Entra en vigor la ley de la gravedad
Acertó el inolvidado Julio Cerón cuando escribió que la ley de la gravedad no es nada en comparación con lo que nos espera. Se ha terminado esa insoportable ingravidez del ser, que es como debiera haberse titulado la novela de Milan Kundera. Los acampados el 15-M en la Puerta del Sol —siempre es preciso ocupar una plaza para que tome color cualquier movilización popular— aceptaron la invitación de quienes les impugnaban y se acercaron a echar sus papeletas en las urnas del pasado 20 de diciembre. Las elecciones funcionaron conforme al sistema métrico decimal, último consenso disponible para dirimir las diferencias. Verificado el escrutinio, hemos pasado a saber cuánto pesa el apoyo ganado por cada una de las fuerzas políticas.
Llegados a este punto, deberíamos superar la tendencia a flagelarnos y subrayar que aquí —toquemos madera— los electores se han abstenido de encumbrar a escala de todo el país a partidos xenófobos y ultranacionalistas —un fenómeno expandido con grave peligrosidad incluso en países que pensábamos a salvo por su condición de miembros de la UE— que aquí solo se deja ver entre quienes en Cataluña actúan por vías de hecho, a la manera de los poderes fácticos. Nadie está vacunado de manera indeleble frente a esas patologías, pero celebremos encontrarnos fuera del contagio. Pongamos de relieve que los electores se aferren a las urnas para expresar su voluntad y que sea tenida en cuenta en vez de retroceder a las exaltaciones multitudinarias intraducibles en términos de voluntad política.
Observemos que quienes clamaban “no nos representan” han pasado a ser representantes y que quienes se alineaban en la convocatoria del “rodea el Congreso” —ocasión agresiva en la que fue increpado de manera amenazadora un buen amigo periodista— han entrado al hemiciclo para ocupar el número de escaños que les corresponden conforme a los diputados obtenidos. Había que verles de estreno en la mañana del miércoles 13, con su desorientación espacial; su heterogénea indumentaria —informal pero arreglá—; sus mochilas para mejor aparecer sueltos de body, que hubiera dicho el Guty; su pretensión de superar el azoramiento recurriendo a la aceleración vocal. Todavía incapaces de abandonar la exacerbación verbal de la pasada campaña, lugar geométrico de todas las descalificaciones, de las que derivaría por coherencia exigible el bloqueo absoluto para cualquier acuerdo de gobierno.
El día del estreno, la escala de la formalidad indumentaria iba desde la chaqueta y corbata de los del PP hasta la camisa a media manga, con o sin jersey sobrepuesto, exhibida por los de Podemos. De manera que, bajo una visible heterogeneidad, se transparentaba dentro de los integrantes de cada grupo una disciplina uniformada, sin osadía alguna que rompiera el establecido aliño o desaliño machadiano. Ningún popular se aventuró a prescindir de la corbata y ningún podemita a comparecer con ella.
Aquí vendría la cita —robada por Manuel Jabois— de aquella amiga de nacionalidad india al explicar hace años en Nueva York la increíble fortuna que había costado mantener a Gandhi pobre. Por eso, en algún momento habrá que cuantificar otros costes pendientes de aflorar. Un observador primario habría deducido que en la China de Mao todos y todas quedaban igualados e igualadas por el uniforme a la vista, pero ¡qué diferencias de tejidos, de texturas y de precios!, que podían variar, guardando las apariencias de la austeridad revolucionaria, desde el todo a cien hasta lo más distinguido de Hermès, Cartier o Louis Vuitton.
La sesión constitutiva del Congreso de los Diputados, celebrada en la fecha señalada en el artículo 5 del Real Decreto 977/2015, de 26 de octubre, por el que se disolvían el Congreso de los Diputados y el Senado y se convocaban las elecciones legislativas, ha encumbrado como presidente de la Cámara Baja al candidato socialista Patxi López. Su elección —en la segunda vuelta con los votos de PSOE y Ciudadanos— y las subsiguientes de los cuatro vicepresidentes y de los cuatro secretarios de la Mesa es indicativa de la senda por la que a continuación va a discurrir la consulta previa del rey con los líderes de los grupos con representación parlamentaria, conforme preceptúa el artículo 99 de la Constitución. Antes de seguir recordemos, frente a las bravuconadas y las menciones al búnker lanzadas por Pablo Iglesias, que los escaños del PP, como los de Podemos, han sido obtenidos en las urnas y que suman lo suficiente para bloquear determinadas reformas.
Sucede que para el acceso al ejercicio de sus funciones públicas, cada uno de los diputados conforme al Reglamento hubo de ser preguntado por el presidente si juraba o prometía acatar la Constitución, con obligación de responder “sí, juro“ o “sí, prometo”. Este sí o no, como Cristo nos enseña, se utilizó el miércoles día 13 para intercalar toda clase de manifestaciones en todos los idiomas del ruedo ibérico, cuidando, eso sí, de no incurrir en invalidaciones. Numeritos circenses que desdicen y difieren del comportamiento de otros diputados con años de entrega a la defensa de las libertades y de lucha contra la dictadura que prometieron el acatamiento de la Constitución sin mayores alharacas.
En cuanto a las mencionadas rondas de consultas del rey, deben concluir con la propuesta por su parte, a través del presidente del Congreso, de un candidato a la Presidencia del Gobierno que dará lugar a la convocatoria de la primera votación de investidura, a partir de la cual empieza a contar el plazo de dos meses que si se agotara sin que candidato alguno hubiera obtenido la confianza de la Cámara se desencadenaría la disolución de ambas cámaras y la convocatoria de nuevas elecciones 54 días después, según precisa el artículo 42.1 de la Ley Orgánica 5/1985, de 19 de junio, del Régimen Electoral General. De manera que tenemos hasta mediados de marzo para investir un presidente del Gobierno y, en caso contrario, habrá nuevas elecciones que serían a mediados de mayo. Habríamos cumplido cinco meses con un Gobierno en funciones y nos esperaría al menos otro más para que quedara instalado otro en plenitud.
Esa es la raya del vértigo, porque todos saben que quien aparezca como responsable del bloqueo que lleve a una nueva convocatoria pagará prenda en las urnas y que la vuelta a las urnas se haría en condiciones de mayor polarización, favorecedora de las opciones a uno y otro extremo del abanico y con desertización del centro. Además de que Cataluña obliga. Veremos.