Narrativas políticas erróneas
En América Latina destaca el papel de las condiciones externas: la buena suerte cuenta más que las buenas gestiones
La narrativa propugnada por los líderes izquierdistas de la región, especialmente por Lula da Silva en Brasil, Hugo Chávez en Venezuela y Cristina Kirchner en Argentina, se basaba en una lucha de clases renovada entre el pueblo y lo que se podría llamar los antipueblo. Según afirmaban, las políticas que les antecedieron eran prorricos ya que los gobiernos que las propulsaban estaban sometidos a los ricos. Sus movimientos populares supuestamente se rebelaron contra una estructura política protagonizada por élites locales en estrecha colaboración con el imperialismo (es decir, Estados Unidos), que protegía los intereses de los antipueblo. No obstante, el hecho de que hoy día los ciudadanos estén desechando a la izquierda y sus políticas supuestamente propueblo no se debe a que ahora prefieran a la clase enemiga, sino a que han cambiado de narrativa.
Además de la que se refiere a la clase, en América Latina existen por lo menos tres estructuras narrativas prominentes en el ámbito político. Una de ellas se enfoca en la corrupción: los que vinieron antes eran corruptos, así que nos deshicimos de los sinvergüenzas. Pero los nuevos chicos también empezaron a robar, de modo que, sea cual sea su política, ha llegado el momento de que se vayan. Otra narrativa se basa en teorías económicas contrapuestas. La década de 1990 fue la era del neoliberalismo, una visión económica del mundo que equivocadamente supuso que los beneficios del crecimiento económico se derramarían hacia los de abajo. El gobierno debía abrazar la austeridad y hacer poco más que dejar que el mercado hiciera lo suyo. Los nuevos gobiernos de izquierda tenían una teoría económica superior, que podía impulsar el crecimiento económico y al mismo tiempo crear oportunidades para los de abajo. Hoy, en medio de un estancamiento inflacionista, los ciudadanos deben de estar poniendo en duda esta alternativa.
Si las condiciones económicas son favorables, los políticos parecen genios. Si no, parecen tontos
La narrativa final destaca el papel que tienen las condiciones externas —la buena suerte, no las buenas políticas— en determinar el desempeño económico. Cuando los precios de las materias primas suben y el capital internacional es abundante y barato, como en los años 1970 y 2004-2012, los responsables de formular políticas parecen genios. Cuando la situación se revierte, como ha ocurrido en fecha reciente, parecen tontos. Los gobiernos llegarán a ser más efectivos en el futuro solamente si los ciudadanos aprenden a volverse más exigentes en cuanto a las políticas que demanden. Sin embargo, ninguna de las narrativas políticas latinoamericanas enseña nada nuevo ni útil. Después de todo, ni Lula ni Chávez sucedieron a un gobierno de derecha. Sus presidencias fueron precedidas por gobiernos de izquierda, liderados por miembros de la Internacional Socialista.
Lula no inventó las transferencias monetarias condicionales: se limitó a expandir y cambiar el nombre de un programa que heredó. Chávez no nacionalizó la industria petrolera (se hizo en 1976). Los Kirchner eran peronistas, pero en su narrativa se borró una parte de la historia de su partido, en el poder cuando se llevó a cabo la mayor parte de los asesinatos de la guerra sucia en los años 70.
La verdad es que la mayoría de los países latinoamericanos manejaron mal el crecimiento de los 70 y, cuando la situación se revirtió, terminaron en la crisis de deuda de los 80. Los gobiernos se encontraron con ingresos muy inferiores a lo que esperaban y los mercados no estuvieron dispuestos a prestarles la diferencia, por lo que terminaron emitiendo moneda, con lo cual se debilitaron los tipos de cambio y aumentó la inflación. A fin de evitar esto, optaron por otro callejón económico sin salida: el control cambiario y de precios.
A la larga, adoptaron una estrategia diferente a fines de los 80: reestructuraron la deuda, eliminaron los controles financieros e impusieron la austeridad, elevando los impuestos y reduciendo el gasto para poder dejar de emitir moneda. Y los ciudadanos terminaron por reelegir a presidentes como Carlos Menem en Argentina, Fernando Henrique Cardoso en Brasil y Alberto Fujimori en Perú porque lograron superar la crisis de la deuda, equilibrar el presupuesto y reducir la inflación.
Las crisis de finales de los 90
Pero justo cuando se suponía que iban a cosechar los frutos de su labor, la crisis asiática de julio de 1997 hizo que colapsaran los precios de los productos básicos, lo que obligó a Rusia a entrar en suspensión de pagos en agosto de 1998 y esto cerró el acceso a los mercados de capital a todos los países emergentes debido al contagio financiero. A ello le siguieron las crisis de Venezuela (1998), Brasil (1999) y Argentina (2001), y fue en este contexto cuando se dio la elección de Chávez, Lula y Kirchner. Y por esas cosas del destino, la situación tuvo un giro dramático en 2004: los precios de las commodities iniciaron el auge de mayor duración que han tenido (el superciclo) y se disparó el interés de los inversores por la deuda de los mercados emergentes. Así, desapareció la necesidad de austeridad, ya que se podía incurrir en mayores gastos sin emitir moneda. Pero la bonanza económica fue mal manejada, conduciendo a un despilfarro fiscal. Y el fin del auge dejó a las economías en recesión y a los ciudadanos con sus sueños rotos.
Argentina, Brasil y Venezuela se metieron en una situación similar a la de los 80. En consecuencia, las soluciones también han de ser similares. Los ciudadanos apoyaron con entusiasmo el gasto extravagante durante el auge. Aplaudieron cuando Rafael Correa eliminó en Ecuador un fondo de estabilización del petróleo y cuando Chávez quintuplicó la deuda pública externa. Ahora, cuando la fiesta ha terminado, quieren gobiernos más conservadores.