Réplica a Stiglitz: El euro no es un error
El premio Nobel de Economía culpa al euro de todos los males que aquejan a la Unión Europea sin considerar con rigor la existencia o no de causalidad entre el objeto de sus ataques y las consecuencias nefastas que le atribuye
Sus críticas exageradas llegan hasta imputar al euro algunas carencias estructurales de las economías europeas que vienen de antiguo; o el auge populista, que no es exclusivo de los países de la eurozona. De llevarse a cabo las soluciones que propone se agravarían aún más los destrozos producidos por la crisis —muchos de ellos ajenos a la unión monetaria— y se asestaría un golpe probablemente letal para el proceso de integración.
Discrepar de las falsas recetas de Stiglitz y alertar sobre sus gravísimos inconvenientes no significa mostrar complacencia con la situación actual ni respaldar todas las decisiones adoptadas en los últimos años. El diseño institucional con el que se puso en marcha el euro en 1999 debe ser completado al mayor ritmo posible. A estas alturas hay práctica unanimidad al respecto. No partimos de cero, y el debate se ha avivado desde 2008. Proliferan los análisis y las ideas para culminar la arquitectura de la Unión Económica y Monetaria (UEM), tanto en el mundo académico como en el ámbito político. Es más, los máximos dirigentes de la UE hicieron público el pasado año un importante documento con sus propuestas al respecto, el llamado documento de los 5 presidentes.
De llevarse a cabo las soluciones que propone Stiglitz se agravarían aún más los destrozos producidos por la crisis
Las decisiones ya adoptadas han comenzado a poner en práctica algunas de esas propuestas. Pero Stiglitz parece ignorar los avances conseguidos y los proyectos en marcha, o los desprecia sin detenerse en ellos. Ya existe un procedimiento para la vigilancia de los desequilibrios macroeconómicos de naturaleza no fiscal. La propuesta de un sistema común de garantía de depósitos para el conjunto de la UEM está sobre la mesa. Se discuten las características de un instrumento fiscal para contribuir al adecuado policy mix de la eurozona. Quienes auguraron la desintegración total o parcial de la UEM se han equivocado y lo van a seguir haciendo.
El velo de Stiglitz
También se están produciendo cambios en la orientación de las políticas económicas, que Stiglitz pasa por alto. El BCE ha dado un giro significativo a la orientación de su política monetaria a mediados de 2012, reduciendo al mínimo los tipos y poniendo en marcha el actual programa de intervenciones en los mercados secundarios de deuda pública y privada. En el ámbito financiero, además del enorme esfuerzo regulatorio llevado a cabo desde 2010, la supervisión ya se desarrolla a nivel de la eurozona y las nuevas reglas para afrontar las crisis bancarias han introducido un reparto de esfuerzos más exigente con los accionistas y acreedores privados de las entidades, en beneficio de los contribuyentes.
En cuanto a la política fiscal, la mayoría de los responsables de la UEM reconocen a estas alturas los graves errores cometidos en relación con Grecia, y por extensión en la exigencia de esfuerzos fiscales excesivos a países cuyos problemas tenían su origen en otro tipo de desequilibrios. Los ajustes necesarios se hubiesen debido y podido lograr por vías económicamente más eficaces, minimizando las consecuencias sociales y respetando un proceso de toma de decisiones más acorde con los estándares democráticos. Las reglas del Pacto de Estabilidad se vienen interpretando desde hace algún tiempo con un margen de flexibilidad tal que lleva en estos momentos a una orientación de la política fiscal del conjunto de la eurozona ligeramente expansiva.
En suma, están cambiando las políticas, aunque Stiglitz pasa sobre ello un tupido velo para facilitar su alegato. La política monetaria, la gestión de las crisis bancarias, la regulación financiera o la política fiscal de la eurozona tienen hoy una orientación bastante diferente a la decidida al comienzo de la crisis. Y en contra de lo que Stiglitz considera, la existencia del euro no ha supuesto en absoluto un obstáculo para ello. Los errores cometidos por quienes decidieron políticas equivocadas no son atribuibles al euro como moneda, sino a las decisiones de los gobernantes.
Errores y contradicciones
Son muchos, en definitiva, los errores en los que incurre Stiglitz con sus críticas al euro. Su vaticinio de que vamos hacia el desmembramiento de la UEM es equivocado. Como lo es decir que la moneda única amenaza a Europa. Muy al contrario, el euro ha demostrado su fortaleza durante la crisis. Y la integración europea, sometida a fuertes tensiones, encuentra en la moneda única su mejor anclaje. Afirmar que la fractura del euro —o su desaparición— sería deseable no solo supone despreciar los costes ingentes de la vuelta a las viejas soberanías monetarias nacionales, cosa poco admisible en boca de un gran economista. Pero aún es peor ignorar las gravísimas consecuencias políticas que se derivarían de ello.
Están cambiando las políticas de la eurozona, aunque Stiglitz pasa un tupido velo sobre ello para facilitar su alegato
Por último, en términos estrictamente políticos Stiglitz incurre en una profunda contradicción. De un lado reconoce que el euro tuvo en sus orígenes un indudable sustrato político como motor de la integración europea, pero ahora considera que la moneda única representa una amenaza para Europa. Y que lo mejor es desembarazarse de ella. ¿En qué quedamos? ¿Es que la aplicación de políticas equivocadas durante varios años basta para arrojar por la ventana un proyecto tan ambicioso? Los ciudadanos no lo piensan así. Critican las políticas pero no renuncian al proyecto histórico. Es verdad que la UEM necesita mejorar la calidad democrática de sus decisiones. Los partidarios del euro somos los más interesados en avanzar en ese sentido. Pero recomendar su fragmentación es el mejor regalo que podría hacerse a quienes propugnan volver a las viejas barreras y a las consiguientes tensiones identitarias. El euro nació como un proyecto político para profundizar en la integración europea. Ese proyecto es hoy más necesario que nunca.
Almunia y Stiglitz debatirán el próximo 5 de octubre en la Fundación Rafael del Pino (C/ Rafael Calvo, 39, Madrid).