Sánchez se aferra a la militancia
El sector crítico da un golpe de mano para echar al secretario general, pero no logra su renuncia ni con la dimisión de la mitad más uno de los miembros de la ejecutiva. Los socialistas se despedazan y el PSOE se aboca a la irrelevancia
Es decir, que Sánchez se negó a la constitución de una gestora —que los críticos quieren que lidere el presidente asturiano, Javier Fernández— y consideró que lo que queda de ejecutiva y su secretario general —es decir, él— tienen legitimidad para conducir el partido a un congreso que, como dijo el secretario de organización, César Luena, es, en definitiva, lo que querían desde el principio “para que sean los militantes los que hablen”. Algunos de sus oponentes ya contemplaban esta negativa. “No se irá. Es capaz de recurrir a los tribunales civiles”, declaraba uno de los más destacados a AHORA.
Su baza son las bases
De hecho, la decisión de Sánchez de acudir a unas primarias exprés después del descalabro electoral del 25 de septiembre en el País Vasco y Galicia ya respondía a su intención de hacer frente a las intrigas de sus contrincantes internos arropándose en las bases del partido. La decisión del miércoles, respaldada el jueves por la mermada ejecutiva, también. Él sabe que desde que se empeñó en el “no es no” a la investidura de Mariano Rajoy —sin dar opción a una abstención ni parcial ni técnica ni de ningún tipo— y con su resistencia a las presiones internas y externas, que recibe desde hace meses para que facilite un gobierno del PP, ha multiplicado el apoyo de los militantes. Sus críticos también lo saben, por eso intentan quitárselo del medio cuanto antes. De ahí que desde Ferraz les acusen de intentar evitar que se pronuncien las bases.
Los veteranos creen que tras esta contienda tardarán años en recuperar el apoyo político y electoral
Así que a lo mejor Sánchez es un político cadáver, pero él considera que si tiene alguna posibilidad de resucitar y seguir al frente del partido es renovando el voto de los militantes, que son los que le eligieron hace dos años, con la ayuda, por cierto, de algunos de los notables y de los barones que ahora le quieren echar, entre ellos la presidenta andaluza, Susana Díaz, y el expresidente, José Luis Rodríguez Zapatero.
En esta guerra total en la que está inmerso el PSOE no se contempla más salida que la victoria total o la derrota total, sin términos medios, sin treguas ni armisticios. No hay tampoco, a diferencia de otras crisis, quien pueda mediar, porque de una u otra manera todos los dirigentes que podrían haber tendido puentes han tomado partido por Sánchez o contra Sánchez. Patxi López y el presidente asturiano, cada uno en un sector, por ejemplo. “Es el PSOE en O.K. Corral”, decía un barón autonómico.
Ganará un bando y perderá otro, pero nadie cree que el PSOE se vaya a recuperar de esta contienda “en muchos años”. Los más veteranos sostienen que la imagen de los socialistas despedazándose entre ellos tendrá un coste político y electoral que les perseguirá durante mucho tiempo y que, tal y como está la situación política en España, puede acabar por llevarles a la irrelevancia. De hecho, si finalmente el comité federal del PSOE o la gestora, si llegara a constituirse, decidiera la abstención en la investidura de Rajoy y hubiera un gobierno del PP, su papel en la oposición estará muy debilitado. Porque también en el grupo parlamentario están divididos y porque algunos de los más relevantes diputados, como Eduardo Madina, también se han quemado en esta pelea.
“Se ha vuelto loco”
Los socialistas tienen experiencia de guerras internas, pero ninguna tan cruenta y tan burda como esta desde que se recuperó la democracia. “Pedro se ha atrincherado en el cargo, no escucha a nadie, no habla más que con quienes le dicen lo que quiere oír, se ha vuelto loco”, dicen algunos de sus contrincantes. Pero también hay dirigentes que, manteniéndose hasta cierto punto neutrales, consideran que Sánchez cavó su tumba al lanzar el órdago de las primarias exprés con la oposición del sector crítico y sin haber contado previamente los apoyos que tenía en los órganos de dirección. En la ejecutiva, en el comité federal y en el grupo parlamentario, instituciones todas donde le han salido más críticos de los que creía tener.
Enemigos acérrimos
Los 17 dimisionarios de la ejecutiva, por ejemplo. Entre ellos están los fieles a la andaluza Susana Díaz, que esta vez sí parece que optará a la secretaría general del PSOE, Antonio Pradas, secretario de política federal, y los presidentes autonómicos de la Comunidad Valenciana, Ximo Puig, y de Castilla-La Mancha, Emiliano García Page, pero también algunos de los enemigos acérrimos de Sánchez, como Carme Chacón y Tomás Gómez. A este último le destituyó con un golpe de mano similar al que le han dado a él.
En esta guerra solo se contempla la victoria o la derrota totales. “Es el PSOE en O.K. Corral”, dice un barón
La dimisión de los miembros de la ejecutiva estuvo precedida de unas declaraciones del expresidente Felipe González en las que dijo que se sentía “engañado” por el secretario general, que le había dicho en julio que los diputados socialistas se abstendrían en la segunda votación de la investidura de Rajoy. A otro veteranísimo que se interesó por el motivo por el que había cambiado de opinión, Luena le dijo escueto: “Hemos evolucionado”.
Pérdida de apoyos
Así que Sánchez ha ido perdiendo el apoyo de buena parte de notables y barones con los que no se habla desde hace tiempo, si acaso se saludan cuando se cruzan. Ni siquiera para mantener las formas. Pero se siente reforzado por el apoyo que recibe de los militantes. “Como el líder del laborinismo británico, Jeremy Corbyn, pero con menos solidez política”, ironiza un crítico. La cosa viene, no obstante, de lejos, porque los críticos ya esperaban que un mal resultado el 20 de diciembre hubiera forzado su dimisión. El resultado fue malo pero colocó al PSOE en una posición central que su líder supo jugar.
Mientras el PSOE se hunde en la confrontación interna, España sigue sometida a un Gobierno en funciones del PP y Mariano Rajoy sueña con ser investido presidente antes del 30 de octubre o con tener un resultado cercano a la mayoría absoluta en unas terceras elecciones a celebrar en diciembre. La hipótesis de los nuevos comicios se consolida, salvo que Sánchez perdiera y el bando ganador decidiera la abstención. Porque si gana no quedará ni con fuerzas ni con credibilidad suficientes como para entablar negociaciones con Podemos, Ciudadanos o los nacionalistas para ahormar un gobierno alternativo. De hecho, en lo único en que se han puesto de acuerdo todos los partidos es en reformar la ley electoral para acortar la campaña y evitar que las nuevas elecciones se celebren el día de Navidad.