Debido a la omnipresente amenaza terrorista, pero también con los más diversos pretextos, los estados, nuevos leviatanes informáticos, sienten cada vez más la tentación de saberlo todo sobre nuestra vida. Y el continuo desarrollo tecnológico, junto a la servidumbre voluntaria de los ciudadanos, a quienes se intenta persuadir cada vez más de que les conviene anteponer la seguridad a la libertad, facilitan enormemente la tarea de quienes nos gobiernan.
Ante el peligro de un control total del ciudadano, convertido en ciudadano de cristal no solo para el mundo de la publicidad sino también para el estado, un grupo de nueve expertos alemanes, suizos y holandeses de distintas disciplinas ha publicado un manifiesto que trata de dar la señal de alarma sobre lo que nos espera de proseguir por esa vía, también en regímenes que consideramos democráticos. Están entre ellos el sociólogo Dirk Helbing, de Zúrich; el economista Bruno S. Frey, de Basilea; la jurista Yvonne Hofstetter, de Múnich; el especialista en ética del mundo técnológico Jeroen van der Hoven, de Delft; o el informático Roberto V. Zicari, de Fráncfort.
Cada año se duplica el volumen de datos que produce la humanidad y solo en 2015 se produjeron más que en toda la historia, explica el manifiesto, según el cual dentro de solo 10 años se calcula que habrá 150.000 millones de sensores de medición trabajando en red.
El
“manifiesto digital” redactado por los nueve expertos y que con ese título publica en su edición de enero la revista científica alemana
Spektrum der Wissenschaft advierte de un futuro en el que no solo las multinacionales del sector de internet, como Google o Facebook, sino también las agencias de
Corremos el peligro de un control total de la persona, convertida en un ciudadano de cristal para el estado
inteligencia de los distintos estados, sobre todo los más poderosos, supondrán un peligro creciente para la libertad y autonomía del individuo.
Todo se torna “inteligente” y, así, tenemos “hogares inteligentes”, “ciudades inteligentes”, “fábricas inteligentes”. Al final del proceso, casi como una evolución natural derivada de los espectaculares avances de la inteligencia artificial, nos alertan los autores, tendremos “naciones inteligentes” y un “planeta inteligente”. En la distopía que describe el manifiesto, la sociedad futura es como una nueva versión del Leviatán del filósofo Thomas Hobbes, en el que un estado omnipresente y omnisciente podrá, gracias al cúmulo de informaciones que habrá recogido de los ciudadanos, influir en todo momento en su comportamiento sin que ellos apenas lo noten.
Los expertos advierten de que incluso sociedades en un principio pluralistas pueden llegar a convertirse en otros tantos leviatanes digitales mediante un proceso casi imperceptible para el individuo. Buena parte de las tecnologías que harán posible lo que hoy nos parece una visión de pesadilla son ya realidad: grandes datos, algoritmos automatizados, superordenadores y redes de computación.
Los algoritmos son capaces de aprender casi con la misma facilidad que los humanos la escritura, la lengua y los patrones de comportamiento y ya saben resolver mucho mejor los problemas planteados. Y muchos ciudadanos están contribuyendo, tal vez involuntariamente, a que todo se mueva en esa dirección gracias a dispositivos que parecen en principio inocuos, como son las llamadas pulseras de
fitness, los contadores de pasos y otras aplicaciones que se nos ofrecen diariamente a través de nuestros teléfonos móviles.
Todo empezó de la manera más inocente con productos, programas y servicios personalizados basados en metadatos obtenidos a su vez de encuestas, patrones de consumo y de comportamiento. Y aunque la identidad está en muchos casos supuestamente protegida, es fácil averiguar quién es el usuario.
Toda esa información recogida como quien no quiere la cosa contribuye a configurar un perfil cada vez más exacto del individuo y sus hábitos, a convertirle en algo así como la suma de todos los datos que de él se han obtenido de forma totalmente voluntaria por su parte y por ende en alguien fácil de manipular.
Un día, en efecto, los algoritmos así obtenidos saben lo que hacemos, lo que sentimos y lo que deseamos mucho mejor que nuestras familias o nuestros mejores amigos, de modo que las propuestas que se nos hacen se adecuan tanto a nosotros que incluso llegamos a sentirlas como propias. Se calcula que los
Incluso sociedades en un principio pluralistas pueden llegar a convertirse en leviatanes digitales
superordenadores van a superar la capacidad humana en todos los ámbitos entre 2020 y 2060, y las tecnologías desarrolladas hasta entonces permitirán invertir lo que ha ocurrido hasta ahora y que sea el ordenador quien programe al hombre en lugar de lo contrario. Y que lo haga, además, de modo casi imperceptible, no forzándole a un determinado comportamiento sino mediante la persuasión.
¿Qué proponen los expertos en su manifiesto para prevenir en la medida de lo posible lo que denuncian? No demasiado, en realidad: descentralizar los sistemas informáticos, apoyar la autodeterminación en ese campo, posibilitar que los individuos filtren los datos que a ellos se refieren y sobre todo que haya mayor transparencia. Es lo que llaman “ilustración digital”, en referencia al filósofo Immanuel Kant, con uno de cuyos pensamientos más conocidos comienza el manifiesto: “La ilustración es la salida del hombre de su minoría de edad. Él mismo es culpable de ella. La minoría de edad estriba en la incapacidad de servirse del propio entendimiento, sin la dirección de otro. Uno mismo es culpable de esta minoría de edad cuando la causa de ella no yace en un defecto del entendimiento sino en la falta de decisión y ánimo para servirse con independencia de él, sin la conducción de otro”.