Una década con Merkel
Este año Angela Merkel pasa a formar parte del selecto grupo de cancilleres que más tiempo ha gobernado Alemania. Antes que ella, Konrad Adenauer y Helmut Kohl allanaron el camino para configurar una Alemania europea. Merkel ha hecho el mismo recorrido, aunque en sentido inverso, forjando a partir de la crisis del euro una Europa alemana que ahora tiene dificultades para liderar. Sería un error, no obstante, reducir a la gestión de la canciller las causas capaces de explicar las incertidumbres del proyecto europeo, mayores que en ningún otro momento de su historia. Más que el liderazgo de Merkel, que podría estar llegando a su fin, importa el contexto ideológico en el que lo ha ejercido, porque es precisamente ese contexto el que le ha impedido advertir, y como a ella a no pocos líderes conservadores de la Unión, los caminos de dudoso retorno en los que ha terminado por embarcar a Europa.
Merkel accedió a la Cancillería cuando el espejismo de prosperidad provocado por la burbuja financiera se interpretaba como una confirmación de la vigencia de las tesis neoliberales frente a las keynesianas, sobre las que se concibió el originario proyecto de una Europa unida. Y, desde el momento en que estalló la crisis, Merkel se ha obstinado en proponer a Alemania como ejemplo de que aquellas tesis seguían siendo válidas para generar crecimiento y, en último extremo, salvar el euro. Para ello ha tenido que hacer abstracción de que los buenos resultados en los países acreedores eran el reverso de la asfixia de los endeudados. Con el agravante adicional de que estos últimos han visto mermada la capacidad de intervenir en las decisiones europeas debido a que, bajo el impulso de Alemania, la Unión ha recurrido más a los mecanismos intergubernamentales que a las instituciones comunes. Merkel, con todo, no ha sido la única responsable de esta opción, que también suscribieron la Francia de Sarkozy y algunas fuerzas conservadoras en el gobierno de los países más endeudados. Juntos se han comportado como los últimos mohicanos de una ortodoxia de la que es pronto para saber si salvará el euro, pero no para advertir que, de lograrlo, habrá sido a costa de profundas fracturas económicas, sociales y políticas, tanto en el interior de los estados como en el conjunto de la Unión.
Los problemas europeos que deja tras de sí una década con Merkel al frente de Alemania y de Europa son más numerosos y más profundos que los que encontró al acceder a la Cancillería, y no solo como consecuencia de la crisis del euro. Más grave que el acierto o el error en las políticas económicas para combatirla es que, para adoptarlas, la canciller no tuvo reparos en sustituir la conformación de una voluntad común de los socios por la imposición de Alemania, desencadenando una espiral de agravios y rencores. Ahora algunos socios creen llegada la oportunidad de devolverle la factura con la cuestión de los refugiados; en realidad están haciendo lo mismo que la canciller en su momento: arrojar sombras sobre el futuro de la Europa unida.