varias ocasiones, ante la disyuntiva de decidir: abstenerse, buscar un improbable pacto de izquierdas a varias bandas o empujar al país a una repetición de las elecciones. Probablemente, un buen movimiento con el que Rivera parecía recuperar el protagonismo perdido, pero que se diluyó tan pronto como, el día después, los socialistas dejaron claro que no propiciarían en ningún caso la investidura de Rajoy.
Ahora Ciudadanos se esfuerza en recuperar la iniciativa, en vender ese papel de cambio tranquilo o de “nuevo centro político”, según las palabras del propio Rivera, que le ha servido para atraer votos a derecha e izquierda, mostrándose dispuesto a facilitar la gobernabilidad del país, defendiendo el diálogo como única solución para resolver el rompecabezas que arrojaron las urnas e insistiendo, frente al escepticismo del resto de partidos, analistas y periodistas, en que la legislatura puede comenzar. Lo malo es, y ese es quizás el peor de los escenarios posibles imaginados por Rivera y su equipo, que en estos momentos y con su limitada fuerza en el Congreso, su llamamiento a la gobernabilidad no es más que una declaración de intenciones. En contra de lo que esperaba, no tiene capacidad de influencia. Al menos de momento, porque si, como defiende, la legislatura finalmente echa a andar, esos 40 diputados, tan cercanos a unos en materia económica y a otros en asuntos de funcionamiento democrático y limpieza de las instituciones, pueden recuperar, entonces sí, el valor que siempre anhelaron.