Tres obsesiones de Xi Jinping
El poder, la toma de decisiones y la crítica inquietan al presidente chino
La segunda tiene que ver con la alteración del proceso de toma de decisiones. Esto afecta fundamentalmente al principio de colegialidad y consenso que ha caracterizado el desempeño del liderazgo desde el inicio de la política de reforma y apertura bajo Deng Xiaoping. Esta quiebra parece tener como objetivo afianzarse, anticipadamente, como núcleo de la actual generación de líderes, pero puede traer consigo el resurgimiento de las tradicionales luchas de poder que Deng pretendía evitar con la apuesta por una nueva institucionalidad (máximo de dos mandatos, jubilaciones a cierta edad, inmunidad para los principales dirigentes, elección de común acuerdo…).
La tercera obsesión alude al ejercicio de la crítica. Dice un viejo proverbio chino que “mil aduladores no valen lo que un asesor honesto”. La exaltación del máximo líder y la consideración de que sus políticas no se deben discutir crean una atmósfera preocupante en la estructura burocrática. La adulación es una forma de corrupción y está presente en la reiteración de alabanzas en los medios oficiales a Xi.
Todo ello se pretende justificar en función del momento de amenaza que vive la reforma y la necesidad de salvar el partido y el país. De representar el PCCh la encarnación de la primera dinastía orgánica de la historia china, podríamos retornar a un escenario de imperio personal que favorecería el advenimiento de una especie de “linaje rojo” usufructuado por los herederos de los líderes de la revolución. A su favor tiene cierta comprensión cívica que asocia los periodos de inestabilidad con la demanda de una autoridad fuerte que los conjure. Durante los convulsos primeros 20 años de la República de China, a partir de 1912, se contabilizaron hasta 473 guerras civiles de pequeña entidad solo en la provincia de Sichuan. Hoy, las voces de frustración y descontento abarcan a importantes colectivos, desde los militares al sector público, administrativo y productivo. Si bien por el momento no puede hablarse de desafíos coordinados a su liderazgo, el caldo de cultivo está ahí. Por lo pronto, una nueva circular interna advierte a los cuadros territoriales del PCCh que enfrentarán serias sanciones si no garantizan la seguridad pública.
Un año decisivo
Las dudas sobre la capacidad de gestión del liderazgo chino de la actual fase del proceso de reforma son un hecho constatable. Para acallarlas, Xi puede recurrir a medidas de corte populista —como la lucha contra la corrupción, que goza de gran predicamento entre la opinión pública— o al fomento de una tensión exterior controlada —en el mar de China Meridional—, pero al final tendrá que optar por el compromiso, tanto dentro como fuera. Las demostraciones de fuerza orientadas a despejar dudas sobre la propia consistencia de su liderazgo mediante el aplastamiento de cualquier crítica, del signo que sea, o imponiendo la uniformidad del pensamiento recurriendo a textos del Mao revolucionario difícilmente pueden colmar las expectativas de la sociedad china actual.
El XIX Congreso del PCCh debe realizarse a finales de 2017, lo cual convierte el año que queda por delante en decisivo para adivinar en qué medida Xi es capaz de imponer su punto y aparte en la evolución del partido en las últimas décadas. En otro tiempo, la combinación de control partidario y endurecimiento en la esfera ideológica podrían servirle internamente para aislar a hipotéticas facciones rivales y como medio de dominio social. Pero la complejidad de la sociedad china actual puede reventar tan simples costuras.