Muerte de camino a una tierra moribunda
Más de 4,5 millones de personas han huido de Siria desde el inicio de la guerra. AHORA ha sido testigo de su largo viaje hasta Europa en las ciudades de Kilis (Turquía), Salzburgo y Berlín
La mañana del sábado 27 de febrero, cuando entró en vigor el alto el fuego, una mujer llorosa se acercó lentamente a la frontera entre Turquía y Siria que cruza Bab Al Salama (Oncupinar en el lado turco), cerca de Kilis. Llevaba una niña en el regazo, envuelta en una pesada manta. Imploró durante una hora a los policías turcos para que le permitieran volver a su devastado país.
Lo que pretendía era llevar a su hija, agotada y dolorosamente pálida, al hospital de Azaz, situado a apenas cuatro kilómetros del cruce fronterizo. Pero los turcos se negaron a dejarla pasar. La mujer siguió llorando y acariciando a la pobre niña, que pronto murió en sus brazos. Solo entonces los turcos le permitieron cruzar la frontera. Para eximirse de las posibles consecuencias.
La caída de Azaz significaría la caída de Alepo, el campo de batalla clave de la contienda
Justo frente al confín con Siria, vehículos del Ejército turco abandonaron la carretera principal que lleva a Alepo. El cielo azul sobre la cercana Azaz estaba despejado, sin rastro de los aviones rusos ni de los bombarderos del régimen. En ese momento tampoco se escuchaba el fuego de la artillería turca, que durante una semana estuvo vapuleando a los miembros de la milicia kurda siria YPG. El acceso hacia Siria estaba abierto solamente para un gran número de camiones pesados que portaban la insignia de varias organizaciones humanitarias turcas y qatarís. Los conductores estaban asustados. Uno de los vehículos estaba lleno de hornos de pan. De uno en uno, o de dos en dos, entraban refugiados por el lado sirio, procedentes de los campamentos situados entre Azaz y la frontera.
Grandes grupos de refugiados descansaban en los prados cercanos a la frontera. La mayoría eran en realidad grandes familias, formadas sobre todo por niños. Nadie tenía la más remota idea de adónde ir o a quién recurrir. Unas pocas cabras y un caballo decrépito pastaban cerca. Los policías turcos se limitaban a matar el tiempo, mirando el cielo. Nada indicaba que se trataba de una de las líneas del frente más importantes del conflicto sirio.
“Vengo de una aldea al norte de Alepo. Mi hija menor murió la semana pasada en un bombardeo aéreo del régimen. La enterré en casa, en Siria, y después hui junto al resto de la familia. Yo también quedé herido”, me dijo un hombre llamado Ibrahim, que se señaló los trapos empapados de sangre que llevaba en la cabeza. Había recibido asistencia médica en el hospital situado en el pueblo turco de Kilis, donde la población se ha más que duplicado desde el inicio de la guerra. Durante los últimos cinco años de conflicto armado, la no demasiado rica Kilis ha absorbido a más de 120.000 refugiados y hecho todo lo posible para darles acomodo de manera decente y humana. Esta es la razón por la que el pueblo es candidato al premio Nobel de la Paz.
Regreso al infierno
“Me cuidaron muy bien. Pero ahora tengo que volver al campamento de refugiados en el lado sirio. Toda mi familia está ahí”, me aclaró Ibrahim. A juzgar por su cara con muescas de metralla, tenía suerte de estar vivo. Su modesta ambición era encontrar como fuera un lugar para él y su familia en Turquía, pero las posibilidades de que eso suceda son extremadamente escasas. Turquía alberga ya a dos millones y medio de refugiados sirios.
La semana pasada, 35.000 desplazados llegaron al cruce de caminos de Oncupinar en solo 48 horas. Suleyman Tapsiz, el gobernador local del lado turco de la frontera, afirma que Kilis y los pueblos vecinos no serán capaces de acogerlos a todos. “Nuestras puertas no están cerradas. Pero no es necesario que les dejemos cruzar a Turquía ahora”, dijo. Unas 140.000 personas están en estos momentos ubicadas entre Azaz y la frontera. Si Alepo cae, lo que puede suceder pronto, al menos 600.000 correrán hacia Turquía en cuestión de días.
Hasta hace poco parecía que el Ejército turco iba a tomar el control del área entre el cruce de la frontera y Azaz y evitar así que el pueblo, estratégicamente vital, cayera en manos del YPG. Eso hubiera sido un terrible error estratégico que habría desencadenado una tragedia humana de proporciones inimaginables. Según nuestras fuentes, el Gobierno turco ha optado por asumir un “tiempo muerto”, sobre todo debido a la presión ejercida por la Unión Europea y Estados Unidos, especialmente porque la OTAN aún no está dispuesta a arriesgarse a un enfrentamiento militar con Rusia. Si las fuerzas turcas toman Azaz, ese enfrentamiento será inevitable.
Convoyes humanitarios seguían atravesando la frontera junto a mercaderes, refugiados que ya no pueden permitirse quedarse en Turquía y miembros de determinados grupos rebeldes apoyados por Ankara. Conseguí hablar con algunos de los combatientes que esperaban en la frontera a ser readmitidos en Siria. Dos de ellos, ambos de 18 años, eran del Ejército Sirio Libre y estaban de regreso al frente norte de Alepo después de haber pasado los 10 últimos días en un hospital turco. “Nos atacan por todos lados: ISIS, las fuerzas del régimen, los aviones rusos, y ahora los kurdos… Estamos solos. Pero lucharemos hasta el final”, me dijo uno de esos jóvenes, que se negó a darme su nombre. Sí me contó que su familia vivía en Turquía, pero que a pesar de sus heridas lo único que deseaba era volver cuanto antes a la línea del frente. “Mis amigos están muriendo. Lucho por mi patria”, dijo.
Desde que el Ejército del régimen y los aviones cortaron las líneas de aprovisionamiento de Alepo, cientos de miembros de grupos rebeldes sirios han entrado al país desde Turquía en los últimos días. Lo han hecho con el apoyo oficial de Ankara. Las autoridades turcas están intentando desesperadamente evitar la caída de Azaz. Saben lo que significaría que todas las áreas dominadas por los kurdos del norte de Siria se conectaran para formar algo parecido a un todo unificado. Además, la caída de Azaz significaría casi inevitablemente la caída de Alepo, el campo de batalla decisivo del conflicto sirio.
La gran paradoja
Cada día llegan al lado turco de la frontera cerca de un centenar de personas, la mayoría civiles, con la intención de ser readmitidas en Siria. Muchas de ellas están heridas o gravemente enfermas. La falta de dinero les obliga a volver a casa después de una breve estancia en uno de los hospitales públicos turcos. La mayoría de aquellos con los que hablé no volvía a sus casas sino más bien a diversas formas de alojamiento temporal. Por lo que respecta a la atención del mundo, la desgarradora desesperación de la gente que perdió sus casas y se quedó en Siria ha caído en el olvido. Pero en el interior de esa tierra arrasada, casi la mitad de la población no vive en su dirección habitual. Es gente que no se puede permitir huir, ni siquiera a Turquía, por no hablar de la Unión Europea. Una de las grandes ironías modernas es que, en algunos lugares, ser un refugiado es ahora justamente considerado un privilegio.
Mientras en el lado sirio más de 100.000 personas esperaban en campamentos de refugiados a que les permitieran entrar en Turquía cuanto antes, un hombre llamado Mohammed Rahmo intentaba convencer a su hijo de 16 años para que se levantara y se uniera a la línea de los que aguardaban para regresar a Siria. A Rahmo le caían lágrimas por las mejillas. Su hijo Mustafá sehuía sentado con la mirada agresivamente fija en el suelo.
Apenas un mes antes, un bombardeo aéreo ruso en la pequeña aldea al norte de Alepo le había costado el ojo izquierdo. El derecho le había quedado gravemente dañado. Tenía la cara cubierta de quemaduras. Su padre decidió llevárselo a Turquía; en ese momento, la frontera seguía abierta. Mustafá fue operado en el hospital de Gaziantep, pero la intervención no salió bien. Poco después perdió también la visión del ojo derecho. Su padre le llevó a un médico privado que les dijo que el único procedimiento capaz de salvar el ojo costaba 4.000 dólares. Pero por aquel entonces se habían quedado sin dinero y su única salida era volver a Siria.
“Tenemos que llegar a casa. Tengo que cuidar de mi familia. Los bombardeos se han llevado todo lo que teníamos. Es horrible, pero no puedo hacer nada por Mustafá. Somos tan pobres. Ni siquiera podemos permitirnos quedarnos en Turquía. ¿Cómo íbamos a llegar a Europa? Ayer fue el último día en que tuvimos algo para comer. ”, me contó Mohamed Rahmo con gran tristeza. Con un visible esfuerzo, al fin, Mustafá se puso en pie. Aún mirando el suelo, estalló en sollozos y se colocó en la fila, donde nadie parecía tener interés en conversar. Estaban esperando pacientemente a que les permitieran regresar a una zona de guerra.
Vecinos de Estado Islámico
Un muro de hormigón y un pequeño campo de minas separan ahora dos pueblos antes firmemente conectados, el turco Karkamis y el sirio Yarablus. Hoy, esta frontera artificial es una de las más raras —y peligrosas— del mundo. El lado sirio está controlado por combatientes de ISIS, que dominan actualmente otros 50 kilómetros de la frontera turca en dirección oeste. Por lo que respecta a Turquía, esta área forma una especie de zona de amortiguación sin presencia de sirios kurdos armados. Durante algún tiempo, miembros del YPG han tratado de hacerse con el control de Yarablus, pero el pueblo sigue firmemente controlado por la milicia extremista suní. El este del pueblo, en cambio, está controlado por los kurdos.
Hasta finales del año pasado, la frontera era bastante pacífica. Desde 2012, un centenar de personas o más la cruzaban a diario en ambas direcciones sin mayores problemas. Muchos de ellos eran combatientes extranjeros que iban a unirse a grupos insurgentes en el norte de Siria. Algunos de ellos, sin duda, cruzaban la frontera para unirse a ISIS. La parte que va de Karkamis a Kilis era la más porosa de los más de 900 kilómetros de frontera entre Turquía y Siria.
Las condiciones empezaron a deteriorarse cuando Turquía oficialmente entró en guerra contra Estado Islámico. Esto, vale la pena recordarlo, fue después de un largo periodo de lo que algunos han llamado “pasividad activa turca”, que permitió a la milicia terrorista fortalecerse.
Es cierto que, durante un tiempo, a Ankara las actividades de Estado Islámico le fueron muy útiles. Pero las cosas empezaron a cambiar. Se sucedió una serie de atentados suicidas y la situación geoestratégica se complicó aún más. Turquía se encontró de repente en una posición nada envidiable. Al mismo tiempo, se reabrió la cuestión kurda. Y de un modo bastante espectacular.
El primer movimiento de las autoridades turcas fue cerrar la frontera con Siria, antes de mandar refuerzos militares al mismo tiempo que colocaba kilómetros y kilómetros de muros de hormigón y alambre de espino en la línea. Mientras numerosas torres de vigilancia se alzaban hacia el cielo, el cierre fronterizo perjudicó severamente a los civiles sirios que trataban de huir de los crímenes de guerra perpetrados por todas partes. Decenas de miles de personas permanecieron atrapadas en el lado sirio de la frontera, mientras unos 100.000 están ahora en Karkamis y los campamentos de refugiados vecinos.
En el otro lado de la frontera, los miembros de ISIS han sembrado campos de minas para protegerse de cualquier posibilidad de incursión turca. Para Estado Islámico, Yarablus se ha convertido en una operación estratégica clave. La única cuestión es por qué los casi 70 países que forman una coalición contra ISIS son tan renuentes a atacar las posiciones de los extremistas alrededor del pequeño pueblo que ya había sido abandonado por la mayor parte de su población civil.
A finales de enero, Karkamis vio el primer enfrentamiento directo entre ISIS y el Estado turco. Los yihadistas abrieron fuego contra los soldados que habían acudido a despejar el campo de minas. Varios proyectiles estallaron sobre el empobrecido pueblo turco. El Ejército respondió desplegando tanques. Días después, las fuerzas de seguridad turcas capturaron a un grupo de gente procedente de Yarablus que trataba de cruzar ilegalmente la frontera. Llevaban cinturones con explosivos para suicidarse y se encaminaban a Gaziantep, ciudad situada a una hora en coche de la frontera.
Desde entonces, Karkamis, situado junto al río Éufrates, la fuente de agua clave de la región, se ha sumido en un estado de caos. Los residentes viven con miedo a nuevos ataques de ISIS y a que la guerra siria se extienda a territorio turco. Todo el pueblo se ha militarizado.
Una de las grandes ironías modernas es que, en algunos sitios, ser refugiado se considera un privilegio
“La vida aquí es extremadamente dura. Tienes que estar vigilando todo el tiempo”, me dijo Merwan Kaya en su pequeño puesto de kebabs. Hace un año, Kaya escapó de Yarablus a Karkamis. “¿Ves esa calle de allí? Si la tomaras hasta la estación de tren, llegarías al lugar en el que estaba mi viejo local. El lugar está a 400 metros exactos de donde estamos ahora. Es increíble, ¿verdad? Cuando Estado Islámico tomó Yarablus, las cosas cambiaron. Destruyeron mi tienda y me obligaron a huir a Alepo y después a Karkamis. Ahora soy un refugiado que vive a dos calles de su antigua casa.”
Las calles en el centro del pueblo fronterizo estaban casi desiertas. Hasta que estalló el combate, los residentes no se habían visto molestados por la presencia de ISIS, que se encontraba a tiro de piedra de sus casas. Menos de 200 metros separan ahora la población de Karkamis de las posiciones de los terroristas y muchos creen que su pueblo se convertirá en otra línea del frente en el conflicto sirio, que de manera evidente entra en su fase decisiva.