El bombardeo implacable sobre el secretario general del PSOE que la aviación gubernamental y las escuadrillas mediáticas a su servicio llevan a cabo desde las elecciones del 20 de diciembre, redoblado a partir del 26 de junio y del 25 de septiembre, pretendía la abstención y consiguiente investidura de Mariano Rajoy como presidente del Gobierno. Sánchez El Empecinado ha sostenido su negativa cada vez más en solitario, suscitando la admiración de los acérrimos decrecientes que puedan quedarle y la furia de quienes, con responsabilidades de Gobierno en ejercicio o visión más amplia de país, se declaran incapaces de comprender una actitud que prorroga a un Rajoy en funciones y aboca a una tercera convocatoria electoral de pronóstico reservado para los socialistas.
El acoso brutal durante meses lanzado por Rajoy y sus aliados mediáticos ha activado en el agredido máximas energías de resistencia mientras surgía en las filas del PSOE una disidencia cada vez más visible, contraria a la opción que dieron en llamar Frankenstein. Sánchez no estaba por rendirse y dio en pensar que el recurso a la militancia podría ser el antídoto a la soledad en que se iba quedando. Al actual secretario general del PSOE se le veía cada vez más imbuido de la razón que le asiste y más carente de apoyos. Daba la impresión de que caminaba hacia un socialismo como el de Reino Unido, capaz de aglutinar a la verdadera izquierda e incapaz de ganarse a los electores, obtener la mayoría parlamentaria y gobernar. La guerra es demasiado importante para dejarla en manos de los militares y el club tampoco puede quedar entregado a la hinchada del fondo sur, propensa a transmutar su función de claque sonora por la de propietaria de la entidad. Es mucho más relevante y mucho más numerosa la afición que sin exaltaciones extremas llena cada domingo el estadio y cada convocatoria las urnas. Pedro Sánchez, herido, ha intentado apurar sus recursos y atrincherarse en la militancia, pero antes de que esta haya podido comparecer se ha escuchado el rompan filas y ha estallado la guerra civil en el Partido Socialista.
Desde Chile tronaban las declaraciones de Felipe González a Pepa Bueno de la Cadena Ser, excluyendo que un secretario general pudiera disentir de los acuerdos que adoptara el inminente comité federal. Luego vinieron las dimisiones provocadas en la comisión ejecutiva con el propósito de que una gestora hubiera de hacerse cargo del partido y convocara otro comité federal en el que se fijaran nuevas fechas para un congreso extraordinario. Y la bronca estatutaria que, en vísperas de unas terceras elecciones, confirmaba el empeño denodado del PSOE de no ahorrarse ningún error. Veremos si tras esta guerra civil con aire de guerra santa acaba sobreviviendo como partido de gobierno, hegemónico en el centro-izquierda, o queda arrumbado por el viento de la confrontación en la playa de la insignificancia.