'La reconquista'. El corazón en el futuro
Llega a los cines la película más reciente de Jonás Trueba, un juego de espejos sobre la identidad y el amor que retrata las calles y la arquitectura de Madrid con sentido poético
La vida como simulacro
De todas las armas posibles para luchar contra el avance inexorable del tiempo, la música es quizá la más poderosa. Las películas de Jonás Trueba son a su manera también álbumes musicales en los que sus cadencias y versos permanecen intactos frente a las devastaciones de la vida. En La reconquista parece explorar esta idea con más precisión que en sus anteriores trabajos, y eso que Todas las canciones hablan de mí (2010) hacía referencia desde su propio título a un relato de desamor que se ponía al servicio de su banda sonora, que una intepretación de El Hijo filmada en movimiento circular panorámico dividía en dos partes Los ilusos y que Los exiliados románticos (2015) surgió de un viaje por Francia acompañando la gira de Tulsa, cuyo tema “Oda al amor efímero” actuaba como hilo conductor, incluso catalizador del filme. La música que todo lo abarca y todo lo expresa en La reconquista es la del cantautor Rafael Berrio, quien incluso interpreta a un personaje-avatar de sí mismo en la película.
Sus películas son casi álbumes musicales en los que los versos permanecen intactos ante la devastación vital
Jonás Trueba permite que la vida, con sus contradicciones, entre en su cine. La tensión más fructífera de sus películas es acaso la que viene dada por el deseo de estilizar, poner en forma, la inmediatez del registro, y crear una distancia entre lo que viven los personajes y lo que desean vivir. Su cine especula con la necesidad de corregir la vida, acaso de embellecerla. Como canta Berrio en el hermosísimo tramo de La reconquista que se ofrece prácticamente como una película-concierto —bajo intensos focos rojos y azules, que pintan el rostro de los personajes con el cromatismo de sus emociones—, la vida se vive “como si fuera un simulacro, como si tuviera el don de vivir dos veces”. Trueba parece emplear estos versos como estructura de su película, una hermosa reflexión sobre cómo las relaciones del pretérito adolescente marcan y determinan lo que somos y lo que sentimos frente a las erupciones del corazón.
Así empieza La reconquista: la pareja se reencuentra en el mismo punto del Madrid encantado donde terminaba Todas las canciones hablan de mí. [Ningún cineasta filma la arquitectura madrileña con la cercanía y el sentido poético con que lo hace Trueba.] Manuela le pregunta a Olmo: “¿No te acuerdas?”, como si de hecho el cineasta lanzara un guiño a sus espectadores más fieles. No son los mismos personajes, obviamente, pero todas las criaturas de Trueba comparten un espíritu, un carácter, una actitud existencial. El primer gesto de Manuela es entregarle una carta a Olmo, que este lee en silencio, pero el espectador no conocerá su contenido hasta el final del metraje. Es una carta que él escribió para ella 15 años atrás, y que venía a sellar la ruptura de la relación.
Una carta desde el pasado
La carta transporta a Olmo directamente a la adolescencia que compartieron y en la que se prometieron amor eterno, de modo que ambos personajes, en la noche de reencuentro que la película invita a vivir con ellos —copas, canciones y bailes, conversaciones y recuerdos, etc.—, parecen reencarnarse en el yo que fueron años atrás y que quizá habían olvidado. Ella es un espíritu libre que vive en Buenos Aires y no cree en la idea de la pareja, porque incluso se ha demostrado científicamente que es imposible. Él es un traductor que acaba de mudarse a vivir con su novia actual, que interpretada por Aura Garrido aparecerá en un breve bloque que actúa como determinante bisagra de las dos partes del filme. La carta es el puente tendido entre dos espacios temporales, allí donde se concentran 15 años en una noche. La narrativa epistolar, como ocurría en Todas las canciones hablan de mí —donde junto a las librerías de viejo y el final de la juventud era uno de los elementos en extinción de la película—, da forma y sentido al reencuentro.
Trueba filma el no-beso más largo de la historia del cine: casi dos minutos de prolongado misterio
La segunda parte de La reconquista solo puede existir en manos de un cineasta valeroso y determinado que no le teme a los saltos al vacío. El relato retrocede a los 15 años de Manuela y Olmo, cuando eran compañeros de clase y se enamoraron. Otro código, otra energía, otros actores (Candela Recio y Pablo Hoyos) toman el mando de la película. Lo que se ve bien pudiera ser el sueño o la memoria de Olmo mientras duerme la resaca, o quizá la fijación por instantes, personas y sentimientos que hemos idealizado, pero que un regreso al pasado no haría si no revelar sus patetismos. Es en todo caso la exploración del pretérito para revelar un presente en el que Trueba filma el no-beso más largo de la historia del cine: casi dos minutos de prolongado misterio, de dos rostros absortos en la duda. La película bucea en lo que fuimos para explicar lo que somos. Esa es su (re)conquista. Al final, rompiendo la cuarta pared, adquieren pleno sentido los versos de Juan Antonio Gonzalez-Iglesias (Salamanca, 1964) extraídos de Confiado (Visor, 2015) que abren la película. Como el poeta, Trueba pone el corazón en el futuro. Y espera, nada más.
Escrita y dirigida por Jonás Trueba
Con Francesco Carril, Itsaso Arana, Candela Recio y Pablo Hoyos
En cartelera.