No todos los nacionalismos están basados en la mala fe. De hecho, muchos de ellos tienen una raigambre muy profunda. Cataluña tiene su propio idioma e instituciones —que se remontan al siglo XVI—, una historia y una cultura política distinta a la de España. Para mí, estas no son cosas malas, sino buenas. A lo que me opongo es al concepto de identidad, a la suposición de que o bien eres español o catalán, o bien quebequense o canadiense. Yo soy un canadiense inglés que hablo francés. Y el hecho de que hable francés forma parte de quien soy. No es solamente una competencia lingüística, es parte de mi identidad social, de mi identidad política. En el debate entre Cataluña y España, ¿qué vamos a decir de las personas que tienen padre español y madre catalana o madre española y padre catalán? ¿Qué pasa con las personas que viven en Barcelona pero tienen sus antepasados en Galicia? El proyecto nacional muchas veces te obliga a decidir —¿eres escocés o británico, quebequense o canadiense, catalán o español?—, pero hay cientos de miles de personas que son ambas cosas.
Por lo tanto, el proyecto secesionista comienza con una suposición sobre la identidad humana que es totalmente falsa. Si ese proyecto prevaleciera y Cataluña se separara después de un referéndum, de una declaración unilateral o como quiera que se llegara a la independencia, dejaría a muchos seres humanos partidos en dos, desgarrados, con una parte de su identidad en un Estado llamado Cataluña y la otra parte de su alma en España. A mí no me gustaría que esto ocurriera en el Reino Unido, en Canadá ni en España. Porque me parece que todo se puede politizar, pero que la sabiduría y la política muchas veces no casan bien y que a las personas no se las debe
Creo que hay que esforzarse para que los catalanes se sientan en casa en Cataluña y en el resto de España
obligar a tomar decisiones existenciales contra su propia voluntad. Por lo tanto, creo que la secesión no es un error, sino que es un pecado, porque impone una elección política a unas personas que no tienen voluntad de tomar esa decisión. La razón por la que la secesión de Quebec no funcionó —y nunca va a conseguirse— es que los quebequenses comprendieron que eso era así. Saben que viven en una sociedad en la que, por ejemplo, hay una persona que se llama Patrick Ryan, que es un hombre irlandés y católico, pero que es francófono. Y habrá gente cuyo nombre sea enteramente francés de origen y que solo hable inglés. Así es mi país y así es vuestro país también. Esta es la razón por la que estas cuestiones tocan tanto las emociones.
Esto significa también que un Estado multinacional como España tiene el deber de asegurar que los que son catalanes se sientan en casa en Cataluña y el resto de España. Mi posición no es contraria a la reforma constitucional. Creo que sería un error político que las élites españolas y la sociedad de Madrid cerraran la puerta a una consulta constitucional. Creo que hay que esforzarse para que los catalanes vean que pueden sentirse en casa en Cataluña y en el resto de España. De esa forma, se evitará la amenaza de secesión. Es un debate que tenéis que llevar a cabo de forma abierta con vuestros hermanos y hermanas catalanes, y ellos tienen que sentir que son parte del debate. Tienen también que hacer oír sus voces. Estoy seguro de que si el ejemplo de Quebec sirve de algo, vais a tener éxito.
Extracto de la intervención de Michael Ignatieff en el Ciclo de Diálogos España plural / Catalunya plural