30/10/2024
Literatura

Borrar el nombre del padre

En Las rosas de Stalin Monika Zgustova novela la azarosa biografía de la hija del dictador ruso

Raquel Moraleja - 11/03/2016 - Número 25
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Svetlana Allilúyeva tuvo muchos nombres a lo largo de sus 85 años de vida. Nació como Svetlana Iósifovna Stálina en honor al nombre de su padre. Se lo cambió a Svetlana Allilúyeva para recuperar el apellido de su madre, supuestamente muerta de apendicitis cuando ella tenía seis años —a los dieciséis se enteró de que se había suicidado—. Durante algunos días fue Fraülein Carlen, una irlandesa llegada de la India que mantenían encerrada en un convento de Suiza, oculta de espías soviéticos y norteamericanos. Y al final fue Lana Peters, supuesta reencarnación de la hija muerta del arquitecto Frank Lloyd Wright. Con ese nombre la prensa anunció su muerte en noviembre de 2011.

La escritora y periodista Monika Zgustova, nacida en Praga pero residente en España desde los años 80, se ha atrevido a retratar la complicada vida de esta mujer en Las rosas de Stalin. La novela arranca en un hospital de Moscú, con Svetlana recuperándose de una operación de garganta y leyendo la filosofía de Mahatma Gandhi. Conocerá a un intelectual indio, Brayesh Singh, y Svetlana amará su dulzura, su eterna sonrisa y lo que Nueva Delhi representa para una mujer que quiere escapar. Pero la historia no empieza aquí. Antes hubo dos maridos y hay dos hijos adolescentes. Son el único vínculo que retiene a Svetlana en Rusia. En un alarde de la individualidad emprende una huida cuyo único objetivo es la libertad. Por las páginas de Zgustova, a lo largo de Rusia, India, Italia, Suiza, Estados Unidos desfilan decenas de personajes, reales o ficticios, que van dibujando la extraña personalidad de Svetlana. La autora utiliza los diálogos y las cartas para introducir al lector en un complicado contexto histórico e intentar dosificar los datos necesarios para comprender esta historia.

Allilúyeva se pasó la vida huyendo. Huía de la atención mediática, de los políticos que querían usarla para sus propios fines y de los sistemas incompatibles con la libertad. Viajó por el mundo entero para dejar atrás el nombre de su padre, Iósif Stalin. Podía encontrarse con alguien que hubiese pasado 10 años encerrado en un campo de trabajo en Siberia, como pasó con el cineasta judío del que Svetlana se enamoró a los 16 años. O incluso con alguien cuya mujer o hijo hubiese sido ajusticiado por el régimen, como pasó con los tíos preferidos de Svetlana. Hasta las muertes de su atormentada madre y las de sus dos hermanos —uno capturado por los alemanes en la Segunda Guerra Mundial, el otro recluido en sanatorios y muerto en extrañas circunstancias— podían serle atribuidas al padre. Svetlana tuvo un nombre más, cuando jugaba por los aburridos pasillos del Kremlin: gorrioncito, mi pequeño ruiseñor.

Poco después de la muerte de Allilúyeva, Zgustova se topó con sus dos autobiografías en una librería de viejo de Nueva York. Una de ellas era Rusia, mi padre y yo (veinte cartas a un amigo) (Planeta, 1967), que Svetlana escribió durante sus últimos años en Moscú antes de obtener un permiso especial para llevar las cenizas de Brayesh a la India, y que relata su infancia y adolescencia en el Kremlin, bajo la sombra de su padre. Zgustova las devoró de una sentada. Poco más de una década después de que Svetlana burlara a las autoridades soviéticas y abandonase la India a través de la embajada norteamericana en 1967, en plena Guerra Fría, los padres de Zgustova y sus dos hijos adolescentes huyeron de otro país comunista, Checoslovaquia, también a través de la India y pidiendo asilo en la misma embajada.

Las rosas de Stalin
Las rosas de Stalin
Monika Zgustova
Galaxia
Gutenberg,
Barcelona, 2016,
336 págs.