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Un desconocido para el gran público
Weeresathakul, nombre capital en el circuito de festivales —aun habiendo sido relegado en el pasado Festival de Cannes a participar con Cemetery of Splendour en la sección paralela Un certain regard, incluso cuando apenas cinco años antes logró una Palma de oro con Uncle Boome recuerda sus vidas pasadas (2010) o el Gran Premio del Jurado en 2004 con Tropical Malady— es un cineasta desconocido para el gran público, a pesar de un talento cinematográfico aplaudido por la crítica de todo el mundo. Su manejo a la hora de construir imágenes exorbitantes desde y con la materia más insospechada, para conjugar lo sublime y lo mundano y acercar así al espectador a territorios cinematográficos que desafían sus expectativas no tiene rival en el cine de autor contemporáneo. Sería fácil, y hasta perezoso, calificar su concepción del séptimo arte bajo la etiqueta del realismo mágico, porque en realidad la suya es una trayectoria que funde el naturalismo con el cine de fantasmas, la crítica política con el humor escatológico y el paisaje urbano contemporáneo con postales trascendentales y fábulas alegóricas. En Cemetery of Splendour, por ejemplo, se ve cómo una ameba cruza un cielo adornado por una nube deshilachada. Es el reflejo del firmamento en un río, pero también podemos entender ese plano como la representación del cosmos en un mismo espacio. Algo mínimo y algo absoluto. La superficie y lo que esconde esa pátina de imagen. En el cine de Weeresathakul todo es posible. Incluso en películas en apariencia tan modestas y prosaicas como Cemetery of Splendour.En su séptimo largometraje Weeresathakul se aleja en la medida de lo posible de las filigranas estéticas para apostar por la palabra y la sencillez compositiva, por hacer accesible y visible lo más complicado de ver. El mundo de los espíritus, en efecto, congregado debajo de esa escuela-hospital de Khon Kaen, región natal del cineasta, pues sus cimientos esconden el antiguo cementerio de un reino donde aristocráticos guerreros batallaron durante siglos y cuyas almas inhalan la energía de esos soldados en letargo. Pero también el malestar por un pasado reciente del que parece prohibido hablar en Tailandia. En ningún momento de Cemetery of Splendour el director opta por pasar al otro lado del espejo y enseñar esos fantasmas a los que se invoca una y otra vez —a lo sumo, los hace visibles bajo una forma mundana, como en la divertida escena en la que se le acercan a Jenjira dos mujeres que resultan ser las dos diosas a las que la protagonista rindió tributos y rezos la noche anterior en el santuario local—. Como tampoco se verbaliza de manera clara el anhelo ante la deriva de un país cuyos órganos de poder son constantemente tomados por los militares —el último golpe de Estado tuvo lugar en mayo de 2014 y actualmente una junta militar controla un régimen liderado por el longevo y oscuro rey Bhumibol Adulyadej, cuya figura está férreamente protegida por la censura—. El acto de dormir es una manera de huir, pero ni los soldados durmientes ni Jenjira tienen sueños pacíficos, como dicen nada más comenzar la película. Tampoco conseguirán la placidez cuando el filme vaya a llegar a su fin, a pesar de sus intentos por reconciliar el mundo de los vivos con el de los muertos y a pesar de esa serenidad y buen humor con la que Weeresathakul parece intentar encarar las penurias del pasado.En el cine de Weeresathakul todo es posible. Incluso en películas en apariencia tan modestas y prosaicas como Cemetery of Splendour