Cuando la chusma imponía su ley
En Fuera de la ley La Felguera Editores realiza una minuciosa radiografía de los bajos fondos en la España de principios del siglo XX
Nos situamos en el cambio de siglo, entre las difusas esperanzas de la modernidad y la depresión patria que supuso perder las últimas colonias. Entonces, ciudades como Madrid o Barcelona eran un hervidero de buscavidas de toda condición y pelaje, en el mejor de los casos, refinados mangantes o anarquistas con vocación magnicida, en el más cruel, golfillos que dormían apelotonados por las esquinas con la misión única y permanente de sobrevivir. “No distinguían de gato flaco o tísico, ni de gata embarazada; todos los que caían se devoraban con idéntico apetito”, contaba, con trazo de sorna, Baroja.
En el cambio de siglo, ciudades como Madrid o Barcelona eran un hervidero de buscavidas
Si se intentara hacer un fotografía de todos esos perfiles que formaban la marginalidad de esa España marrullera, hambrienta y huidiza obtendríamos algo muy similar a Fuera de la ley, una obra profusa en referencias documentales que busca iluminar esas sombras suburbiales tan barojianas. “Más allá de la mera narración de ciertos capítulos violentos aislados, como el asesinato de Canalejas o la Semana Trágica de Barcelona, la historia de esos años suele mostrarse como mínimo desdibujada, cuando no directamente mutilada. Para mí fue una sorpresa, por ejemplo, descubrir que en 1934, en plena II República, todavía cabalgaba en Andalucía Pasos Largos, el considerado último bandolero de la historia”, explica Servando Rocha, editor de La Felguera y coordinador de esta obra colectiva que incluye, entre otros, textos de articulistas destacados de la época, como Francisco Madrid o Manuel Gil Maestre.
La tipología de los marginados en aquellos años era amplia, como sugiere el historiador y filósofo sevillano Rafael Núñez Florencio en Tal como éramos (Espasa, 1998): “Se trata de un sector heterogéneo, en la medida en que pueden formar parte de él determinados oficios despreciados por la mayoría, como los traperos, pero también gentes sin oficio ni beneficio que viven de la caridad pública, y un largo etcétera que incluiría a prostitutas, chulos, timadores, trileros, enfermos mentales, mutilados de Cuba, expresidiarios, jugadores de poca monta, matones y hasta niños desarraigados”. En Fuera de la ley el inventario de indeseables es aún mayor, puede hacerse con él un fascinante glosario de malhechores con pedigrí: randas (ladronzuelos), ratas de hotel (desvalijadores de huéspedes), taruguistas (estafadores callejeros), sirleros (atracadores de extrarradio), espadistas (virtuosos de herramientas indicadas para allanar en silencio propiedades ajenas), etc.
Cualquiera de estos tipos de mal vivir, cuando no estaban en plena faena, podía pasar las horas muertas en las tabernas del problemático entorno de la Puerta del Sol de Madrid. O en algún café cantante —antecedente del tablao— del barrio Chino de Barcelona, el centro neurálgico de la “chusma encanallada” y cuyo ambiente describía así, en 1925, el periodista Francisco Madrid: “Cruza la calle el sereno Juan y se cubren la cara para que no les reconozcan los pequeños ladrones. Venden cocaína algunos limpiabotas y aparecen los invertidos en plena calle mostrando sus vergüenzas; las gitanas de Villa Rosa cantan roncamente y en la puerta una procesión de pedigüeños os asalta casi con violencia”.
En ese universo de riqueza delictiva se movían también ciertos personajes inverosímiles que frecuentaron las páginas de sucesos. Como Eduardo Arcos Puch, apodado Fantomas, el ladrón más célebre de su época, “coleccionista” de más de una docena de identidades falsas, astuto ladrón de guante blanco y seductor de viudas potentadas. “Es el arquetipo de personaje novelesco. Enamoraba a las señoras, las invitaba a su habitación de hotel y las engatusaba con una historia sobre la calavera de mujer que ponía sobre su mesita de noche”, cuenta Rocha. No le andaba a la zaga en perspicacia el que resultó ser su captor, Ramón Fernández-Luna, apodado el Sherlock Holmes español, jefe de la Brigada de Investigación Criminal de Madrid, “un tipo que se disfrazaba de apache —criminales franceses conocidos por su salvajismo y sus tatuajes— para atrapar a los delincuentes por las tabernas de la ciudad”. Fernández-Luna era una feliz extravagancia entre la corrupción y la brutalidad dominantes en la policía de la época, cuyos modales no diferían mucho de los de sus perseguidos.
“La historia de esos años suele mostrarse desdibujada, cuando no directamente mutilada”, explica Rocha
En Barcelona, uno de los personajes más delirantes adscritos a la ilegalidad más siniestra fue el autoproclamado barón Koening —su nombre real era Federico Stallman—, un estafador de origen alemán y largo recorrido internacional que terminó haciéndose cargo, con consentimiento policial, de La Banda Negra, el grupo de pistoleros mercenarios con el que la Patronal no dudó en combatir las reclamaciones laborales de los sindicatos anarquistas. Los sindicalistas respondían no pocas veces a la amenaza terrorista de la ultraderecha utilizando contra el enemigo sus famosas pistolas Star.
Fuera de las ciudades la fauna criminal no era tan variada ni suculenta, aunque la pobreza generalizada ayudaba a que existiesen vulneraciones sistemáticas de la ley. El caso más emblemático es el de los últimos bandoleros andaluces, cuyas acciones contra los poderes fácticos (señoritos, patrones, curas, etc.) estaban cubiertas de cierto halo romántico. “El pueblo llano, analfabeto y semiesclavo, no quería aquella vida, pero tampoco conocía otra. Por eso, cuando estos tipos robaban y escarmentaban a los mismos que machacaban al pueblo, eran tomados por héroes”, explica el periodista Víctor Martín, autor de La ley de la sierra (Círculo Rojo, 2012). Ese romanticismo fue creciendo con el tiempo y la proliferación de leyendas, pero tuvo un caldo de cultivo perfecto en la humildad total de los desposeídos: “Los terratenientes formaban partidas de escopeteros a sueldo, ponían precio a la vida de estos hombres... para nada, porque la gente los seguía ocultando y ayudando”.
VV.AA.
La Felguera Editores, Madrid, 2016, 566 págs.