23/11/2024
Literatura

Jaroslav Hašek. El buen soldado y la historia idiota de Europa

Esta novela, inconclusa por la prematura muerte del escritor, es un relato antibelicista que dialoga con la gran literatura europea

Álex Matas - 15/04/2016 - Número 29
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Jaroslav Hašek. El buen soldado y la historia idiota de Europa
Jaroslav Hašek. Ilustración de Vzpominej.nm.cz
En El narrador, Walter Benjamin explica que los soldados que participaron en la Gran Guerra regresaban enmudecidos del frente. Los que volvían vivos de los campos de batalla no decían nada de la que fue la primera guerra tecnológica y la de mayor capacidad mortífera de la historia. Oficialmente, este silencio se rompió con la irrupción de la famosa novela Sin novedad en el frente. En 1929 el poderoso editor alemán Franz Ullstein publicaba el conmovedor alegato pacifista que había escrito un superviviente de la guerra, Erich Maria Remarque. Gracias a las expectativas creadas por una muy eficaz campaña de publicidad, el libro se convirtió desde el primer día en un éxito de ventas, se tradujo inmediatamente al inglés y al francés, en 1930 se filmó la adaptación cinematográfica y su autor devino una celebridad de fama internacional. La novela de Remarque puso fin al silencio y todo el mundo convino en que era ya hora de publicar libros sobre la guerra. Sin novedad en el frente, que estuvo entre los muchos libros que ardieron en 1933 tras la toma del poder de Hitler, contribuyó paradójicamente a despertar la conciencia patriótica de los alemanes, que comenzaron a ver en la guerra y en las duras sanciones impuestas por el Tratado de Versalles el origen de todas sus dificultades.  

Pero antes de que todo esto sucediera, Jaroslav Hašek (Praga, 1883 - 1923) había ya publicado Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial, una novela antimilitarista de un signo muy diferente. Por lo menos tres de los seis libros que tenían que componer la obra que su temprana muerte dejó inconclusa. Hašek había narrado las asombrosas aventuras del recluta Švejk, un bufonesco soldado al que eximieron del servicio militar por idiota y que antes del estallido de la guerra vivía de falsificar árboles genealógicos de perros callejeros sin pedigrí que vendía como si fueran nobles purasangres. El protagonista de la novela de Hašek es un idiota estrafalario y un charlatán que exaspera a los mandos del ejército provocando incontables malentendidos. Švejk es una figura antagónica a la de  Paul Bäumer, el protagonista de la novela de Remarque, que pretendidamente personalizaba el doloroso destino y el sufrimiento individual del desconocido soldado alemán, cuya inocencia había sido sacrificada. Si la novela de Remarque seguía instalada en el sentimentalismo y procuraba la identificación del lector con un soldado al que se le seguía concediendo una cualidad heroica, la novela de Hašek trataba de preservar la “vida real”, como dice el autor en una de las notas de la novela.

El fin del Imperio austrohúngaro

Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial es una novela sobre el fin de un viejo orden político, aunque no haya en ella ni una pizca de nostalgia. Como en el caso de otros clásicos de la literatura centroeuropea, la dinastía de los Habsburgo y el papel preponderante en política que había desempeñado el Imperio austrohúngaro están muy presentes. De hecho, la familia real aparece ya en la primera página. El buen soldado Švejk es detenido, primero, y reclutado, después, por el simple hecho de haber pronosticado en voz alta el estallido de la guerra tras el asesinato del archiduque Fernando en Sarajevo. Esta escena inicial tiene lugar en la Taberna del Cáliz, cuyo prudente propietario es detenido también por el anodino gesto de haber retirado de la pared del local un antiguo retrato de su majestad “embadurnado de cagadas de mosca”.

La novela cuenta las aventuras de Švejk, un bufonesco soldado eximido del servicio militar por idiota

La novela recurre a la figura esclerótica y embalsamada del viejo emperador Francisco José I con la finalidad de mostrar la decadencia de un imperio que, como escribió Zweig en El mundo de ayer, “estaba gobernado por ministros viejos: era un estado sin ambición que únicamente esperaba mantenerse intacto a base de rechazar todos los cambios radicales”. En 1914, del espléndido Imperio austrohúngaro solo quedaba la corte barroca convertida en museo, una anacrónica inclinación a las añoranzas místicas y una figura, la del emperador, que por ella misma ya no justificaba la existencia de una inercia burocrática incapaz de armonizar las muchas fuerzas centrífugas que disgregan la antigua unidad política. De este modo, Švejk, súbdito del emperador, asiste a ceremonias donde viejos coroneles momificados pasan revista a una desmotivada soldadesca; sufre en primera persona el maltrato de los oficiales formados en las academias vienesas, que ejercen preferentemente su violencia contra los reclutas checos; participa de las trifulcas entre los soldados checos y los húngaros, que alimentan su odio recíproco incluso bajo la misma bandera, aunque luchen contra un enemigo común, etc.

Con el paso de los años, la figura simbólica del emperador, aislado y solitario en la corte de Viena, reapareció como un lugar común en todas aquellas novelas que recrean el colapso imperial. Los súbditos del vasto Imperio austrohúngaro, desde las remotas naciones alejadas de la capital, percibían a Francisco José I como la residual presencia de una simple trama administrativa y burocrática que no motivaba ya su adhesión. En El hombre sin atributos, Musil narró precisamente las postrimerías del imperio mediante el trasunto literario de Kakania, que se prepara durante los meses previos al estallido de la Primera Guerra Mundial para conmemorar el septuagésimo aniversario de la subida al trono del emperador Francisco José I. La desnortada y decadente Kakania aspira a organizar unos fastos suficientemente esplendorosos como para competir con los que se preparaban en Alemania con motivo de la conmemoración del trigésimo aniversario del reinado del emperador Guillermo II. Y el desajuste entre las majestuosas pretensiones de la corte imperial y la realidad política y militar de la modernidad europea es también el argumento de La marcha Radetzky, de Joseph Roth. También en este caso, la figura del emperador está presente desde la primera escena de la novela, cuando el joven suboficial Trotta salva su vida en la batalla de Solferino, de 1859. Desde ese momento, el joven soldado se convierte en el “héroe de Solferino” y ve cómo una anécdota bélica se convierte en una distorsionada hazaña legendaria que recogerán los anales de historia y que leerán los alumnos de todo el imperio en los manuales escolares oficiales. El aura mítica de ese humilde súbdito del imperio, ennoblecido por el emperador, que se había visto obligado a abandonar su tierra natal de Eslovenia para vivir en la cortesana Viena, sigue viva hasta el momento en que su nieto, el último miembro vivo de la vieja estirpe del “héroe de Solferino”, muere de un modo nada heroico en la guerra del 14. El joven soldado, inepto para la caballería, cae lejos del campo de batalla e incumple prosaicamente las expectativas de heroicidad. Es, al igual que Švejk, uno más entre una variopinta multitud de soldados a los que ya no ilumina la omnipresente figura ornamental del anciano emperador que se apaga.

La novela de Hašek se inscribe en una tradición de la literatura centroeuropea que suele adoptar las formas clásicas del humor. Podemos ver, por ejemplo, ecos de la picaresca española cuando Švejk se convierte en el asistente del capellán castrense Katz. También puede reconocerse una evocación de Cervantes en el aire sanchopancesco de Švejk cuando asiste al mujeriego y ensimismado teniente Lukáš; y también observamos la presencia de Rabelais en el pantagruélico asistente Baloun. Como sucede con sus compatriotas Kafka, Kundera o Hrabal, Hašek no se adhiere simplemente a la tradición literaria europea, sino que adopta unos modelos conocidos y los transforma para arrojar luz sobre problemas particulares que atañen a la memoria histórica y política centroeuropea.

El antiheroísmo de Švejk

Para Hašek la guerra no tiene nada que ver con el heroísmo, ni con las hazañas admirables ni las conductas ejemplares. Ni tan siquiera contempla ejemplaridad en la actitud de los inocentes soldados que cumplen ilusionados con los protocolos y que obedecen disciplinadamente órdenes, como sugería la obra de Remarque. La guerra tiene que ver, sobre todo, con la percepción desconcertada y fragmentaria de un escenario violento que no acaba nunca de comprenderse. Esto es lo que había mostrado ya Stendhal en el célebre inicio de La cartuja de Parma, cuando Fabrizio, el adolescente lombardo que se suma a las tropas francesas, es confundido en Waterloo con un espía al desorientarse y no saber qué actitud mostrar. Y también lo había mostrado Tolstoi en Guerra y paz, cuando Pierre vagabundea distraído por el campo de batalla en Borodinó y llama la atención de la aburrida tropa, que sospecha que tras la apariencia excéntrica de ese soldado puede esconderse un espía.

Para Hašek la guerra no tiene nada que ver con el heroísmo o con hazañas admirables o con conductas ejemplares

En Waterloo y en Borodinó la figura de Napoleón todavía está viva. Durante el siglo XIX cautivó a todos los ciudadanos que albergaban secretamente la esperanza de gloria y prestigio: cualquiera podía convertirse en emperador. Stendhal y Tolstoi sugirieron ya en sus novelas que la gloria y la fama de los generales y los oficiales valerosos tenían en realidad muy poco que ver con la guerra. Al igual que ellos, Hašek sostiene en el prólogo del libro que los “grandes hombres” de su época no se parecen en nada al glorioso Napoleón. En Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial, el clásico paisaje de la batalla se ha visto desplazado por los nuevos escenarios de la guerra del 14. Švejk, por ejemplo, es acusado de ser un espía ruso en una gendarmería, cuyo responsable busca su ascenso rellenando escrupulosamente impresos, revisando expedientes y redactando informes sobre supuestos confidentes o informadores del enemigo. Los malentendidos de toda clase protagonizados por Švejk —llamadas telefónicas desatendidas, telegramas extraviados, mensajes secretos codificados en palabas clave indescifrables, etc.— acontecen en los vagones de tren, las enfermerías y en los burdeles móviles, donde él y el resto de soldados esperan de sus superiores toda clase de órdenes contradictorias.

La Primera Guerra Mundial significaba la culminación de un largo proceso secular que había ido mermando poco a poco la capacidad de los ciudadanos de intercambiar experiencias. Según Walter Benjamin, la novela burguesa, con su distintivo sentimentalismo, sería una más de las fuerzas productivas del individualismo que habrían aislado a lo sujetos, privándolos de experiencias colectivas como la que les proporcionaba antiguamente el arte de narrar. Este diagnóstico acerca del silencio de los combatientes, sin embargo, llevaba implícito el deseo de que naciera una nueva narrativa capaz de restituir aquella experiencia colectiva perdida. Una modalidad de relato épico donde no cupiera el heroísmo, y que fuera tan singular y extraordinaria quizás como Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial. Así lo interpretó Bertolt Brecht, al que tanto admiraba Benjamin, que significativamente continuó con las Aventuras de Švejk en la Segunda Guerra Mundial y dio continuidad a la fábula antimilitarista de Hašek.

Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial
Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial
Jaroslav Hašek
Traducción de Fernando Valenzuela
Acantilado,
Barcelona,  2016,
816 págs.

Impresiones del traductor

Fernando Valenzuela
Pocos libros han tenido tanto impacto nada más ser publicados. Entre ellos El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha y algunas de las más breves e intensas obras de Shakespeare, El rey Lear, Hamlet o, mi preferida, El sueño de una noche de verano.

La literatura checa, escrita en checo o en alemán, nos ha regalado algunas de las mejores obras de los últimos siglos. Desde Kundera hasta Hrabal, pasando por Karel Capek o Jan Neruda, la cosa no tiene dudas, y si añadimos a Franz Kafka y Jaroslav Hašek, ya no digamos. Estos dos últimos nacieron el mismo año de 1883 y murieron poco después de cumplir los 40. Cada uno a su modo, descubrieron los secretos del mundo en que vivimos, las tramas del dominio al que los hombres se ven sometidos por el sistema.

Kafka reveló las trampas que tiende el mundo en lo que en castellano se publicó como La metamorfosis, para grave indignación de Jorge Luis Borges, que ateniéndose con precisión al alemán llamó siempre La transformación.

Hašek emprendió la misma tarea en lo que en castellano se llamó por primera vez El bravo soldado Schweik, traducida directamente del alemán, y la segunda, Las aventuras del  soldado Svejk, palabra esta (aventuras) que ha sido tajantemente descalificada como traducción del checo osudy (destinos) por Milan Kundera y por Karel Kosik. Poca suerte tienen las grandes novelas con los títulos que les ponen en  castellano. Y a veces no solo con los títulos.

A mediados del 66, más o menos, decidí que debía leer Los destinos del buen soldado Svejk durante la guerra mundial si quería hablar el checo que hablaban mis amigos y no el que me habían enseñado mis profesores. En pocos países se hablan idiomas tan distintos en el aula y en la calle. Son casi dos idiomas diferentes, y hay que saber los dos.

Empecé a leer y no paré de asombrarme. Es una fantástica serie de acontecimientos dramáticos, tan dramáticos como corresponde a una guerra tan feroz como aquella. Sin embargo, durante su lectura es imposible parar de reírse a carcajadas.