Boko Haram y la espiral de violencia en Nigeria
La población sufre tanto la barbarie de la organización terrorista como la represión desplegada por el Estado para luchar contra ella
Las vidas de los civiles importan poco en Nigeria. Tan poco que, según Amnistía Internacional, cuando el 14 de abril de 2014 las autoridades nigerianas supieron de un posible ataque del grupo terrorista Boko Haram en Chibok, en el estado de Borno, no hicieron nada. Horas después, los terroristas secuestraban a 276 niñas de una escuela local. Excepto las pocas que escaparon y las aún menos numerosas rescatadas, su rastro se ha perdido, quizá para siempre.
El año del secuestro de Chibok, Boko Haram segó más vidas que Dáesh: 6.644 personas degolladas, decapitadas o quemadas vivas, frente a las 6.073 víctimas del autodeminado Estado Islámico, de acuerdo con el Índice Global de Terrorismo del Instituto para la Economía y la Paz. Una violencia que empezó en 2009, cuando esta secta declaró la guerra al Estado nigeriano, y cuyo paroxismo tuvo lugar el 3 de enero de 2015. Ese día, Boko Haram acabó con la vida de unas 2.000 personas en la ciudad de Baga. Ese ataque marcó un punto de inflexión en la creciente vocación regional de una organización que, se calcula, cuenta con 15.000 milicianos. En Baga, a orillas del lago Chad, los terroristas se apoderaron de una base de la Fuerza Multinacional de Acción Conjunta establecida por Nigeria, Camerún, Níger y Chad para luchar contra el yihadismo. Pese a que la ofensiva militar del Ejército nigeriano ha conseguido recuperar desde entonces la mayor parte del territorio bajo control de la secta en los estados de Borno, Yobe y Adamawa, Boko Haram sigue siendo una amenaza para esos cuatro países.
Se estima que hay tres millones de personas, entre desplazados y refugiados, en la cuenca del lago Chad
La guerra entre el grupo terrorista y el Estado ha llevado al noreste de Nigeria a la agonía. En abril, la Organización Internacional para la Migraciones (OIM) elevaba a casi tres millones de personas los desplazados y refugiados en la cuenca del lago Chad. Con la población huida y los campos de cultivo destruidos o abandonados, la región es ahora presa del hambre y las enfermedades. En julio, Médicos sin Fronteras (MSF) alertó de que el principal feudo de Boko Haram en el país, el estado de Borno, se asoma al “desastre sanitario” con 500.000 desplazados en los alrededores de su capital, Maiduguri, que necesitan urgentemente agua, comida y atención médica. El 15% de los niños de Borno padece “desnutrición aguda severa”, aseveró MSF.
La organización conocida como Boko Haram —apodo en lengua hausa que se suele traducir como “La educación occidental es pecado”— y cuyo auténtico nombre es Jama’atu Ahlis Sunna Lidda’awati wal-Jihad (Congregación de personas comprometidas con la Predicación de la Sunna y la Yihad) nació en 2002 en Maiduguri. Su fundador, Ustaz Mohammed Yusuf, era un predicador carismático que aspiraba a imponer la sharia, inicialmente por métodos no violentos. En los estados más septentrionales del país, donde vive la mayoría del 60% de nigerianos que profesa la fe musulmana —el 40% de cristianos están radicados sobre todo en el sur—, la ley islámica se utilizaba ya de hecho como código de conducta por una población entre la que Boko Haram muy pronto adquirió popularidad gracias a su denuncia de la corrupción.
Fundamentalismo y algo más
El 70% de los 166 millones de nigerianos vivían y viven aún hoy por debajo del umbral de la pobreza pese a que Nigeria tiene ya el PIB más alto de África. Por ello, el discurso de Boko Haram caló entre algunos miembros de esas legiones de pobres ahítos de injusticia y de ver cómo los ingresos de los 2,2 millones de barriles de petróleo que exportaba diariamente el país iban a engordar el peculio de las élites.
En 2009, un acontecimiento provoca la deriva de la secta hacia el terrorismo. Yusuf, su líder, es asesinado por la policía, un crimen retransmitido por la televisión nacional. Otros 700 de sus militantes mueren a su vez a manos de las autoridades. La respuesta de la secta a esta campaña de represión fue declarar esa guerra que aún hoy dura. Con el tiempo, pasaron de atentar contra comisarías y edificios públicos a atacar a civiles y arrasar poblaciones enteras. Desde entonces, Boko Haram ha asesinado brutalmente a al menos 15.000 personas. De su foco inicial en Nigeria, la organización pasó a amenazar a los países vecinos y, en marzo de 2015, incluso rindió pleitesía al mal llamado Estado Islámico.
La campaña de represión que precipitó la deriva terrorista del grupo fue el comienzo de una espiral de violencia retroalimentada por los dos bandos, como describe un informe de 2014 del International Crisis Group (ICG), dado que la respuesta del Estado a los crímenes contra la humanidad cometidos por la hidra terrorista ha sido perpetrar a su vez terribles violaciones de derechos humanos. De hecho, el salvajismo de Boko Haram ha sido para las autoridades nigerianas una patente de corso, un todo vale amparado por Estados Unidos y Europa, que han cerrado los ojos ante masacres como la de los 7.000 hombres —casi todos jóvenes e incluso niños— que perecieron en instalaciones militares entre marzo de 2011 y junio de 2015, según ha denunciado Amnistía Internacional. Muchos de ellos habían sido detenidos sin razón alguna.
El conflicto se produce en un contexto general de violencia en Nigeria por motivos históricos, sociales y políticos
Esta brutalidad de ida y vuelta confirma la tesis de que la barbarie de Boko Haram no se remite sólo al fundamentalismo islámico, sino que hunde sus raíces en un contexto general de enorme violencia en Nigeria, cuyos motivos son históricos, sociales y políticos, según sostiene la profesora de Relaciones Internacionales Itziar Ruiz-Giménez, coordinadora del Grupo de Estudios Africanos de la Universidad Autónoma de Madrid (UAM), en un análisis publicado por Viento Sur.
No parece, por ejemplo, una casualidad que el noreste de Nigeria concentre las tasas más altas de pobreza, analfabetismo y mortalidad materna e infantil del país. Y, sin embargo, para luchar contra este caldo de cultivo en el que acabó germinando Boko Haram, la lógica que el país africano está desplegando es la de las armas, una estrategia que está dando el golpe de gracia a una población ya de rodillas por la violencia del grupo terrorista.