Mirarse al espejo desde dentro
Autorretrato, de Édouard Levé, es un libro bello y fascinante sobre la condición humana
Los dos últimos libros del francés llegaron a España de la mano de la desaparecida 451 editores y fueron su carta de presentación póstuma (se publicaron en 2009 y 2010). Es una buenísima noticia que la editorial argentina Eterna Cadencia —que se distribuye también en España— haya recuperado Autorretrato y vaya a hacer lo mismo con Suicidio.
Autorretrato es un libro mucho más complejo de lo que podría parecer: es una lista que forma un continuum y que va conformando una vida, un retrato, sí, pero que cubre todos los ángulos posibles, como si solo desde dentro de lo retratado pudieran captarse las aristas. Y es más que un ejercicio de autoanálisis y autodefinición, más que un ejercicio de autoconocimiento y exposición que juega con el tono confesional: son unas memorias sui géneris y también una muestra de la fragilidad y la contradicción humanas. Un ejemplo de lo que se puede encontrar en este bello, extraño y sugerente libro: “Al regresar de un viaje, el mejor momento no es ni cuando paso por el aeropuerto ni cuando llego a casa, sino el trayecto en taxi que une ambos lugares: sigo viajando, pero ya no realmente. Desafino, así que no canto. Como soy gracioso, piensan que soy feliz”. O: “Las historias de amor me aburren. No cuento mis historias de amor. Hablo poco de las mujeres con las que estoy, pero me gusta escuchar cómo mis amigos me hablan de las suyas”. Es también una colección de anécdotas de infancia y adolescencia, un repaso a las relaciones de su vida (amigos, familia y mujeres), un listado de gustos, placeres, obsesiones y opiniones, en el que cabe también el inventario de coches y motos que ha tenido. También hay lugar para los deseos y los miedos. Es un mirarse al espejo desde dentro: “A veces tengo la sensación de ser un impostor, sin saber decir por qué, como si una sombra planeara por encima de mí sin poder deshacerme de ella”, “El presente me interesa más que el pasado, y menos que el futuro”; “Tal vez esté escribiendo este libro para no tener que volver a hablar”; “Si me asomo por encima del balcón con ganas de suicidarme, el vértigo me salva”; “No busco la novedad, sino la precisión”.
Édouard Levé escribió este libro durante un viaje por Estados Unidos en el que buscaba ciudades con el mismo nombre que otras del mundo (Bagdad, Ámsterdam, Roma). Estaba deprimido. Fue pintor de 1991 a 1996 (“Pinté unos quinientos cuadros, vendí unos sesenta, unos cien están guardados en las dependencias de una casa en Creuse, los demás los quemé.”). Publicó dos libros antes de este, OEuvres, un catálogo de obras de arte inexistentes, y Journal, que es un periódico pero sin nombres propios. Todos en P.O.L. También publicó dos de sus series fotográficas: Angoisse (Philéas Fogg, 2002), fotos tomadas en la ciudad del mismo nombre, y Reconstitutions (Philéas Fogg, 2003). Con respecto a su literatura dice: “No escribo para producir placer en quien me lee, pero no me molestaría que lo sintiese”; “No escribo relatos. No escribo cuentos. No escribo piezas de teatro. No escribo poemas. No escribo policiales. No escribo ciencia ficción. Escribo fragmentos”.
El encadenamiento de las sentencias, que no siguen ningún orden aparentemente, crea un ritmo hipnótico, con aceleraciones y deceleraciones, que a su vez crea la sensación de estar ante el monólogo confesional de un desconocido al que se le va cogiendo cariño mientras habla y descubre sus imperfecciones, su vulnerabilidad y sospecha que la felicidad se le escapa: “El día más hermoso de mi vida quizá ya pasó”. Por eso no se puede dejar hasta que se llega al punto final. Escribe Levé: “Todo lo que escribo es cierto, pero ¿qué importa?”.
Traducción de Matías Battistón
Eterna cadencia, Buenos Aires, 2016, 94 págs.