En la isla de Kampa —un extenso trozo de tierra en mitad del río Moldava— vivió encerrado durante 15 años un poeta extraordinario que no hablaba con nadie y siempre dejaba la luz de su habitación encendida hasta el alba. Vladimír Holan (1905 - 1980) escribía sus versos en la quietud de la madrugada siguiendo el consejo de la noche. Una poeta española había sentido tanta fascinación por la poesía del checo que durante un par de años emprendió la tarea de aprender su idioma para poder hablar con él. En
La voz de Ofelia (Siruela, 2005)
Clara Janés (Barcelona, 1940) contaba su historia de amor con la poesía de Holan.
En la primera página del libro hay una fotografía de una ventana oculta tras un árbol inmenso, la misma ventana de la casa en la que Janés y Holan se vieron por primera vez, que seguía allí, detenida en el tiempo. Janés cuenta que después de publicar
Las estrellas vencidas (1964), su primer poemario, vino un silencio que se prolongó durante seis años hasta que se encontró con la poesía de Holan. Y entonces resucitó. Los versos del checo marcaron un antes y un después en su escritura, la sacaron de las tinieblas.
Clara Janés tenía 18 años cuando su padre murió en un accidente de tráfico en la carretera de Els Monjos a los 45 años. Fue un instante terrible de dolor que “siendo una muerte, fue también un nacimiento: estructuró el resto de mi vida y me estructuró a mí modificada por esa muerte; me orientó no solo hacia la vida subterránea, sino hacia la escritura de la primera trama de recuerdos que era, fundamentalmente, la creación de un lugar de acogida, una evocación de la atmósfera en la que él, mi padre, estaba vivo…”.
La poesía al rescate
Su hermana Nona le llevó el libro de Holan
Una noche con Hamlet. “Y yo, al leer su poesía, tras seis años de esterilidad, fui también rescatada. Es que distintas muertes anidaban en mi cuerpo, distintas muertes que vigorizaban la vida subterránea que, sin duda, se habían iniciado con la muerte real de mi padre que me había cercenado el horizonte”. Por eso, como escribe Jaime Siles en el prólogo a su antología poética
Movimientos insomnes (Galaxia Gutenberg, 2015), la escritura de Clara Janés es, en gran parte, un canto de supervivencia. Cuenta que, tras aquellos años de abandono y de hallarse en un estado latente, volvió a su propio ser gracias a las palabras de Holan. Durante un año entero llevó los versos del checo de un lado a otro de la ciudad, de parada en parada de autobús.
Durante un año llevó los versos de Holan de un lado a otro de la ciudad, de parada en parada de autobús
En el año 74 Janés habló con el editor de Holan,
Carlos Barral, para que los pusiera en contacto. Consiguió la dirección del traductor y le envió
En busca de Cordelia, el libro que había escrito en respuesta al suyo.
El traductor se lo entregó a Holan, que le envió de vuelta un libro dedicado a “Clara Janés con amor”. Y ya nunca más pudo quitárselo de la cabeza. Por entonces estaba escribiendo poemas para él que formarían la primera parte de
Kampa: poesía, música y voz (Ediciones Hiperión, 1986) donde pueden leerse estos versos: “Y yo no soy una doncella / ni puedo proponerte / un futuro para proyectar… / pero me siento alegre / pues aunque sea en palabras / y sin saber quién soy / una vez me has mirado”.
Después, ella le escribió una carta diciéndole que nunca había tenido mucho interés en conocer escritores, aunque su padre había sido editor y había estado rodeada de ellos, pero que a él le gustaría conocerlo. Y Holan le respondió: “Fue un día 7 de junio cuando llegó su carta. Compré un diccionario. Leí el checo por primera vez. Entendí que la melodía del texto era la de un poema. […] No contesté a esta carta. El día 12, desde Madrid, tomé el avión con destino a Praga. El 13 entré en la casa custodiada por las rosas rojas, la gruta de las palabras”.
Janés cuenta que él estaba paralítico de medio cuerpo, sentado a la mesa y que ella le llevó un ramo de rosas, vino y los poemas de
Kampa. Holan, tímidamente, colocó las rosas en un jarrón y se lo puso delante, escondiéndose tras él. Cuenta también que le gustaba mucho la poesía de Emily Dickinson y por eso, seguramente, se escondió tras las flores. Dickinson, que permaneció encerrada también durante largos años, en ocasiones, cuando alguien iba a verla, se ocultaba detrás de un ramo de flores.
En su poesía subyace un pensamiento profundo, un lenguaje poético de pocas y precisas palabras
En aquel primer encuentro estaban ellos dos; Vêra, la mujer del poeta; Forbelský, su traductor, y su editor, Justl. Holan no le dirigió ni una mirada durante las tres horas que pasó en aquella casa: “No hay ruina en ese tiempo, todo sigue presente: la mesa, el mantel blanco almidonado, los pasteles, el coñac egipcio, el viento que se apodera de los árboles, la lluvia que aviva el color de las hojas, el rojo de las rosas, las súbitas grietas de luz que rasgan el aire… ‘Cerrad la puerta para que no entre el rayo. La poesía es una atmósfera’, dice. Y empieza a oscurecer”.
Cuando se despidieron, cuenta Janés que él se puso a temblar, le cogió las manos, se las besó y le dijo que volviera. Pero ella pensó que únicamente volvería si lograba aprender checo y podía visitarlo a solas. Estudió checo durante dos años y volvió en el 77 y en los años sucesivos hasta la muerte del poeta.
En el 72 Holan todavía desconocía la existencia de Janés, escribió “Una noche con Ofelia”, un poema que hablaba de una Ofelia que es de Barcelona, como ella, que sale de un concierto del Orfeó Català, donde ella iba mucho de niña porque su madre tocaba el clavicémbalo, y que emprende viajes por Europa. Janés escribe que cuando ella apareció por primera vez en su casa “era una aparición, era un personaje que él había adivinado mucho antes de que yo hubiera tenido intención de entrar en contacto con él. Supongo que mi mera concentración en su poesía había creado una extraña transmisión que él convirtió en ese poema”.
Una trayectoria reconocida
Clara Janés acaba de cumplir 75 años y, aunque esta historia de amor con el poeta checo queda muy lejos en el tiempo, aquella resurrección supuso para ella el comienzo de una prometedora carrera como escritora y traductora. A su primer poemario
Las estrellas vencidas le seguirían otros como
Libro de alienaciones,
Los secretos del bosque,
Huellas sobre una corteza,
Orbes del sueño y muchos más, que han sido recogidos en la antología
Movimientos insomnes. Además de a Vladimír Holan, ha traducido a autores como Jaroslav Seifert, Adonis, Nathalie Sarraute, Marguerite Duras, Mahmud Darwish, Sujata Bhatt, Forugh Farrojzad, Safo, Rilke y Johannes Bobrowski. Le concedieron el
premio Nacional de Traducción en 1997. Ha escrito ensayos biográficos sobre la obra de María Zambrano, su maestra, Federico Mompou, Pureza Canelo y Vladimír Holan.
Y lo más reciente es
Guardar la casa y cerrar la boca (Siruela, 2015), un ensayo sobre el papel de las mujeres en la historia de la literatura. Sigue siendo aquella joven poeta que no ha dejado ni un solo día de indagar en los caminos poéticos del yo. Su trabajo se ve recompensado con el reconocimiento máximo en nuestro país: desde este año ocupa el sillón de la letra U en la Real Academia Española.
Si de Holan se dijo que era un alquimista que trabajaba con el verso como un orfebre, Janés no se queda lejos: con cada uno de sus poemas (propios o traducidos) se acerca más y más al corazón de la palabra.
Cuenta Janés que según los sufíes el corazón es el espacio donde nace la poesía. Si nos fijamos en el corazón, advierte la poeta, observaremos que también es una cueva, una gruta, un lugar de nacimiento. La gruta de las palabras es para ella el lugar donde vivía Holan, un espacio que estaba en el centro. Y ella misma se pregunta: ¿por qué el corazón?, ¿por qué el hombre se siente tan impotente frente a la vida? “Cuando la poesía llega de verdad al lector, se convierte en cobijo, en consuelo, perpetua acogida, la inmensa piedad de la permanencia.” Eso es la poesía para ella: refugio y supervivencia.
La música y la oscuridad
Cuenta Jaime Siles en el prólogo de
Movimientos insomnes que en “La vida, los libros”, una conferencia pronunciada en la Biblioteca Nacional de Madrid en 2005, Janés se refirió a un recuerdo que tiene que ver con la base de toda su escritura poética: “La vida es como la música que cruza la oscuridad”. En la poesía de Clara Janés subyace una complejidad que no se ve a simple vista, un pensamiento profundo, un lenguaje poético de pocas y precisas palabras, un significado hondo que nos acerca al abismo: “¿Oyes esa música / que cruza como luz la oscuridad / mientras la oscuridad gira / y yo con ella?”.
La joven que cantaba por las calles de Barcelona con la carta de Holan en la mano, que se la aprendió en un lenguaje que desconocía, supo encontrar el camino entre la infancia de Pedralbes, la soledad de su jardín y la isla de Kampa. “Vuelve Barcelona y vuelve Pedralbes mientras, lejos, uno mira por la ventana crepúsculos, cielos, lluvia, simplemente por pegar la nariz al cristal, por no mirar adentro”. La poeta mira hacia fuera y, mientras contempla crepúsculos, cielos, lluvia, se da cuenta de que es hacia el propio interior hacia donde hay que mirar. Janés siguió el consejo de María Zambrano: aunque el hombre no preste atención al incesante sonar de su corazón, el corazón está a punto de romper a hablar.