Nos madrugan Cuba
En lo que podría ser el cierre de uno de los últimos asuntos pendientes de la guerra fría, Barack Obama visitará Cuba los días 21y 22 de marzo. Obama será así el primer presidente estadounidense en ejercicio en visitar la isla en 88 años, después de Calvin Coolidge, que acudió en 1928 a la VI Conferencia Panamericana. La visita viene precedida por medidas de carácter comercial favorables a una distensión entre ambos países, que han restablecido sus relaciones diplomáticas plenas tras la apertura de una nueva etapa en diciembre de 2014.
Décadas de bloqueo y sanciones estadounidenses se han probado inútiles para derrocar la dictadura de los Castro. También para propiciar una apertura o lograr que progresara el respeto a los derechos humanos de los cubanos. Ahora, la grave situación económica de la isla y la falta de aliados capaces de darle apoyo, tras la aguda crisis política de Venezuela, han obligado al Gobierno de La Habana a ensayar un intento de apertura, plagado de dubitaciones y retrasos, que busca facilitar la inversión extranjera y promover una cierta normalidad económica de la que pudiera derivar la democratización del régimen.
Hace pocos días, Ben Rhodes, uno de los responsables de la reanudación de relaciones diplomáticas entre los dos países, afirmó que el futuro de la isla está en manos de los cubanos y que serán estos quienes habrán de decidir su futuro. A la comunidad internacional le incumbe contribuir con prudencia a que el proceso de democratización se incoe y lo haga respetando los derechos básicos de los habitantes de la isla, pacientes sufridores durante más de cinco décadas de privaciones e injusticias.
Además de Estados Unidos, la Unión Europea y algunos de sus países miembros se han sumado a este acercamiento, decididos a impulsar sus intereses y a exportar pacíficamente las libertades de las que allí se carece. España, tras décadas de relación especial con la isla, debiera encontrarse en una posición inmejorable para hacer una contribución valiosa en esa tarea. Pero una serie de graves errores gratuitos en la legislatura pasada y en las del presidente José María Aznar, campeón de la posición común de la UE sobre Cuba, han puesto esa contribución en entredicho y pueden postergarla en beneficio de otros países que han sabido adelantarse. La diplomacia española ha cosechado desplantes notorios por parte del régimen cubano, cuando las primeras autoridades de la isla rehusaron recibir al ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, o cuando Raúl Castro prefirió París como destino de su primera visita de Estado a un país europeo. Sería un grave error político que España se resignara a ese tímido segundo plano en vez de acompañar prudentemente a los cubanos, que son los más próximos a nosotros de toda América Latina.