30/10/2024
Política

Balance de legislatura: presencia en la Unión Europea. España, afónica en Europa

La influencia española en Bruselas ha disminuido en los últimos años por la pérdida de cargos relevantes y por el poco peso político del Gobierno en las decisiones comunitarias

Alejandra Guerra - 27/11/2015 - Número 11
  • A
  • a
Balance de legislatura: presencia en la Unión Europea. España, afónica en Europa
john thys / afp / getty
Cuando Mariano Rajoy fue nombrado presidente, a finales de diciembre de 2011, el país se encontraba ya bajo una gran presión tras el estallido de la burbuja inmobiliaria que marcó el fin del milagro español. José Luis Rodríguez Zapatero había tomado aquellas difíciles “decisiones que España necesita” que le costaron lo que previó que le iban a costar: unas elecciones anticipadas y el fin de dos legislaturas socialistas. En los círculos conservadores existía la convicción de que la vuelta del PP al poder calmaría a los mercados y permitiría un acercamiento inmediato al eje franco-alemán, formado entonces por Nicolas Sarkozy y Angela Merkel. Pero ninguna de las dos expectativas se cumplieron y 2012 fue un año negro para España.
 
Rajoy se dio cuenta de pronto de lo que le esperaba y se estrenó en su primera cumbre europea en enero con un derrape: los micrófonos de las cámaras captaron aquel “la reforma laboral me va a costar una huelga general”. No se equivocaba. Las reformas y recortes no impidieron que el país tuviera que pedir a sus socios, en junio, un rescate de hasta 100.000 millones de euros para sanear su banca. La primera caída de una gran economía europea, tras los rescates de Portugal, Irlanda y Grecia, causó alarma, pero Italia logró evitar la misma suerte. El estigma de los PIGS se reforzó y España pasó a estar bajo supervisión directa de sus socios, ahora convertidos en acreedores. “España ha perdido peso. La crisis nos ha afectado. Ser un país deudor y parcialmente rescatado nos ha restado credibilidad y autoridad”, explica Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano a AHORA.

2012 fue también el año en que España perdió el puesto permanente que ocupaba José Manuel González Páramo en la directiva del Banco Central Europeo (BCE). El cargo recayó en Luxemburgo, que entonces tenía en sus manos la presidencia del Eurogrupo. España se quedó sin silla por primera vez en la historia del BCE. En la búsqueda de culpables, varios dedos apuntaron directamente a Rajoy por haberse negado a presentar a José Manuel Campa, ex secretario de Estado con Zapatero y muy bien valorado en la eurozona, e insistir en

Rajoy apostó por el nombramiento de De Guindos para presidir el Eurogrupo, pero no lo consiguió

la candidatura de Antonio Sáinz de Vicuña. Tampoco logró como compensación colocar a Belén Romana como directora gerente del fondo de rescate permanente de la eurozona, el Mecanismo Europeo de Estabilidad, un puesto que fue a parar al alemán Klaus Regling, un habitual de Bruselas. Y siete meses después, España volvió a oponerse a un nombramiento que iba contra sus aspiraciones: el del holandés Jeroen Dijsselbloem como presidente del foro de ministros de Economía y Finanzas de la zona del euro. Ante este panorama, el español mejor posicionado en la UE era el entonces vicepresidente de la Comisión Europea y responsable de la poderosa cartera de Competencia, el socialista Joaquín Almunia. El PP tenía al entonces presidente de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, al frente del Comité de las Regiones, un órgano sin carácter decisorio.

¿No nos representan?

“España está infrarrepresentada. La situación no es justa”, afirmó en enero de 2013 el ministro español de Economía, Luis de Guindos, tras la elección de Dijsselbloem al frente del Eurogrupo. ¿Es esto cierto? En términos cuantitativos, España cuenta con un buen número de funcionarios europeos que suman en torno al 7 o el 8 % del total, una cifra que, según la Comisión Europea, se ha mantenido estable en los últimos años y que está ligeramente por debajo del peso relativo del país. Entre ellos figuran nombres importantes en Bruselas, como Nadia Calviño, responsable de la Dirección General de Presupuestos de la Comisión Europea. España cuenta también con otros tres directores generales en la Comisión. En el Parlamento Europeo, 2 de los 13 directores generales son españoles, así como el portavoz de la institución, un cargo cercano al presidente de la Eurocámara, el alemán Martin Schulz, como lo fue de sus antecesores. Y en el Consejo, la institución que representa a los estados, España cuenta con un director general de los ocho que hay. Es un hecho que estos puestos son menos visibles.
 
Ahora, el comisario Miguel Arias Cañete ya no es vicepresidente de la CE, Javier Solana dejó hace años de ser el alto representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la UE , al igual que Gil Carlos Rodríguez, que fue presidente del Tribunal de Justicia de la Unión Europea desde 1994 a 2003. El propio Joaquín Almunia coincide en declaraciones a AHORA con este diagnóstico, pero avisa que de que los puestos no lo son todo. “Toda esa gente tiene que cumplir con su responsabilidad europea, no son delegados españoles. Es muy importante la presencia activa —en reuniones bilaterales o en las del Consejo— de las autoridades españolas. Y ahí estamos en la mayoría de las áreas mucho más débiles”, avisa. El portavoz de la Eurocámara, Jaume Duch, cree también que “estar bien representado en los diferentes niveles estratégicos es útil todos los días del año”. O lo que es lo mismo: no se trata solo de cargos, sino del empuje político y de lograr metas. Pero, ¿por qué esta debilidad española?

El enfermo de Europa

“Es difícil de afirmar o de negar, pero psicológicamente haber sido uno de los países más tocados por la crisis puede haber influido en que no hayan salido bien algunos movimientos para colocar a españoles en puestos muy altos”, opina Duch. Parece que el propio Mariano Rajoy coincide con el diagnóstico. El pasado mes de junio, el presidente del Gobierno volvía a reclamar el “derecho” de España —“la cuarta economía de la zona euro, por tamaño y por PIB”— a presidir el Eurogrupo, sacando a relucir los méritos de un país que ha logrado ponerse en pie. “Ya no somos el enfermo de Europa”, argumentaba.

La campaña de España fue intensa pero difícil. El principal argumento que se barajó fue el apoyo público de Merkel, pero tras cerca de 45.000 kilómetros recorridos en busca de respaldos, De Guindos perdió contra Dijsselbloem. Por segunda vez, el Gobierno no logró el puesto para su ministro, por lo que tuvo que restar importancia a la derrota. Ahora el objetivo vuelve a ser Fráncfort. “Estoy convencido de que la próxima vacante del BCE será para España”, dijo De Guindos. Este deseo solo podrá ser satisfecho a medio plazo, en 2018, cuando termine el mandato del vicepresidente luso del BCE, Vítor Constâncio.
 
Portugal, otro país rescatado, con una economía y población mucho menores que las españolas, puede presumir de haber mantenido durante una década, hasta 2014, a Jose Manuel Durão Barroso en la presidencia de la Comisión Europea. La comparación con otro vecino del sur, Italia, también deja en evidencia a España, que llegó a soñar con desplazarlo cuando en 2008 logró superarlo en PIB per cápita. Pese a sus debilidades y al signo socialdemócrata de Matteo Renzi, el país ha logrado acumular dos puestos de primera línea en Economía y Exteriores. El cargo que muchos consideran como el más influyente durante la crisis del euro, el de presidente del BCE, lo ocupa Mario Draghi, italiano como la actual alta representante para la Política Exterior, Federica Mogherini, vicepresidenta además de la Comisión.

Ninguno entre los poderosos

El cargo de más peso político con el que cuenta ahora España es el comisario de Acción por el Clima y Energía, Arias Cañete. Sin embargo, su nombramiento no fue una buena noticia para el país, que perdió de un plumazo la vicepresidencia de la Comisión Europea y una de las carteras más potentes de la institución: Competencia. Almunia, que atesoraba ambas, había pasado en la legislatura anterior por Asuntos Económicos y Monetarios, otra de las poderosas.

El presidente español apenas interactúa con sus colegas ni ha logrado forjar alianzas permanentes con ello

 
El músculo político es útil tanto en la Comisión política ideada por Jean-Claude Juncker como en la propia capital comunitaria, porque sirve para reaccionar, por ejemplo, ante situaciones como el reciente enfrentamiento que mantuvo el Gobierno español con el comisario europeo de Asuntos Económicos y Financieros, Pierre Moscovici, por la opinión de la Comisión sobre el presupuesto español para 2016. Moscovici adelantó que el veredicto de la Comisión sobre las cuentas públicas españolas era negativo, porque las ve demasiado optimistas. Esas palabras irritaron al Gobierno a apenas dos meses de las elecciones generales, en las que Rajoy confía su éxito gracias a la recuperación económica. Tras varias declaraciones cruzadas entre Madrid, Bruselas, el comisario francés e incluso Berlín, fue el propio Juncker quien actuó motu proprio para retrasar la opinión, poner en una situación incómoda al socialista galo y suavizar el impacto sobre el Gobierno.

El papel de Rajoy

España tiene “ministros que no van a las reuniones de los consejos, que no lideran nada cuando asisten, que no cultivan las relaciones bilaterales, que no tienen una línea política clara capaz de orientar las decisiones, que reaccionan en el último minuto a las iniciativas que llevan discutiéndose meses… Respecto de las comunidades autónomas se puede decir lo mismo. Cuando las comparo con los Länder alemanes la distancia es abismal, y no precisamente por culpa de sus oficinas en Bruselas, que hacen lo que pueden”, señala Almunia. Y esto importa igual o más que los cargos. “La influencia de Alemania —que es enorme, como se sabe— no está basada en la cartera de su comisario ni en el número de sus directores generales. La influencia la gana cada día la canciller, su gobierno, los landers, los parlamentarios europeos de los distintos partidos, el Bundestag, las asociaciones empresariales, el sindicato DGB…”, insiste.

“La influencia depende de muchas cosas, desde contactos políticos a todos los niveles, hasta mantener una línea política clara”, afirma un funcionario comunitario. En este sentido, en Bruselas Rajoy hace gala del mismo carácter discreto que emplea en casa. Durante las cumbres, apenas se le ve interactuar con sus colegas y siempre debe ir acompañado por un intérprete, lo que no facilita los intercambios ni la cercanía con sus socios. Rajoy no ha logrado forjar alianzas permanentes con otros líderes, pese a que buena parte son también conservadores. Ha optado por adoptar un perfil medio. Son escasas las ocasiones en las que él o alguno de sus ministros clave, con la excepción del personalísimo titular de Exteriores, José Manuel García-Margallo, se han aventurado fuera de una zona de confort en la que se ha instalado España, a medio camino entre las reivindicaciones alemanas y los intereses nacionales. Y las ocasiones en las que se ha desmarcado no han salido especialmente bien. Como la apuesta, defendida hasta 2012, para que fuera considerada “prioritaria” para la Unión Europea la construcción de un túnel para conexiones ferroviarias a través de los Pirineos, en contra de la opinión generalizada, incluida la de la propia Francia. El Gobierno de Rajoy tuvo que conformarse con solo dos corredores, el Mediterráneo y el Atlántico, lo que obliga a conectar Madrid con el resto del continente a través del País Vasco o de Cataluña.

En una pelea más reciente, en octubre de 2014, también con los Pirineos como escenario de batalla, España logró junto a Portugal que los líderes asumieran el compromiso de mejorar sus interconexiones transfronterizas hasta un mínimo equivalente al 15% de la generación eléctrica de 2030. Por supuesto, la cuestión está entre las competencias del comisario Arias Cañete.

El peso de la geografía

Alejandra Guerra
Más allá del tino o desacierto del Gobierno español en su estrategia europea, lo cierto es que España también se ve afectada por el reequilibrio de poderes en la UE, que se produjo en la primera década del siglo, por  la incorporación de los países del este. Ahora hay 28 países europeos, no 15, y eso ha obligado a incorporar nuevas sensibilidades. Entre los nuevos socios está Polonia, un país que no deja de ganar peso económico y que tiene estrechos vínculos con Alemania. Goza además de una posición geográfica que arrincona a España en un lejano oeste europeo y comienza a ser considerado como el “quinto grande” en lugar de España, según Miguel Otero. El nombramiento del polaco Donald Tusk al frente del Consejo Europeo sigue esta lógica: no solo es un reconocimiento a los nuevos socios sino también un gesto estratégico que acerca Visegrado a Bruselas, algo que resulta fundamental en la Unión Europea actual, tal y como está quedando patente durante la crisis de los refugiados. Esto debería hacer reflexionar a España, no tanto sobre los cargos que quiere ostentar, sino sobre el papel que quiere jugar en la Unión.