Un intelectual en el Madrid de los 50
Se reedita el diario de Juan Manuel Silvela Sangro, testimonio del proceso de maduración cultural del escritor
Pertenecía a una familia acomodada, su madre organizaba cenas “aristo-intelectuales”, conocía de cerca a Julián Marías, en su familia eran “conferenciómanos”, tenía una estrecha amistad con el pintor Gerardo Rueda, fue como invitado a la boda de Ortega Spottorno y Simone Klein, fue a ver a Ortega y Gasset (del que era vecino y a cuyas ponencias iba sin falta) al hospital antes de que muriera y asistió a su entierro (“Nos hemos quedado sin Ortega”). Pasó muchas horas en la biblioteca del Ateneo. Gozó de la hospitalidad del compositor Gunnar Berg en París. Dejó un trabajo de oficina para dedicarse a terminar la carrera de Derecho y a su verdadera ambición: “Ser todo un intelectual, y al mismo tiempo lo más aristócrata posible”.
El estilo de Silvela Sangro, a lo largo de estos años, evoluciona, se perfila. De una relativa cursilería llega a una precisión y madurez a veces poéticas, pero siempre naturales: la poesía de lo cotidiano. Reconoce la influencia de sus lecturas: Rilke, Gómez de la Serna, Proust, Katherine Mansfield... Sufría por su incapacidad para enamorarse, en gran medida por una clara tendencia a la idealización del amor (que es “el intercambio de dos autobiografías”). Quedó platónicamente prendado de Grace Kelly, a la que vio en una corrida de toros, después de ver La ventana indiscreta (1954).
De salud delicada, pasaba temporadas en un sanatorio en la sierra de Madrid. Las descripciones del paisaje serrano acaban siendo admirables, lo mismo que las impresionistas estampas de la ciudad. No pudo acceder a la carrera diplomática porque el médico le dijo que tenía un “corazón de pato”.
Juan Manuel Silvela Sangro murió a los 33 años, tras una operación. De este diario Julián Marías dijo: “En estas páginas se desliza [...] una fuerte dosis de realidad”.
Juan Manuel Silvela Sangro
Pre-Textos, Valencia, 2015,
238 págs.