La fisonomía de las ciudades no es lo único que ha cambiado a consecuencia de un fenómeno como el turismo de masas. También lo ha hecho el concepto de viaje, de manera que las personas que visitan los principales destinos turísticos no esperan tanto conocer algo que ignoran como confirmar algo que previamente conocen. Esta es la razón por la que el turismo suele ser considerado como una fuente de ingresos y no como un instrumento político o cultural para poner en cuestión estereotipos, por más que esta sea una retórica frecuente. Los estereotipos, por su parte, se fomentan o se cuestionan en el terreno de las campañas publicitarias y de la propaganda, lo cual puede llegar a ser un nuevo obstáculo para el auténtico conocimiento entre diferentes, en la medida en que lo mediatiza y le concede un papel determinante a una intermediación interesada.
Visitar sitios más o menos remotos para confirmar lo que se sabe y no para conocer lo que se ignora no es, sin embargo, la única paradoja que provoca el turismo de masas. Otra sería la necesidad de limitarlo a fin de evitar la destrucción de lugares de excepcional interés, y aptos por ello para generar ingresos igualmente excepcionales. La política de reducir directamente las visitas, así como la de desincentivarlas mediante tasas o impuestos, responden a la necesidad de encontrar un equilibrio entre los beneficios que el turismo ofrece y los sacrificios que reclama. Solo que en la mayor parte de los casos se trata de un equilibrio precario y casi siempre contrario a la conservación de los lugares de interés. Más que a protegerlos, se escora hacia tolerar cierto grado de destrucción física, además de hacia la adulteración del significado con el que fueron construidos o que adquirieron en un momento preciso. Lugares de recuerdo que, como memoriales y campos de batalla, reciben visitas masivas con el objetivo declarado de rendir tributo, mas parecen ser víctimas de una profanación perpetrada por el morbo. Y esta es otra paradoja del turismo.