La crisis cambia de manos en Brasil
La destitución de Dilma Rousseff despeja el camino para Michel Temer, apoyado por el mercado aunque casi tan impopular como su antecesora
La última votación del Senado, el miércoles 31 de agosto, cierra una etapa turbulenta que en cierta manera comenzó en la dura campaña electoral de 2014, se agravó por el choque frontal entre un Gobierno desorientado y un Congreso rebelde y culminó en el dilatado proceso de impeachment (o impugnación) que ha puesto fin a la carrera política de Dilma.
En cambio, su exvicepresidente Temer, a quien ahora acusa de “usurpador” y “golpista”, entra en el mes de septiembre ya ratificado en el Palacio de Planalto y dispuesto a completar el resto del mandato hasta el 31 de diciembre de 2018, salvo que ocurra un nuevo derrocamiento difícil de prever a estas alturas.
El PIB ha caído por sexto trimestre consecutivo y el paro ha pasado del 9% al 11% desde finales de 2015
A punto de cumplir 76 años, Temer en realidad lleva gobernando desde el pasado 12 de mayo, cuando su antigua aliada fue suspendida a raíz de la primera votación del Senado. Nada más llegar, cambió a todos los ministros —ni una sola mujer— y desde el primer día su Gobierno se comportó como si fuera definitivo, anunciando un gigantesco objetivo de déficit y emitiendo comunicados nada sutiles contra los vecinos bolivarianos por “propagar falsedades” acerca del impeachment.
Ya en la recta final del juicio a Dilma, mientras ella respondía durante horas a las preguntas de los senadores, su sustituto prefería hacerse selfies con los medallistas olímpicos brasileños y hasta probarse entre sonrisas un gorro de waterpolo. Todo para demostrar “absoluta tranquilidad”, dijo, ante el desenlace del proceso que ha terminado aupándolo hasta la Presidencia.
En estos más de tres meses, el mandatario y sus colaboradores de tendencia liberal se han ganado la confianza de los agentes económicos con sus planes para dejar atrás el intervencionismo de Dilma y abrir espacio a la iniciativa privada. Así, después de dos años de crisis aguda, los mercados están volviendo a animarse al tiempo que el sector productivo empieza a recuperar lentamente un optimismo moderado. Siempre teniendo en cuenta que el PIB acaba de registrar su sexta caída trimestral consecutiva y que el desempleo se ha disparado desde una tasa inferior al 9% a más del 11% desde finales del año pasado.
Confianza empresarial
Según una encuesta realizada entre una muestra de más de 70 empresarios, ejecutivos y especialistas, la mayoría cree que este Ejecutivo de centro-derecha conseguirá aprobar el ajuste fiscal e iniciar una agenda de reformas, aunque sea mínima y seguramente insuficiente para resolver los problemas estructurales del país.
El estudio de la consultora Macroplan, con sede en Río de Janeiro, constata un “aumento significativo de las expectativas positivas” en las últimas semanas. Entre junio y agosto, a medida que el impeachment fue asumiéndose como irreversible, los que apostaban por el “éxito” de Temer pasaron del 58% al 67%, mientras que los pronósticos negativos se redujeron del 42% al 33%.
“El presidente cuenta con el respaldo del mercado y del sector empresarial para llevar adelante su agenda”, explica desde Brasilia el politólogo Juliano Griebeler. “Lo que el Gobierno necesita ahora es mostrar capacidad para aprobar sus propuestas en el Congreso, algo que Dilma no consiguió hacer”, advierte. Entre esos proyectos prioritarios se incluyen una impopular reforma de las pensiones y una enmienda constitucional para fijar un techo de gasto público.
Para Griebeler, “la conclusión del impeachment no es el fin de los problemas para Temer”. Porque a partir de ahora, el veterano mandatario “necesita esforzarse para mostrar resultados” y corre el riesgo de que se abran grietas en su amplia coalición parlamentaria. “Sin un enemigo en común y con las elecciones municipales [de octubre] en marcha, la luna de miel entre sus partidos aliados no tardará en dar señales de desgaste”, añade este especialista en relaciones gubernamentales de la empresa de consultoría Barral M Jorge.
Desprestigio
Y mientras los mercados tienen sus esperanzas depositadas en la gestión de Temer para que Brasil vuelva a la senda del crecimiento en 2017, la población no parece tan entusiasmada. Si bien es cierto que Dilma llegó a ser extremadamente impopular y su impugnación cosechó un apoyo abrumador en las encuestas, su sucesor tampoco está para grandes fiestas a juzgar por sus raquíticas cifras de aprobación.
De acuerdo con el sondeo más reciente, apenas un 14% de los brasileños considera “buena” o “muy buena” la gestión de Temer, frente al casi idéntico 13% que valoraba de ese modo a Dilma antes de su caída. La sensible diferencia está en el rechazo que despiertan uno y otro: el 31% tacha al nuevo presidente de “malo” o “pésimo”, mientras que en el caso de ella la desaprobación superaba el 60%.
LA TRANQUILIDAD DE TEMER. Michel Temer sonríe al probarse un gorro de waterpolo durante una ceremonia con los atletas olímpicos brasileños en la capital del país. tranquilidad de temer.ANDRESSA ANHOLETE / AFP / GETTY
Los resultados pueden considerarse razonables dado que ambos líderes, hoy firmes adversarios, en su día fueron felices compañeros de candidatura en dos elecciones consecutivas. Y sus respectivos partidos, el de los Trabajadores (PT) y el del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), gobernaron juntos durante más de una década antes de divorciarse debido a la traición del impeachment.
La propia Dilma Rousseff se refirió a la ruptura de esa antigua alianza durante su defensa ante el pleno del Senado en la capital brasileña. “Como todos, tengo defectos y cometo errores. Pero entre mis defectos no están la deslealtad ni la cobardía”, aseguró, sin mencionar por su nombre a quien fue su número dos por más de cinco años. “Lo que pretende este Gobierno es un verdadero ataque a las conquistas de los últimos años”, alertó, antes de enumerar riesgos como la posible desvalorización de las pensiones o una eventual privatización del petróleo y otras “riquezas naturales”.
Más que servirle para convencer a los senadores de que votaran por su absolución, la intervención final de la antigua guerrillera marxista dio el pistoletazo de salida para la nueva estrategia de resistencia al Gobierno Temer, encabezada de manera informal por el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Oposición de izquierda
Así lo analiza la periodista Helena Chagas, que asesoró a la heredera de Lula en su primera campaña presidencial y después ejerció como ministra de la Secretaría de Comunicación Social entre 2011 y 2014: “El discurso fuerte de Dilma dará munición al PT y sus aliados, que empiezan a andar los difíciles caminos de la oposición. Fue un adelanto de lo que estará en juego en las próximas disputas en torno a temas como el ajuste fiscal o el techo de gasto público”.
Fátima Bezerra, una de las senadoras del PT que se mantuvieron fieles a Dilma hasta el último minuto, adelanta que los suyos “seguirán radicalmente en la trinchera en defensa de la democracia”. “Vamos a continuar denunciando el golpe en Brasil y en el mundo, así como el carácter ilegítimo de este Gobierno, porque un Gobierno que no nace del voto en las urnas no tiene legitimidad”, afirma en una entrevista telefónica. “Y vamos a seguir cada vez más empeñados en impedir la agenda del golpe y la retirada de conquistas de derechos sociales de los trabajadores y del pueblo brasileño”, avisa Bezerra.
Lucha anticorrupción
Para esta senadora de la región Nordeste, donde Lula y Dilma solían obtener sus mejores resultados, “lo más repugnante del golpe en curso es exactamente la afrenta a la Constitución, a aquello que tiene de más soberano, que es el derecho del pueblo de escoger a sus gobernantes”. En su opinión, “es inaceptable e injustificable que un colegio electoral de 81 senadores juzgue y condene a una presidenta inocente, cuando más de la mitad del Congreso ni siquiera está en condiciones morales porque responde a investigaciones y denuncias”.
Los escándalos de corrupción amenazan con hacer tambalearse al nuevo ocupante del Palacio de Planalto
Precisamente esos escándalos de corrupción, como el que se investiga en la operación Lava Jato en torno a la compañía semiestatal Petrobras, son uno de los nubarrones que amenazan con hacer tambalearse también al nuevo ocupante del Palacio de Planalto. Al haber gestionado ministerios y numerosos altos cargos en los últimos años, los dirigentes del PMDB de Temer están tan salpicados como los del PT de Dilma, tanto que varios de ellos aparecen mencionados con frecuencia en las filtraciones sobre sobornos millonarios.
“La Lava Jato seguirá creando inestabilidad política para el Gobierno”, prevé el politólogo Juliano Griebeler. En concreto, la delación que está negociando la constructora Odebrecht con los investigadores “promete afectar a la mitad de los diputados, senadores y gobernadores” así como “perjudicar a ministros próximos a Temer”, según el consultor.
En definitiva, Brasil apenas ha disipado la incertidumbre en torno a quién gobernará —en principio— hasta las próximas elecciones presidenciales de 2018, pero los problemas de fondo parecen lejos de resolverse. Solo que los protagonistas han cambiado de lado: quienes antes intentaban aprobar medidas de austeridad desde el poder ahora las criticarán desde la oposición, y aquellos que pretendían desvincularse de la culpabilidad de la crisis no tendrán más remedio que asumir su responsabilidad en la búsqueda de soluciones no siempre populares. Atrás queda, para los libros de historia, uno de los capítulos más dramáticos de esta democracia todavía joven.