Elizabeth Strout. Hay que ser implacable
Me llamo Lucy Barton es una pequeña obra maestra intimista
Me llamo Lucy Barton es un claro exponente de este boom de la literatura del yo, que cosecha en la actualidad más éxitos que nunca. La autora, la escritora estadounidense Elizabeth Strout (Portland, 1956) deja el registro que había utililizado en obras como Olive Kitteridge, por la que obtuvo el premio Pulitzer en 2009. En esta pequeña obra maestra intimista y confesional —aunque ficticia en este caso— se atiene firmemente al mandato de “menos es más”. No le sobra ni una coma.
Por encima de la vida cotidiana de la protagonista se va tejiendo la otra, su vida en y para la escritura
Escrita de manera fragmentaria y sin orden cronológico, cada capítulo se desarrolla en torno a una escena o anécdota: su niñez en el mísero Amgash, un pueblecito en Illinois, su vida actual en la ciudad de los rascacielos, sus dos hijas o su relación con su marido. Por encima de su vida cotidiana se va tejiendo la otra, su vida en y para la escritura, guiada por el sabio consejo que le dio un vecino cuando supo que ella escribía: “Lucy, tienes que ser implacable”.
Lejos del sueño americano
La presencia de su madre a los pies de la cama hace volver a Lucy sobre un pasado lleno de carencias, en el que ella y su familia vivieron sumidos en una pobreza profunda y hostil en un pueblo solitario de Illinois. Siempre hace frío en la memoria de Lucy, y hubo abusos, miedo, pero sobre todo, dolor: “Ese dolor que los niños aprietan contra el pecho”. Pero de esa época también arrastra las preguntas que se cuelan en la edad adulta: ¿pueden los orígenes humildes difuminarse bajo una capa de saber estar, ropa cara y buenos modales en la mesa?
La madre le cuenta a Lucy historias para entretenerla. Son relatos de mujeres que ambas conocen, de su oriundo Amgash; “mujeres que acaban mal”. Relatos de miedo, de tristeza; familias rotas o mujeres que abandonaron a sus familias y fueron infelices por siempre jamás.
Me llamo Lucy Barton es, claro, la historia de una relación, la suya, de lo que cuesta interiorizar las separaciones y lo difícil de hacer propio aquel maldito prefijo, el de “ex”, para llamar al que un día fue marido.
Una única historia
Lucy no tiene, aparentemente, nada de implacable. O al menos eso es lo que piensa. A lo largo de este diálogo con la vida comprenderá que no hay nada de malo en ser implacable. Que simplemente significa no conformarse e ir hasta las últimas consecuencias de las cosas, y sobre todo, no quedarse en los sitios en los que no quiere quedarse. Ser implacable es seguir adelante.
Gracias a una novelista llamada Sarah Payne, otro de los personajes clave de la novela, Barton va desentrañando el nudo gordiano de la creación y de la relación entre literatura y vida. Payne le advierte de que todos tenemos una única historia que contar; es inútil rehuir de algo, porque nos acabará encontrando. Quizás uno se pasa toda la vida reescribiendo esa misma historia que le ha tocado en una suerte de extraña lotería.
Elizabeth Strout
Traducción de Flora Casas, Duomo Ediciones, Barcelona, 2016, 224 págs.