Annie Ernaux. El verano que la llevó a escribir
En su libro más reciente, la escritora normanda acomete la deconstrucción de su yo del verano del 58, el que pasó trabajando en un campamento
En el verano de 1958 la escritora francesa Annie Ernaux (Lillebonne, 1940) se acercaba a cumplir la mayoría de edad. Estaba a punto de que su vida diera un vuelco, sin un giro de guion palpable más allá del que se produjo en su cabeza. Todo empezó a cambiar poco después de que llegara a la colonia, ocultad tras la inicial S, a la que llegó para trabajar como monitora —aunque apenas aguantó una semana, en seguida fue trasladada a la enfermería—. Era la primera vez que “la chica de 1958”, como llama Ernaux a ese yo suyo del pasado, iba a pasar un tiempo en un lugar que no fuera la casa de sus padres, el bar-tienda en Yvetot, un lugar conocido para los lectores de la francesa, ni el internado donde había cursado sus estudios. “Aquella chica de 1958, que es capaz a cincuenta años de distancia de surgir y provocar una debacle interna, tiene pues una presencia oculta, irreductible en mí”, escribe Ernaux. Sin embargo, sabe que ya no es ella. Para eso, según explica en una lista que elabora, tendría que poder resolver problemas de física y ecuaciones de segundo grado, “no haber leído ni a Beauvoir ni a Proust ni a Virginia Woolf ni a etc.”, entre otras cosas, pero sobre todo tendría que ser Annie Duchesne.
Era la primera vez que “la chica de 1958” iba a pasar un tiempo en un lugar que no fuera la casa de sus padres, en Yvetot
En Memoria de chica, su libro más reciente, Ernaux acomete por fin el proyecto del que lleva huyendo años (“El texto siempre por escribir. Siempre postergado. El agujero incalificable”): escribir de los años que la convirtieron en escritora. Cuenta: “El tiempo se encoge ante mí. Forzosamente habrá un último libro, como hay un último amante, una última primavera, pero ningún signo que me lo indique. La idea de morirme antes de escribir lo que desde hace tanto tiempo llevo nombrando ‘la chica del 58’ me obsesiona. Un día ya no quedará nadie para acordarse. Lo vivido por esa chica, ninguna otra lo recordará, quedará inexplicado, vivido para nada”. Y un poco más adelante: “Que sea yo la única que me acuerde, como así creo que es, me encanta. Un poder soberano. Una superioridad definitiva sobre ellos, los otros del verano de 1958, que me ha sido legada por la vergüenza de mis deseos, de mis sueños insensatos en las calles de Rouen, de la sangre cortada a los dieciocho años como la de una vieja. La gran memoria de la vergüenza, más minuciosa, más intratable que cualquier otra. Esa memoria que es en suma el don de la vergüenza”.
El deseo de amar
Ernaux describe con minuciosidad a la chica que llega a la colonia con sus carencias —“Hacer la lista de sus ignorancias sería interminable. No sabe llamar por teléfono, nunca se ha duchado ni bañado. No tiene ninguna práctica en círculos que no sean el suyo, popular de origen campesino, católico.”— y algunos de sus privilegios de hija única y mimada. “Todo en ella es deseo y orgullo. Y: Espera vivir una historia de amor”. La chica del 58 es una alumna ejemplar, devora libros, donde está “su vida más intensa”, es ignorante en asuntos masculinos y de amor, es inocente, y el deseo de amar es enorme, como corresponde a su edad: está en el despertar a la vida adulta y a los placeres. A los tres días de llegar a la colonia, hay un baile y un chico la saca a bailar. Es H, el monitor jefe, “alto, rubio, robusto, con algo de tripa”. “Mientras bailan, él retrocede hacia la pared sin dejar de mirarla fijamente. Se apagan las luces. Él la atrae violentamente hacia su torso, aplasta su boca contra la de ella.” En la habitación de ella, “lo que sigue se desarrolla como en una película X donde la partenaire del hombre actúa a destiempo, no sabe qué hacer porque no sabe lo que le espera. Él, solo él es el amo”. Y así, de una manera poco delicada y algo desagradable, entra Annie Duchesne en el mundo adulto. El primer rechazo llega la noche siguiente. Poco después, las burlas de sus compañeros y otro intento infructuoso de perder la virginidad, esta vez con uno de los monitores de educación física. Las burlas se convierten en insultos y llega el desprecio. Y ella se siente invadida por el deseo del monitor jefe, que la rechaza. Busca el calor de otros cuerpos (no se encariña de ninguno, suman un total de 8): “Desde H, necesita un cuerpo de hombre pegado a ella, unas manos, un sexo erguido. La erección consoladora”. Casi un mes después se produce el anhelado segundo encuentro entre Annie y H: “La noche del 11 al 12 de septiembre ha durado alrededor de hora y media”. La chica del 58 tomará entonces la resolución de convertirse en otra, en su rival, para amoldarse a la imagen que ha creado de las chicas que merecen a H. Sin embargo, ese camino que empieza a transitar no la lleva a convertirse en la monitora rubia que pasa las noches con H mientras su novio está en Argelia, o en la morena de la foto de la mesilla de noche de H. Ese camino la lleva a leer a Beauvoir y a convertirse en escritora. “Todo lo que haces es para el Amo que has elegido en secreto. Pero, sin darte cuenta, al trabajar para acrecentar tu valor, te alejas inexorablemente de él. Te das cuenta de tu locura, no quieres volver a verlo nunca más. Te juras olvidarlo todo y no contárselo a nadie jamás.”
Es un relato de los deseos y las aspiraciones de una muchacha que despierta al mundo y un retrato de una época
Memoria de chica es a la vez un relato de la vida íntima, de los deseos y las aspiraciones de una muchacha que despierta al mundo, y un retrato de una época y de un país. Hay referencias constantes a la Francia del momento y, como en casi todos los libros de Ernaux, se pretende llegar a un relato colectivo a partir del escrupuloso análisis del sujeto que mejor conoce: ella misma. Emmanuel Carrère ha dicho que de Ernaux admira “la forma que ha inventado que mezcla autobiografía, historia y sociología”. Su último libro es también el relato del nacimiento de una vocación. Tiene más cosas en común con otros de sus libros: no solo es un libro sobre la chica que fue, es también un libro que se cuenta a sí mismo, el proceso de escritura y cómo se va construyendo. Dice: “Pero para qué escribir si no es para desenterrar cosas, hasta una sola, irreductible a explicaciones de toda suerte, psicológicas, sociológicas, algo que no sea el resultado de una idea preconcebida ni de una demostración, sino del relato”.
Annie Ernaux
Traducción de Lydia Vázquez Jiménez Cabaret Voltaire, Madrid, 2016, 198 págs.