¿Condenados a la desigualdad?
El aumento de la inequidad se está produciendo fundamentalmente en las clases trabajadoras y medias de los países más avanzados del mundo
Las desigualdades excesivas han irrumpido en la agenda pública tanto en España como en el resto del mundo desarrollado (a pesar de intentos a la contra tan dudosos como el estudio reciente del Instituto Juan de Mariana). Por supuesto, todas las sociedades albergan algún tipo de desigualdad, y esto es hasta cierto punto positivo —el corolario de una sociedad libre es una sociedad en alguna medida desigual, en la que hay espacio para opciones personales de promoción social—. Pero lo que se está dibujando hoy son sociedades crecientemente polarizadas y desintegradas, en las que ha surgido una tendencia a que el 20% que más gana se despegue del 80% restante, y donde el 1% de la población mundial tiene a día de hoy tanto patrimonio como el resto de la humanidad.
Conviene, de salida, deshacer dos mitos: aunque hay que agradecer a Oxfam la llamada de atención mundial que ha hecho sobre la desigualdad, a veces ha podido caer en el exceso de afirmar que se trata de una tendencia universal. Y no es así. Las desigualdades excesivas no se están produciendo en todo el planeta, sino, fundamentalmente, en los países más avanzados —quizás como avanzadilla de lo que les pasará a los demás en el futuro—. En el resto del mundo los aumentos de la renta, que han sido espectaculares en los últimos 25 años, se han repartido algo más ecuánimemente. También conviene deshacer otra idea muy extendida: la tendencia a unas diferencias de renta progresivas y exacerbadas no ha sido causada por la crisis sino que se gestó mucho antes, en concreto desde finales de los años 80 del pasado siglo —si bien se ha agudizado durante la larga crisis—.
El 5% de la población mundial contabilizó el 44% del aumento de toda la renta entre los años 1988 y 2008
El gráfico que acompaña este texto ilustra los dos puntos mencionados. Muestra el reparto de los incrementos de renta a escala mundial entre 1988 y 2008, en los 20 años previos a la crisis. A pesar de su aparente sencillez, este cuadro esconde una gran elaboración estadística, puesto que resume las ganancias porcentuales acumuladas de renta de todos los habitantes de todos los países, clasificados a partir de los estratos de renta que ocupaban en 1988 (en el eje horizontal). Según sus autores, Christoph Lakner y Branko Milanovic, los grandes aumentos de renta favorecieron a dos segmentos. En primer lugar, a los ciudadanos situados en torno a la zona media del gráfico, que casi doblaron sus rentas: los “ganadores” son las nacientes clases medias del Asia resurgente (China, Indonesia, Tailandia o India) y algunos países de América Latina. Los otros grandes “ganadores” fueron las rentas más altas: el 5% de la población mundial contabilizó el 44% del aumento de toda la renta entre 1988 y 2008.
Tendencias globales
Pero entre estos dos grupos aparecen en la gráfica los “perdedores”, aquellos que no han visto incrementos importantes de su renta o que la vieron menguar en esos 20 años: se trata de las clases trabajadoras y medias de los países de la OCDE. La tendencia a una desigualdad que está polarizando las sociedades desarrolladas se manifiesta al menos de dos formas principales:
a) Una primera tendencia es que los que más renta obtienen van aumentando sus ganancias en relación a la mayoría de ciudadanos. Esto es comprobable al observar la evolución a lo largo de los años de la renta media y de la renta de la mayoría de ciudadanos (la mediana de la renta). Cuando la renta media aumenta más rápidamente que la renta de la mayoría, significa que los segmentos de renta más alta de la sociedad van ganando terreno en relación al ciudadano normal. Esa tendencia ya existía antes de la crisis en España: la diferencia entre la renta media y la renta de la mayoría aumentó entre 1995 y 2007 un 21,5%. Y entre 2008 y 2013 creció otro 23,2%. Se puede decir, por tanto, que las desigualdades ya se estaban fraguando antes y y que esa pauta siguió durante la crisis. Esto no solamente ocurrió en España: desde 1975 se observa la misma tendencia en Estados Unidos, de modo que, para 2010, la renta media se había alejado 80 puntos respecto a la renta de la mayoría de la población.
b) Una segunda tendencia consiste en las diferencias de renta entre los ciudadanos normales y los superstars, que se han disparado de modo exponencial. Ha ocurrido en campos tan diversos como el arte, la literatura, los deportes, la moda y, por supuesto, entre los grandes inversores, directivos y consejeros de grandes empresas. Ya en 2006, antes de la crisis, cuando el salario medio español era de unos 19.700 euros, la paga de altos ejecutivos superaba en más de 100 veces ese sueldo. La situación se ha mantenido sin variación a lo largo de la crisis y a su salida: si el salario medio de los españoles en 2012 era de 22.700 euros, el salario promedio de un consejero ejecutivo de una gran empresa del Ibex 35 ascendía a 2,9 millones de euros anuales: 126 veces el salario medio español.
Una situación similar existe a nivel internacional: los ejecutivos de las empresas englobadas en el FTSE 100 ganaban en 2014 una renta 131 veces la del salario medio en sus compañías. Sin embargo, en los años 60 del pasado siglo, antes de que se iniciara la carrera hacia sociedades desiguales, los grandes directivos ganaban en promedio 40 veces el salario medio.
Davos y la revolución digital
La aparición de las desigualdades excesivas —y su crecimiento a lo largo de los últimos 20 años— obedece a dos factores que se refuerzan mutuamente. Por un lado es resultado del modelo económico que se inauguró en los años 80, el modelo económico neoliberal, en el que aún estamos inmersos. Sus principales rasgos se han ido profundizado a lo largo del tiempo: la destrucción del poder organizado de los trabajadores, la tendencia a la baja de los salarios, la aparición del “precariado” y la financiarización de la sociedad (por la que el consumo y la inversión familiar se mantienen con el recurso a un crédito abundante, compensando así el descenso en los salarios de la mayoría). Todos estos rasgos explican esencialmente la emergencia de la desigualdad en los países desarrollados.
Pero esto se ha visto reforzado por otra tendencia paralela: lo que se ha dado en llamar en el Foro Económico de Davos la “cuarta revolución industrial”, la digitalización económica. A decir del informe que ha publicado el Foro Económico Mundial, esta revolución va a significar hasta 2020 la desaparición neta de cinco millones de puestos de trabajo. Sin embargo, los efectos de la economía digital son anteriores, y, probablemente, no “tan” tranquilizadores. De acuerdo con un detallado estudio de 702 profesiones elaborado en 2013, un 47% de los puestos de trabajo actuales en Estados Unidos estaba en riesgo de desaparecer debido a la digitalización de muchos empleos “rutinizables”, cualificados o no cualificados.
Los grandes ejecutivos ganaban en 2014 una renta 131 veces mayor que el salario medio en sus compañías
Los efectos de la economía digital van más allá, y explican la aparición de los superstars antes mencionados. La digitalización ha transformado los mercados en instantáneamente globales. En ellos, el pago a los de arriba no se relaciona con el desempeño en términos absolutos, sino en términos relativos: se paga a los que están en la cúspide no tanto por su productividad directa, sino porque una pequeña ventaja comparativa respecto a otros posibles candidatos se traduce en beneficios incalculables en los mercados globales.
Las stock options, o el pago en acciones ligadas a la valoración bursátil, fueron el primer elemento de los desorbitados sueldos de altos ejecutivos. Esto creó un nuevo mercado, en el que los grandes directivos se comenzaron a cotizar en cifras astronómicas. A partir de ahí, por emulación, los salarios de directivos en general se han ido gradualmente despegando de su productividad y el resultado son los excesos previamente señalados y que están contribuyendo poderosamente a la creación de sociedades más y más desiguales, donde el 20% prospera y el 80% se estanca.
El escenario actual, en el que las clases trabajadoras y medias no progresan, parece que continuará en el futuro. Lo dice la OCDE, que asegura que las desigualdades en renta crecerán hasta 2060 entre un 17% y un 40%. De hecho, nos auguran un futuro muy poco optimista: países reconocidos por su justicia social, como Suecia o Noruega, se irán pareciendo más a la media de la OCDE, mientras que los países de la OCDE se parecerán cada vez más, en términos de desigualdades, a Estados Unidos.
Sin embargo, como asegura Paul Mason en su magistral Postcapitalism: a Guide to Our Future, las generaciones actuales, las más formadas en toda la historia de la humanidad, difícilmente van a aceptar un futuro de alta y creciente desigualdad.