La vida después del dolor
En la segunda novela de Hanya Yanagihara la amistad es la cáscara para una historia de amor incondicional
La única advertencia que cabría hacerle al lector que se adentra en este novelón es la que su editor de Doubleday le hizo a Yanagihara después de leer el manuscrito original: “Esto es demasiado duro para cualquiera”. Porque lo es. Dolor, sufrimiento, miedo y abusos sexuales, autolesiones son, entre otros, elementos presentes en Tan poca vida. Y apuntan, ya desde el inicio, a una pregunta que se mantiene a lo largo de la narración: ¿hay belleza en el horror? Sí, la hay. Este libro es la prueba de ello.
Cuatro amigos
El inicio del libro es engañoso. En él, la novela parece la historia de cuatro buenos amigos que llegan a Nueva York después de haberse graduado en la universidad, cargados de sueños e ilusiones con respecto a sus carreras profesionales. El grupo lo componen Malcom, un arquitecto que desciende de una familia adinerada, JB, un pintor de origen haitiano, Willem, un actor de descendencia nórdica que trabaja de camarero, y Jude, un chico de cuyos orígenes no se sabe prácticamente nada. En las páginas iniciales, Tan poca vida tiene visos de ser una versión masculina de El grupo (1963) de Mary McCarthy, pero pronto se descarta la hipótesis: esta no es una novela coral.
El libro se extiende a lo largo de cuatro décadas en las que los protagonistas triunfan en sus carreras
El libro se extiende a lo largo de cuatro décadas en las que los protagonistas triunfan, sin excepción, en sus respectivas carreras. Sobre todo Willem, que se convierte en un conocidísimo actor, o Jude, que termina por ser un brillante abogado litigante en uno de los bufetes más importantes de Nueva York. Viven el sueño americano en una América no real, en una suerte de metáfora, ya que en la novela no hay referencias a hechos históricos —ni rastro del 11-S, de la crisis mundial o la llegada de Obama—, lo que lo convierte en una narración casi alegórica, atemporal. Yanagihara solo se mueve en el nivel más profundo e íntimo de los personajes; parece decir que el mundo real es accesorio a lo que tiene que contar. Y quizás lo sea.
Si bien al principio el foco de atención recae sobre los cuatro personajes, la luz termina apuntando principalmente a uno de ellos, al más enigmático: Jude St. Francis. De él se sabe muy poco: que cojea y que años atrás padeció un accidente de coche que le dejó secuelas visibles, como la cojera, y otras mucho peores, las no visibles que se van conociendo a lo largo del libro. A raíz de un desafortunado episodio en el que JB imita los andares de Jude, la armonía entre los cuatro se rompe. Jude y Willem no vuelven a hablarle a JB y el único nexo de unión que queda entre los cuatro es Malcom. Desde entonces, en el centro de la narración se erige Jude, que, con un dolor que no conoce redención posible, domina el resto de la novela. A su lado está Willem, que no solo se convertirá en su pareja sino en su sostén en un mundo, el de los vivos, del que Jude no se siente parte.
La esterilidad del sufrimiento
El personaje de Jude recuerda a las zonas arrasadas después de una catástrofe natural; es un terreno estéril, tierra baldía que tardará en florecer de nuevo, si lo hace. Él ha vivido el Horror, así, con mayúsculas, algo que se va constatando conforme desgrana los sucesos de su pasado, que de tan duros parecen casi inverosímiles. Cuesta aceptar que durante su infancia alguien se tropezara únicamente, como fue su caso, con abusadores sexuales y seres abyectos que querían lastimarlo. Ya de adulto, Jude se autolesiona para encontrar alivio a esas atrocidades. El dolor parece liberarlo del propio dolor, de la vergüenza.
No es una novela perfecta, pero es una novela humana que sacude los miedos más profundos
Decir que Tan poca vida es una novela sobre la amistad masculina es ser reduccionista. La amistad es solo el arranque, la cáscara; los temas fundamentales son los que anidan debajo. Es más bien una historia sobre el amor incondicional, el de Willem a Jude, y sobre qué hacer cuando el dolor se atraganta e impide continuar avanzando. Porque Jude es una víctima y la vida, con todos sus placeres, se le escapa continuamente. Lo persigue el pasado, pero también las culpas, como la que siente por no poder mantener relaciones sexuales con Willem. Porque, ¿puede mantenerse una relación romántica sin sexo?
Tan poca vida no es una novela perfecta. No destaca por su estructura ni por la pluma de su autora. Pero Yanagihara ha escrito una novela humana que cuestiona las nociones más íntimas, que molesta, que sacude los más profundos miedos que habitan dentro de nosotros. Acaso sea ese el mandato de la ficción: molestar. Como aquello que decía Renata Adler: “Escribir es siempre, en parte, marear a alguien”. Y Yanagihara lo logra: marea, molesta. Enfada. Y al cerrar el libro se vuelve una vez más sobre la cubierta del libro, se observa a ese hombre con una mueca de sufrimiento. Lo identificamos con Jude. Pero ni es Jude ni está sufriendo. La fotografía se llama Orgasmic man, de Peter Hujar, y pertenece a una serie de imágenes que muestran a distintos hombres en la cumbre del orgasmo. Uno se siente engañado pero, al fin, comprende lo necesario de esta novela cuya cubierta parece susurrarle al lector: “Ve con cuidado, los límites son borrosos”. El dolor y el placer se confunden y son, muchas veces, el reverso de una misma moneda.
Hanya Yanagihara
Traducción de Aurora Echevarría Lumen, Barcelona, 2016,
1004 págs.