Tras su entrevista con el rey el jueves,
Mariano Rajoy volvió a la casilla de salida. Al mismo punto en el que estaba
el 27 de junio, cuando, conocidos los resultados electorales, ya sabía que esta vez le tocaba intentar la investidura. La única diferencia es que el jueves aceptó el encargo del jefe del Estado aunque sin precisar siquiera si lo llevará a cabo. Es decir, que el presidente del PP y del Gobierno en funciones insiste en que lo que le toca ahora es conseguir los votos necesarios para ser investido por el Congreso de los Diputados, pero deja abierta la puerta a no convocar la sesión de investidura sino tiene garantizado el éxito en la votación. Sería lo que se ha empazado a definir como declinar en diferido.
Rajoy ya innovó cuando en enero pasado rechazó la invitación del rey a acudir a la investidura. Pero en esa ocasión el líder del PSOE,
Pedro Sánchez, le tomó el relevo. No consiguió acceder a la Presidencia del Gobierno, pero lo intentó y puso en marcha el plazo que establece la Constitución para convocar unas nuevas elecciones si el Parlamento no consigue investir un presidente.
En aquel momento, con su rechazo a someterse a un pleno en el que no tenía garantizados los votos descubrió la existencia de un vacío constitucional, porque sus redactores no contemplaron la hipótesis de que nadie concurriera a la investidura.
Ahora ha abierto otro debate
con su aceptación condicionada, ya que el artículo 99.2 establece que el candidato propuesto por el rey para la Presidencia del Gobierno “expondrá ante el Congreso de los Diputados el programa político del Gobierno que pretenda formar y solicitará la confianza de la Cámara”. Así que ahora los constitucionalistas debaten sobre si Rajoy puede no acudir a la investidura, porque esa hipótesis no la contempla la Carta Magna, aunque otros dicen que no especifica esa posibilidad pero tampoco obliga a someterse a la confianza del Congreso.
El problema, con todo, es que Rajoy asegura que hará ahora los deberes que no ha hecho en el mes transcurrido desde las elecciones: ponerse a negociar los apoyos para su reelección como presidente. En los partidos que le podrían facilitar ese examen —Ciudadanos, que tendría que pasar de la abstención al sí, y el PSOE, que tendría que abstenerse— no lo tienen claro, porque su experiencia hasta ahora es que el líder del PP se ha limitado a pedirles el apoyo por ser el candidato del partido más votado el 26-J. Sin negociar nada. Sin precisar qué está dispuesto a ceder o a cambiar. Y ninguno de los dos partidos parece por el momento dispuesto a consentir un gobierno de Rajoy sin más.
De hecho, en las consultas mantenidas con los representantes de los grupos, el rey escuchó muchas negativas a la investidura de Rajoy y bastantes disposiciones a votar a Sánchez si el socialista diera el paso de presentarse, las de los portavoces de Unidos Podemos y también los del PNV y el Partido Demócrata Catalán (antes Convergència).
Esa puede ser otra de las razones por las que Rajoy aceptó el encargo: evitar que el líder del PSOE le quite el turno y quizás el gobierno.
Porque ahora, un Sánchez más débil podría concitar, sin embargo, los apoyos que no logró el pasado mes de marzo, entre otras razones porque la repetición de las elecciones reforzó al PP y no le otorgó a Podemos el
sorpasso que buscaba. Esta es una hipótesis que no habría que descartar, si finalmente el líder del PP no obtiene los apoyos necesarios para su investidura y no da paso a otro candidato de su partido para que lo intente. Porque esta última posibilidad se baraja, pero no cuenta, por lo que parece, con la conformidad de Rajoy, que es quien tendría que retirarse.
Los “marianólogos”, con todo, creen que Rajoy será reelegido presidente “por la técnica del agotamiento de los contrarios”, que es la que le ha dado hasta ahora buenos resultados, lo que, unido a las presiones exógenas que reciben Ciudadanos y PSOE, les llevaría a estos partidos a rectificar su posición.