'El porvenir'. Tristes revelaciones
Mia Hansen-Løve lanza una mirada íntima a la crisis de una mujer madura en mitad de la zozobra política de la Francia de Sarkozy
“Mis hijos se han independizado, mi marido me ha dejado, mi madre ha muerto… Nunca fui tan libre”, dice Nathalie Chazeau, interpretada por Isabelle Huppert, en un momento de El porvenir, la nueva película de Mia Hansen-Løve (París, 1981). Como bien resume esa línea de diálogo, la protagonista se enfrenta a su primer verano sola consigo misma en mucho tiempo: Nathalie, que roza los 60 años, ha aceptado de manera estoica que Heinz, su esposo (André Marcon), se haya enamorado de otra mujer y, también durante esos días, ha perdido a una madre frágil de ánimo (Edith Scob), cuya depresión la obligaba a estar continuamente pendiente de ella. Ahora, en efecto, es más libre pero, tal y como enseña Hansen-Løve, Nathalie no ha salido indemne de la sacudida. Tampoco hundida.
Inspiradas en ella o en personas de su entorno, sus historias indagan en las intimidades de los cambios vitales
El cine de Hansen-Løve, con cinco largometrajes incluido El porvenir, indaga en las intimidades de los cambios vitales. Sus historias a menudo están inspiradas en sí misma o en personas queridas de su entorno —el protagonista de El padre de mis hijos (2009) es un trasunto de Humbert Balsam, el productor de su primera película, Todo está perdonado (2007); en Un amour de jeunesse (Primer amor) (2011), la cineasta hace de sus experiencias adolescentes material cinematográfico; Eden (2014), por último, tenía como protagonista la versión ficcional de su hermano, cuando el joven era DJ habitual de la noche parisina— y todas son relatos de pérdida y de resignación, que se fijan en la capacidad de sus personajes de construir lazos afectivos cuando todo parece ir en contra. También sucede en El porvenir, basada en parte en las experiencias de su madre, Ole Hansen-Løve, quien, como Nathalie, es profesora de filosofía y, del mismo modo que la protagonista, se separó de su marido cuando la cineasta apenas tenía 20 años. “Nunca hago una película que sea una imagen literal de mi vida”, contaba la directora en una entrevista reciente en The Guardian. “Pero todas —añadía— son trasposiciones, inspiraciones de gente que conozco. La idea de hacer retratos es siempre lo primero que me viene a la cabeza. Gente que he conocido y querido o que ha desaparecido.”
En El porvenir todos desaparecen un día de la vida de la protagonista. Desempeña los papeles de hija, madre y esposa (hacia el final del filme, también como abuela), y la película la sigue también profesionalmente en sus clases de filosofía en el liceo, como consultora de una editorial que publica colecciones de ensayos sobre clásicos y como mentora de Fabien (Roman Kolinka), un exalumno brillante que ha optado por irse a vivir al campo para inmunizarse de las trampas del capitalismo. En los primeros compases de la película, Nathalie lleva una vida pautada según lo logrado y construido año a año, década tras década. Pero una vez el motor del cambio hace acto de presencia en su vida, también lo hace la desazón. Porque a pesar de que nuestra heroína le diga a Fabien que “con estar llena intelectualmente” le basta para superar este nuevo escollo que se le ha presentado con la separación matrimonial, Hansen-Løve solo necesita una imagen para enseñarnos que en realidad su protagonista camina ahora por el barro.
Pese a su aparente entereza y rectitud racional, Nathalie no es un personaje arisco y de dobleces, como muchos de los que suele interpretar últimamente Huppert. Hansen-Løve nos enseña justo lo contrario: a una protagonista vulnerable y herida. Es probable que El porvenir sea la película en la que más veces aparece la actriz con los ojos empañados, aguantando las lágrimas o agarrada a una almohada sollozando, aunque el melodrama esté modulado aquí de manera diáfana, sin exaltaciones sentimentales. “Creía que me amarías para siempre. ¡Qué idiota!”, exclama el personaje de Huppert a su marido cuando este le confiesa que va a dejarla, y su lamento aparece antes como una triste revelación que como queja romántica.
Pero El porvenir no es tan solo el retrato de la crisis de una mujer madura, sino también una mirada de soslayo a lo político y al devenir de la Francia de los años de Sarkozy, en los que ocurre la película. Al principio del filme se ve a Nathalie en el metro leer El perdedor radical: ensayo sobre los hombres del terror, de Hans Magnus Enzensberger, obra de la que discutirá con su alumno predilecto en otro tramo de la cinta —“No me gusta cómo confunde radicalismo con terrorismo”, le espetará el joven—. Las huelgas estudiantiles cortan el paso de los chavales que quieren entrar en el Liceo y al personal educativo, con proclamas de un sesentayochismo de segunda mano. Un par de secuencias más adelante, en una comida familiar antes de la separación, Heinz y Nathalie se reirán de una antigua amiga al tildarla de “estalinista repulsiva”, mientras que ya en el segundo tramo del filme Fabien le reprochará a Nathalie el aburguesamiento de una generación que en vez de detener el avance neoliberal contribuyó a la decadencia de la socialdemocracia.
Lo que viene
Hansen-Løve va en busca del retrato lo más minucioso posible de un choque generacional que huye del ajuste de cuentas
Ese podría ser el porvenir —el que denuncian Fabien y sus compañeros filósofos de comuna campestre— al que alude el título de la película, hilvanado en el relato de la crisis personal que sufre Nathalie por contraste. Pero a Hansen-Løve no parece interesarle elaborar una retahíla de reclamaciones, sino que va en busca del retrato lo más minucioso posible de un choque generacional que si por una parte anuncia los cambios de modelos de lucha y militancia política que practicarán los jóvenes, huye del ajuste de cuentas. “Yo ya soy muy mayor para el radicalismo. Mis ambiciones son más modestas: enseñar a alumnos como tú a saber pensar por sí mismos. Creo que no lo he hecho mal del todo”, responderá la heroína a su expupilo tras el reproche a su dejadez política.
Intelectual sin caer en la pedantería o ser trasnochada, emocionante sin abrazar la sensiblería, El porvenir es también la reivindicación de una Huppert magnífica en el papel de una mujer que asume la volubilidad de la existencia, sabedora de que posee las herramientas suficientes para sobrellevar ese mal periodo y poder asomarse, así, al futuro. Y por cómo pone en escena Hansen-Løve ese mañana, no sería arriesgado afirmar que apuesta por la esperanza. Pese a todo.
Escrita y dirigida por Mia Hansen-Løve
En cartelera