Calais, rendirse o seguir hasta el final
El desmantelamiento del campo de refugiados en el norte de Francia genera tensiones con Bélgica, que multiplica los controles fronterizos ante el temor de que los migrantes se desplacen a su territorio para intentar cruzar a Reino Unido
El tribunal administrativo de Lille autorizó a finales de febrero la demolición de la parte sur del asentamiento por motivos de “orden público”. Desde entonces, la policía está desalojando a la gente de las tiendas de campaña en las que viven. Una vez vacías, las destruyen las excavadoras. El primer día opusieron resistencia y la situación derivó en graves incidentes con los agentes, que respondieron lanzando gases lacrimógenos.
En el campamento vivían hasta entonces 3.400 personas, según diversas ONG, y 800 según las autoridades. Son pocos los que han aceptado trasladarse a los centros de internamiento repartidos por toda Francia. No quieren quedar registrados, por miedo a que se los deporte a su país de origen. Algunos se han escondido en los bosques de alrededor o se han desplazado hasta otros campos de refugiados de la zona. Muchos han decidido mudarse a la parte norte, que aún está en pie. En un mes también acabará desmantelada, pero de momento ganan tiempo para seguir intentando cruzar el Canal de la Mancha o improvisar otros planes.
En el campamento vivían hasta ahora 3.400 personas, según diversas ONG, y 800 según las autoridades
Es el caso de Javeed, que explica su historia junto a una cabaña de madera que ejerce de escuela improvisada. Evidentemente, todavía no ha solicitado el asilo, porque eso le obligaría a quedarse en Francia. A veces se plantea volver a Afganistán. “Calais no es un lugar donde vivir”, dice, pero siempre ha optado por quedarse. Al fin y al cabo, “allí no tengo a nadie”, explica Javeed, porque escapó de Afganistán con toda su familia, que ahora está dispersada por varios países. Su padre, por ejemplo, está en Alemania.
Quince países después
Cerca del colegio, en la zona etíope, hay construida una pequeña iglesia de madera y al lado una biblioteca con libros cedidos por una librería próxima al campamento. A la entrada del mismo, girando hacia la izquierda, está el restaurante 3 Idiots, regentado por Awesome y sus dos amigos. Lo tienen decorado con globos colgando del techo y las banderas de Escocia y de Gales clavadas en la pared. Sirven comida y bebida (el té con leche cuesta 50 céntimos).
Awesome es paquistaní y se instaló en el campo de Calais hace cuatro meses, después de haber atravesado —como Javeed— 15 países distintos. Entró a la UE por Grecia y luego siguió el camino hacia Macedonia y Serbia, a través de la ruta de los Balcanes, hasta llegar a Francia. Dice que cuando se desmantele el asentamiento irá a París, que es donde le gustaría rehacer su vida.
El campo de refugiados de Calais es un simulacro de ciudad. Un intento por mantener una vida levemente organizada en un antiguo vertedero al lado del puerto, donde transcurren los meses a la espera de alcanzar el ansiado Reino Unido a través del Eurotúnel, escondidos en camiones o trenes. Es una jungla, tal como lo han descrito sus propios habitantes.
Con el paso de los años ha ido creciendo y organizaciones humanitarias como la francesa L’Auberge des Migrants (El albergue de los migrantes) han trabajado desde 2008 para mejorar las condiciones de vida de los que viven allí. También están presentes ONG internacionales como Médicos sin Fronteras, que ha instalado una clínica para hacer intervenciones de primeros auxilios.
Pero ahora —en plena crisis de refugiados— se ha decidido desmantelar el campo y sus habitantes tienen que decidir si aceptan la oferta de las autoridades y se registran en Francia (lo que para ellos sería rendirse) o se quedan para seguir intentando su sueño, que cada vez está más cerca después de haber sufrido un viaje lleno de penurias.
La amenaza de Le Pen
Con el paso del tiempo, los habitantes del pueblo de Calais han ido extremando su postura respecto a este campo de refugiados, que se encuentra a 10 minutos en coche del centro del municipio.
“Vivir aquí es difícil, porque somos nosotros quienes pagamos las consecuencias”, dice un camarero de la cafetería L’Hovercraft. Colgado de la puerta del servicio hay un póster que anuncia una manifestación hacia París en defensa de los comercios de la zona y de la vida en Calais. “El turismo se ha visto afectado”, continúa este trabajador, y dice que tiene “miedo de que en verano lleguen más refugiados”. En su opinión, la economía del pueblo se está viendo afectada, porque los camiones que van hacia el puerto para cruzar el Canal de la Mancha “corren peligro” e “intentan buscar rutas alternativas”.
Las asociaciones de transportistas denuncian que sus condiciones de trabajo son difíciles y que existen problemas de seguridad, debido a que los inmigrantes se cuelan en los vehículos. Desde este verano, las compañías se enfrentan a multas de hasta 3.000 euros por cada persona que se esconda en los camiones que llegan a Reino Unido. El Gobierno del primer ministro británico, David Cameron, aprobó esta medida coercitiva para evitar que los transportistas lleven refugiados hasta su territorio.
Las elecciones regionales francesas del pasado mes de diciembre fueron un auténtico terremoto político, ya que el Frente Nacional de Marine Le Pen venció en 6 de las 13 regiones en la primera vuelta. En Norte-Paso de Calais-Picardía obtuvo más del 40% de los votos, aunque en la segunda ronda perdió fuelle y el gobierno de la región acabó en manos de Los Republicanos. El partido de Nicolas Sarkozy venció con el 57% de los sufragios.
Consecuencias diplomáticas
El desmantelamiento del campo de refugiados de Calais ha generado tensiones entre Francia y Bélgica. El gobernador de la región de Flandes Occidental, Carl Decaluwé, cree que muchos de los migrantes querrán llegar hasta el puerto de Zeebrugge, desde donde también parten ferris hacia Reino Unido. Por eso, el Gobierno belga ha establecido 16 controles fronterizos a lo largo de la carretera de la costa entre ambos países y, desde entonces, ha impedido el paso a alrededor de 750 personas.
Francia ha criticado a su vecino por tomar esta medida de forma unilateral, sin consultarle previamente, y su ministro del interior, Bernard Cazeneuve, ha acusado al Ejecutivo belga de tomar una medida exagerada. “Pensar que podría haber una gran afluencia en la frontera belga a causa de esta medida no corresponde a la realidad”, criticó hace un par de semanas.
La UE ha reconocido por primera vez en su historia que hay una crisis humanitaria dentro de su territorio
“Vamos a controlar de forma hermética Schengen”, aseguró el pasado lunes el primer ministro belga, Charles Michel. Esto es lo que están haciendo ya los países que atraviesa la ruta de los Balcanes. Austria solo está dejando pasar a 3.200 migrantes al día, y como consecuencia de esta decisión, Eslovenia, Croacia, Serbia y Macedonia únicamente permiten el paso a 520 sirios e iraquíes diarios. La última decisión llegó el martes, cuando los gobiernos de Liubliana y Belgrado anunciaron que solo aceptarán a emigrantes con pasaportes y visados válidos.
Tras esta medida, el itinerario que más emplearon los migrantes durante el año pasado está cada vez más cerrado. Como consecuencia, la UE ha tenido que reconocer por primera vez en su historia que existe una crisis humanitaria en su territorio, ya que en Grecia se encuentran atrapadas más de 30.000 personas.