El 10 de noviembre de 2015 Portugal vio lo nunca visto. Socialistas, comunistas del PCP, las jóvenes formaciones urbanas del Bloco de Esquerda y ecologistas suscribieron “posiciones conjuntas sobre la solución política”. No eran textos comunes, a excepción del diagnóstico genérico sobre el resultado de las elecciones legislativas del 4 de octubre y de la existencia, aritmética, de una mayoría de izquierda en el Parlamento. El objetivo era pasar de la aritmética a la política, transformar la suma de los diputados en el apoyo a un Gobierno del Partido Socialista.
De esta forma se derrotaba en la investidura a la coalición de derechas Portugal à Frente, constituida por el PSD de Pedro Passos Coelho y el CDS/PP de Paulo Portas,
la más votada en las urnas. “Hemos derribado un muro de 40 años”, proclamó entonces el secretario general de los socialistas, António Costa, en una referencia obvia a la falta de entendimiento de la izquierda desde la Revolución de los Claveles de 1974, que limitó las políticas de alianzas del PS al centro-derecha.
La solución encontrada pasa, ahora, sus primeras pruebas. Para el 29 de enero, CGTP, central sindical afecta al Partido Comunista de Portugal, plantea convocar una huelga general de los funcionarios para presionar sobre la inmediata reducción del horario de trabajo de 40 a 35 horas, cuando los plazos del Ejecutivo eran otros.
La habilidad de Costa
El empeño de António Costa ha sido decisivo para la formación de una mayoría de izquierda. Político experimentado y moderado, Costa hace justicia a su reconocida capacidad de diálogo y a sus dotes de hábil negociador. Se ha beneficiado de una paradoja —la falta de pujanza de la derecha a pesar de ser la más votada— y de un país cansado tras cuatro años de políticas de austeridad que han llevado a una recesión económica sin parangón en Portugal.
El empeño de António Costa ha sido decisivo para la formación de una mayoría de izquierda
En la sociedad portuguesa existía, además, un peculiar sentimiento, cuya presencia ha sido decisiva para convencer a los estados mayores de la izquierda de que debían negociar: la sensación de
impasse, incompatible con los preceptos elementales de la democracia, que es un régimen de alternativas. Hábilmente, el líder del PS explotó este sentimiento, transmitiendo a sus interlocutores la responsabilidad que supondría un fracaso. Y aprovechó, con gran maestría, la incredulidad de Passos Coelho, primer ministro designado, y la falta de previsión del presidente de la República, Cavaco Silva, ante una solución que nunca habían contemplado.
No hubo reuniones plenarias, sino encuentros individuales, ni firma conjunta, con pompa y circunstancias, sino ceremonias independientes en una discreta sala del Parlamento de São Bento, sin focos ni flashes, solo con una fotografía oficial. No hay un documento común, una guía de acción conjunta, un programa de gobierno, sino que cada uno —PCP, Bloco y ecologistas— presentó una lista de medidas. Algunas coinciden por la urgencia reconocida de reponer los salarios recortados a los funcionarios o de volver al esquema tradicional de festivos. Otras se suman en un listado casi interminable, con más o menos detalle, recogido en vastos anexos.
Los signatarios confirmaron su “disposición recíproca de iniciar el examen común respecto a la expresión que las materias identificadas deben tener en los Presupuestos del Estado”. Como cuestión fundamental para la supervivencia del Ejecutivo, la aprobación de las cuentas públicas es la primera prueba de envergadura. Las presiones de Bruselas existen, y el borrador —las líneas generales— tienen que recibir el beneplácito comunitario. Como ningún partido ha cambiado, no hay posición común sobre la política europea. Para los comunistas, la Unión Europea y el euro son el origen del problema y no la solución. El Bloco de Esquerda ha evolucionado y desea otra Europa. Los socialistas son europeístas convencidos y buscan aliados en la UE para un cambio de políticas. Sin embargo, en este primer año y con más o menos dificultades, el Ejecutivo va a aprobar los Presupuestos del Estado. En 2017, con elecciones autárquicas —municipales— en el calendario, los condicionantes podrán ser otros.
Brechas en el pacto
Al no existir una coalición, sino una mayoría parlamentaria, en un principio la articulación no está garantizada. Sin embargo, en momentos puntuales como la venta de Banif (pequeña entidad con un agujero financiero todavía no revelado en toda su extensión y del que el Estado fue forzado a ser accionista) al Banco Santander/Totta, en la mayoría parlamentaria de izquierda se han abierto brechas.
La construcción de la "solución política" fue laboriosa, la gestión cotidiana no lo está siendo menos
Los indispensables Presupuestos del Estado, que rectifican los de 2015, fueron aprobados en el Parlamento por los favores de la derecha. El ritmo cotidiano de la acción gubernamental implica una negociación permanente, lleva a posiciones de equilibristas y al anuncio de problemas. La necesidad de tiempo alegada por el Gobierno para sacar adelante la reducción del horario de 40 a 35 horas de los funcionarios no es compartida por la central sindical afecta al PCP, que amenaza con una huelga general de la función pública. Y es que, en el laborioso trabajo de encaje de piezas de la “posición conjunta” de las izquierdas, los plazos no están definidos. Y los sindicatos reivindican su autonomía y no quieren perder margen de maniobra.