La paciencia de los griegos se agota
El Gobierno de Tsipras se debate entre la presión externa para alcanzar los objetivos fiscales y el hartazgo de los ciudadanos
Tras la tensión causada por las largas negociaciones en Bruselas el pasado julio, parecía que las decisiones más duras que debía tomar Tsipras habían quedado atrás. Pero desde entonces, los acontecimientos sugieren que 2016 también estará lleno de incertidumbre y ansiedad. La puesta en marcha de las medidas acordadas el pasado verano, la necesidad de resucitar los bancos griegos, la búsqueda de fórmulas para encarrilar la economía y la constante obligación de satisfacer a los acreedores y gestionar el fracaso de la crisis más importante que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial han puesto una gran presión sobre Tsipras, que recientemente celebró su primer aniversario en el cargo.
Durante la huelga general del pasado 4 de febrero, entre 40.000 y 50.000 personas protestaron en Atenas en una de las manifestaciones más numerosas de los últimos años. ¿Protestaban contra Syriza o contra las políticas que los acreedores internacionales están imponiendo a Grecia? Lo cierto es que esta respuesta no es tan importante. Una pancarta resumía el estado de ánimo perfectamente: “Nuestra paciencia se ha acabado”.
Nunca antes se habían juntado en las mismas protestas agricultores, ingenieros, abogados y médicos
Es el resultado de la fatiga vivida durante cinco años y medio bajo la austeridad de un programa de ajustes que ha fracasado en levantar a Grecia y en el que ya casi nadie cree. También es el hartazgo de llevar algo más de un año bajo un Gobierno de Syriza que prometió una senda económica distinta, justicia, transparencia y un cambio genuino, pero que no ha podido cumplir en ninguno de estos frentes. Esto crea una mezcla peligrosa que Tsipras debe manejar con cuidado.
El impacto de las recientes manifestaciones no tiene tanto que ver con su tamaño o intensidad, sino con el amplio abanico de sectores sociales involucrados. Nunca antes durante la interminable crisis griega se habían juntado en las mismas protestas agricultores, ingenieros, abogados y médicos. Tsipras ha disparado su indignación al elegir incrementar sus contribuciones a la Seguridad Social en lugar de recortar las pensiones. En cualquier caso, si hubiera optado por recortar de nuevo estas últimas (que ya han sufrido 11 recortes desde el inicio de la crisis, siendo la pensión media de 664,9 euros), el primer ministro habría sufrido la ira de los pensionistas (la paga de retiro en Grecia sufre también por la falta de un buen sistema de bienestar).
Tsipras está atrapado, arrinconado, como demuestra el hecho de que el Fondo Monetario Internacional (FMI) parece insistir en recortar las pensiones como el principal camino para que Grecia ahorre 1.800 millones de euros este año (el equivalente al 1% del PIB) y alcanzar así sus objetivos fiscales.
El FMI cree que la economía griega no puede introducir más impuestos y que el gasto público se ha reducido al máximo posible. La directora de esta institución, Christine Lagarde, afirma que si Grecia no recorta las pensiones para cumplir los objetivos, el ahorro tendrá que venir de la condonación de la deuda con la eurozona. Y teniendo en cuenta que los socios de Grecia no quieren considerar esas medidas, o al menos dar pasos que lleven a un ahorro significativo, el Gobierno no tiene por dónde salir.
El absurdo de la posición griega no acaba ahí. El país se gasta un 17% de su PIB en las pensiones —por encima de la media de la UE—, una cifra que ha crecido desde el 12% del que partía cuando comenzó la crisis, debido a la contracción de la economía en un cuarto. Al mismo tiempo, el número de trabajadores griegos ha caído hasta los 3,6 millones, menos de la suma de los 2,6 millones de pensionistas y los 1,2 millones de parados juntos.
El aumento del desempleo durante la crisis ha causado serios daños en el fondo de las pensiones. El principal fondo de la Seguridad Social (IKA) ha visto cómo se ha desplomado el nivel de contribuciones de los trabajadores en un 31,5% entre 2010 y 2014 como resultado del paro y la reducción de salarios. Tsipras está agonizando para conseguir esos 1.800 millones de euros, con dudas sobre si su Gobierno podrá sobrevivir cuando solo el IKA ha perdido 16.500 millones de euros en cinco años.
La paradoja griega
La paradoja a la que se enfrenta Grecia es que necesita crecer para recuperarse, pero también cumplir con el programa de rescate, que provee la única fuente de financiación disponible en este momento. Para ello debe adoptar medidas —como el aumento del IVA, el recorte de las pensiones o el incremento del impuesto sobre la renta— que contendrán la economía.
Casi seis años después de que Grecia aceptara el primer paquete de rescate, parece que el país vuelve a la casilla de salida. Quizá Tsipras haya llegado al poder por sí mismo, pero no puede utilizar su encanto para salir de este aprieto.
La situación ha empeorado por la obstinada y naif estrategia de negociación en la que su Gobierno se empeñó el año pasado, que arruinó los primeros signos de recuperación de la economía y debilitó a los bancos. Se espera una contracción en la economía griega del 0,7% del PIB este año, antes de que el crecimiento vuelva en 2017. A pesar de haber sido recapitalizados por tercera vez a finales del año pasado, los bancos nacionales tienen todavía que jugar un activo papel en la recuperación económica. Todavía están curándose las heridas tras haber perdido más de 40.000 millones de euros en depósitos en los meses anteriores a que se impusiera un control del capital a finales de junio.
La sensación de que Grecia está atrapada se refleja también en la crisis de los refugiados. Como en las negociaciones del rescate, el Gobierno de Tsipras pasó la mayor parte del año pasado sin darse cuenta de la urgencia de la situación en la que se encontraba. La respuesta griega al récord de llegada de refugiados y migrantes (casi 900.000 en 2015) ha mejorado desde el pasado verano, pero se encuentra atrapada entre Turquía, que ve el flujo de gente hacia Europa como una herramienta que puede utilizar, y la Unión Europea, cuyos estados miembros y ciudadanos se oponen cada día más a su llegada.
El fantasma del Grexit
La incapacidad de la UE para impedir que los migrantes salgan de Turquía y la determinación de los países de Europa Central y del Este para limitar el número de refugiados en sus territorios significa que decenas de miles de ellos serán incapaces de salir de un país que está, también él mismo, atrapado.
El gran desafío de Tsipras es acabar con la imagen de paria de Grecia, a la que muchos ya han excluido de la UE
La gente llega a las costas de Grecia después de cruzar el mar Egeo en lancha cada día, mientras los países del norte levantan vallas e incrementan controles en las fronteras. Algunos en la UE afirman que Grecia no puede detener el flujo sin arriesgar la vida de los migrantes, así que no le queda más remedio que rescatarlos y registrarlos.
Su incapacidad hasta ahora de asegurar que el proceso de registro se lleve a cabo según los estándares que pide la UE ha causado una gran tensión con otros estados miembros, que solo quieren ver que el flujo desciende y no están interesados en escuchar argumentos sobre la falta de recursos y preparación.
El resultado es que, como en la crisis del euro, Grecia es considerada por muchos como un caso especial: un país incapaz de actuar de forma efectiva a menos que se sienta amenazado por un destino peor. La discusión sobre su salida de la UE (Grexit) o de Schengen se encenderá este año, pero en su cabeza muchos ya han excluido a Grecia, a la que ven como un Estado paria dentro de la zona euro y la UE.
Acabar con esta imagen es quizá más grande que ningún otro de los desafíos a los que se enfrenta Tsipras. Conseguirlo es una tarea que probablemente vaya más allá de su mandato, incluso si su Gobierno sobrevive a la tormenta actual.