Rato. Del milagro al espejismo
La mítica prosperidad de la que se enorgullece el PP se basó en el ladrillo, la privatización de empresas públicas y las ayudas de la UE
“No se aprovechó el momento, como le ocurre siempre a España, pese a que se debe decir también que se creció, que se tuvo éxito al participar como miembro fundador en la unión monetaria que dio pie al euro. Con Rato España realizó un salto importante, pero los problemas estructurales se mantuvieron”, asegura Jordi Maluquer de Motes, catedrático de Historia e Instituciones Económicas de la UAB y autor del monumental La economía española en perspectiva histórica (Pasado&Presente, 2014), sobre aquel periodo.
La historia se repite
España supera la crisis, por lo menos si la visión se limita al dato de crecimiento del Producto Interior Bruto (PIB). Rajoy presentó unas cuentas en las que se ahorraban 5.500 millones de euros por el pago de prestaciones de desempleo
—tras meses consecutivos de creación de puestos de trabajo— y unos 2.000 millones por los intereses de la deuda. Eso fue antes de las elecciones del 20-D, con la decisión de adelantar al mes de julio del pasado año la segunda rebaja de impuestos que debía implementarse a partir de enero de 2016, unos 1.500 millones de euros adicionales para los contribuyentes. Es decir, confió de nuevo en bajar impuestos para activar la economía y ganar las elecciones. Pero ha rectificado a la baja el crecimiento, del 3% previsto al 2,7% en 2016, con un déficit en 2015 del 5%, a pesar de crecer el 3,2% del PIB. Con ello se ha ganado la desconfianza de Bruselas, aunque le podría permitir un objetivo de déficit mayor para este año, un 3,6% en lugar del 2,8% previsto.
El Banco de España advirtió de la burbuja inmobiliaria, pero Rato lo negó y reprendió al gobernador Caruana
A modo de gran balance de Rato como ministro, Maluquer constata: “El sistema pudo sobrevivir con éxito sin acometer reformas pendientes. El gobierno se ahorró abordar los problemas de baja productividad y limitada competitividad.” Se aplazó también la reforma de las administraciones púbicas. “La función pública preservó sus condiciones, sin ajustarse debidamente a la nueva situación, que debía eliminar los privilegios de los funcionarios, el elevado absentismo y la falta de control de las prestaciones”, precisa Maluquer.
En el análisis del gran periodo de Rato, el icono económico del PP, hay que tener en cuenta que el crecimiento del PIB fue mayúsculo, con tasas superiores al 4%, alcanzando el 5% en 2000. Pero los economistas miden el verdadero crecimiento económico por el aumento del PIB por habitante. Y aquí las cosas cambian: si se toma el periodo entre 1996 y 2007, se superó por muy poco el crecimiento de los países de la UE (la UE de 15 miembros) y quedó por debajo en 2004. En el estudio de Maluquer se refleja que la tasa de crecimiento acumulativo del PIB real por activo creció alrededor del 0,4% anual. Muy modesto.
La privatización de las empresas públicas más rentables fue determinante para que cuadraran las cuentas
El gran secreto del aparente éxito de aquella etapa fue el factor trabajo, con la llegada de más de cinco millones de inmigrantes entre 1996 y 2007. Lo que lleva a Maluquer a una conclusión: “El bajo incremento de la productividad demuestra que la causa única del largo período de bonanza económica estuvo en un extraordinario aumento del empleo. La explicación del acercamiento a los niveles medios europeos se encuentra, además de en otros factores, en el enorme aumento del número de personas aplicadas al trabajo y el proceso descansa en la creación de puestos de trabajo con bajos salarios y limitada productividad y se relaciona con la llegada masiva de inmigrantes”.
Broncas al Banco de España
Esos puestos de trabajo guardan una relación directa con el boom inmobiliario. El sector de la construcción llegó a representar el 14% del PIB en 2007. Es decir, que a partir de 2004 los gobiernos José Luis Rodríguez Zapatero agudizaron el problema en lugar de tratar de reconducir la grave situación. En países como Irlanda o Reino Unido, que también sufrieron el mismo fenómeno de la burbuja inmobiliaria, el sector de la construcción no llegó al 10%, mientras que en Francia o Alemania se movió entre un 6% y un 4%, respectivamente. La diferencia es abismal a juicio de los expertos.
Y aquí aparece de nuevo Rato. Porque no es cierto que las autoridades supervisoras no avisaran del problema. El Banco de España, en su boletín de septiembre de 2003, lo señaló con claridad: la sobrevaloración de los precios “podría llegar al 20%”. Rato llamó al gobernador del Banco de España, Jaime Caruana, para reprenderle. Este pidió cuentas a Fernando Restoy, entonces responsable del servicio de estudios —ahora subgobernador del supervisor—, quien le justificó todos los datos.
¿Respuesta pública de Rato? Llegó poco después, en noviembre de 2003, tras una reunión del consejo de ministros de Economía y Finanzas de la UE (Ecofin): “No creo que estemos ante una situación de burbuja, los propios datos del Banco de España fijan un exceso de precios entre el 8% y el 20%, que son considerables, pero que no se pueden entender como una burbuja como la que vivimos con los valores tecnológicos en 2000”.
El ministro de Economía consideraba que todo obedecía a una “gran demanda” en el sector. No debe olvidarse que la opinión de Rato fue apuntalada por Emilio Botín, presidente del Banco Santander: “No hay burbuja y en este sentido el informe del Banco de España, que yo he leído a fondo, no ha sido bien interpretado”, aseguró. ¿El poder político se sometió al poder financiero sin capacidad para dar un golpe en la mesa, a pesar de tener mayoría absoluta en ese momento? O lo hizo o simplemente iban de la mano.
El economista Gonzalo Bernardos incluye otros factores para explicar aquel crecimiento económico, venerado por Rajoy, miembro de los gabinetes de Aznar. Entre ellos, la crisis del sudeste asiático, entre 1997 y 1998, que llevó a una caída de la factura del petróleo de casi el 50%. Y, posteriormente, la situación de “crecimiento raquítico de las economías europeas, que llevó al BCE a bajar los tipos de interés, hasta un 2%, un aspecto que condujo a Rato a incentivar a las entidades financieras, especialmente a las cajas, a conceder créditos para hacer del sector de la construcción y del gasto de las familias, a través del endeudamiento, los dos pilares de una saludable economía española”.
Bernardos insiste en que Rato no quiso impulsar un cambio en el modelo productivo, “basado en la creación de ocupación por uno basado en el incremento de productividad”. Apostó por el primero, “abriendo notoriamente la puerta a la inmigración, con la finalidad de seguir manteniendo bajos los salarios”.
30.000 millones privatizando
Las cuentas públicas se sanearon, completando las políticas iniciadas por el último gobierno de Felipe González, con Pedro Solbes como ministro de Economía. La obsesión entonces era la estabilidad presupuestaria, porque el objetivo era acceder a la unión monetaria y al euro. El déficit de las administraciones públicas se redujo con celeridad, desde los 28.948 millones de euros en 1995, el último gobierno socialista, a solo 1.622 millones de euros en 2003. Pero ¿cuál fue el secreto?
El economista Gonzalo Bernardos dice que Rato empujó a las cajas a dar créditos por los bajos tipos de interés
El ministro Rato protagonizó una de las más grandes privatizaciones de empresas públicas de la historia de España. Un proceso que se había iniciado con anterioridad a su llegada al ministerio pero con una intensidad mucho más baja. En la etapa de Rato, sin embargo, la privatización de las empresas públicas más rentables fue determinante para que las cuentas cuadraran y se iniciara lo que los economías consideran un círculo virtuoso. El proceso supuso la transferencia al capital privado de la totalidad de las grandes empresas de servicios públicos, como Repsol, Telefónica o Endesa, pero también de muchas otras que tenían condiciones de monopolio a través de diversos mecanismos, como Iberia, Tabacalera o Argentaria, y otras empresas públicas industriales que se beneficiaban de las compras del Estado o de otras fórmulas de protección indirecta.
Hasta tal punto que al final de ese periodo calificado de “milagro económico”, entre 1996 y 2000 —el PP entiende que rehizo el país y lo llevó al crecimiento—, solo quedaban en manos del Estado algunas empresas que no se podían vender porque estaban en pérdidas, como Hunosa, u otras que se consideraban estratégicas para la cohesión del país, con control de redes vitales como ferrocarriles (Renfe), correos y gestión de puertos y aeropuertos. Todas esas privatizaciones fueron acompañadas de la liberalización de los sectores afectados, así que en solo tres años la venta de “las joyas empresariales” proporcionó a los gestores económicos cerca de cinco billones de pesetas, unos 30.000 millones de euros, que garantizaron la consolidación fiscal. Además de esa inyección de dinero, ahorró al Estado nuevas pérdidas y el consiguiente aumento de los déficits de las administraciones públicas.
Rato, eso sí, logró que España se incorporara a los países de mayor tradición capitalista. Nunca, hasta ese momento, se había producido ese “capitalismo popular” que supuso la incorporación de ocho millones de accionistas, más, incluso, que en países grandes y más desarrollados, como Alemania, Francia e Italia.
Ayudas europeas
Esos fueron los elementos decisivos que explican la etapa de crecimiento de España en el primer mandato de José María Aznar, con Rato como ministro de Economía, pero que demuestran que no hubo ningún milagro, sino que, al contrario, los gobiernos del PP no buscaron un cambio en el modelo económico tras un obligado —y necesario— reequilibrio presupuestario.
Un factor importante para el desarrollo y el crecimiento fueron las ayudas de la Unión Europea. Las transferencias netas recibidas, precisamente en esos años, después de que los gobiernos socialistas negociaran un trato de gran ventaja comparativa —Aznar calificó, sin embargo, a Felipe González de “pedigüeño” por plantearlo en la cumbre europea de Edimburgo en 1992—, llegaron a suponer por sí solas el equivalente al 1% del PIB.
Algunos economistas han sostenido, como Santiago Niño Becerra, que España no podía haber crecido como lo hizo de otra manera. En una especie de determinismo histórico, argumentan que las características de España no dan para otro modelo, a no ser que se alcance un gran consenso político, con planes a medio y largo plazo, que la clase política no parece dispuesta a forjar en estos momentos.
Los expertos consideran que, en todo caso, no se puede caracterizar aquella etapa de gobierno del PP, de 1996 a 2004, como de “brillante gestión económica”, como pregonan de forma permanente los dirigentes de ese y especialmente en los últimos meses el presidente en funciones, Mariano Rajoy.
Los expertos critican que se desaprovechara la ocasión para resolver los problemas estructurales
Jordi Maluquer analiza lo que le ofrecen los datos. Y su apreciación es que la acción del gobierno del PP, con Rato como máximo responsable, se caracterizó por la falta de reformas estructurales que pudieran poner bases sólidas para un crecimiento estable. Como todo iba aparentemente bien —aunque la tasa de paro nunca bajó del 7,95% alcanzado en el segundo trimestre de 2007—, se consideró que no eran necesarios los cambios en la política económica. Y nadie se preocupó de las señales de alarma: una inflación bastante superior a la de la zona euro, baja tasa de ahorro en el sector privado, déficit por cuenta corriente, elevada dependencia energética y endeudamiento galopante.
La conclusión es dura, y abarca todo el periodo de crecimiento, de 1996 a 2007, centrada en la burbuja inmobiliaria, el gran cáncer de la economía española: “Nadie puede escudarse en la falta de información. Lo que se produjo fue una clara dejación de sus obligaciones por parte de los gobernantes y de los reguladores, además de comportamientos especulativos de dudosa legalidad en amplios sectores de los gobiernos y la Administración, las entidades financieras y otros grupos empresariales”, sentencia Maluquer de Motes. Rato estuvo allí. Y Rajoy también.