Recalde lo sabía
Conocía el riesgo, sabía que estaba entre los objetivos de ETA por ser un modelo de ciudadano ejemplar
En su novela Rabos de lagartija (Areté, 2000) Juan Marsé se refiere a ciertos héroes como “casualidades sangrientas”. Pero nada hubo de fortuito en el disparo que recibió a bocajarro José Ramón al salir del coche cuando llegaba a su casa de Igueldo aquel 14 de septiembre. Al oír la detonación María Teresa le preguntó qué ruido era ese y José Ramón sin alterarse respondió: “Me han pegado un tiro, pero estoy bien”. Luego, tuvo que buscar el teléfono del servicio de ambulancias para que se pasaran a recogerle camino del quirófano.
Recalde estaba comprometido en la resistencia, sin bascular jamás hacia el fanatismo de respuesta
Recalde lo sabía. Sabía que figuraba entre los objetivos de ETA por ser un pésimo ejemplo de ciudadano comprometido con la resistencia, sin bascular jamás hacia el fanatismo de respuesta. Habían regresado porque consideraban que ese era su sitio. No querían apuntarse al desistimiento, ni a la práctica del alarde. Por eso, seguía María Teresa con la librería Lagun, tantas veces sometida a la prueba del fuego, porque los libros son combustibles.
Tampoco después de ser mutilado José Ramón exhibió título ni pasó factura alguna. Le estaban asistiendo en la clínica para salvarle la vida y sus amigos, conmovidos, se manifestaban por la calle San Martín contra los terroristas cuando se encontraron frente a los afines a la banda, que avanzaban en sentido contrario. Allí estalló el grito de: “¡Sin pistolas, no sois nada!” y la Ertzaintza hizo de fuerza de interposición. Que la memoria de José Ramón Recalde nos acompañe siempre.