Mesa para uno
Paseos de un gourmet solitario tiene mucho que ver con el cine de Ozu: ambos se ocupan de fijar una realidad que aman
El cómic japonés dedicado a la comida es, al parecer, todo un género. De entre los ejemplares que han pasado por mis manos me ha dejado recuerdo uno clásico, En la prisión (Ponent Mon, 2004), de Kazuichi Hanawa, que sin ser un cómic culinario dedica un buen número de páginas a los menús que come el autor durante su estancia en una cárcel —un asunto de posesión de armas le llevó ahí—. Hace seis años se publicó en España El gourmet solitario, del dibujante Jiro Taniguchi y el guionista Masayuki Kusumi. Aquella obra presentaba una serie de episodios de un hombre solitario a quien el trabajo le lleva a diversos barrios de Tokio o de poblaciones cercanas, donde se queda a comer en algún restaurante. Eso era todo. A muchos nos emocionaron aquellas páginas de Taniguchi precisamente por su sencillez: ni siquiera se puede decir que esas viñetas tratasen sobre la cocina japonesa, porque trataban más bien de la vida, de las cosas pequeñas que quedan a la vista para alguien que decide mirarlas. Ahora se publica la segunda parte de esa serie de historias, con el título Paseos de un gourmet solitario. En Japón los dos volúmenes salieron con una distancia de 18 años entre ellos, y a la vez recopilan las historias publicadas en la revista Weekly Spa!. Y el año pasado Ponent Mon publicó también la obra de Taniguchi El caminante.
Un particular retrato de Japón
En Paseos de un gourmet solitario los autores siguen sin interesarse por darnos apenas información sobre el protagonista, ese hombre que viste de traje y que después de hacer su trabajo —viene a ser una especie de representante comercial— busca entre los restaurantes populares un lugar donde entrar y disfrutar de la comida. En este volumen aparecen algunos de sus recuerdos, pero nada que nos distraiga demasiado de lo que parece ser el objetivo de los autores, que es llevar a cabo un particular retrato de su país, de las callejuelas en las que uno quizá no se fijaría, de los barrios que quedan fuera de las guías de viaje, de los restaurantes apartados del esnobismo, regidos por familias y en los que, a media tarde, uno puede sentarse sin prisas. El libro, escrito por unos autores que están bien entrados en la madurez, es un tipo de celebración, es señalar hacia aquello que parece conmoverles y mostrarlo en su desnudez. De modo que sí, hay melancolía en estas páginas, pero también humor. El protagonista es un hombre culto al que veremos improvisar parodias culinarias de haikus en una de las historias, o hacer juegos de palabras por los que él mismo siente vergüenza. En otra de las historias se reproducen unos planos del cineasta Ozu, que acuden a la memoria del protagonista. Las películas de este director, por cierto, no están lejos del mundo que aparece retratado en estos cómics: ese retrato meticuloso y algo estático de las calles, esos hombres vestidos a la manera occidental, esas clases medias, esas minúsculas oscilaciones morales en las que se sujeta una trama. Las películas de Ozu o estos cómics de Taniguchi se ocupan principalmente de fijar una realidad que aman.
Como en las entregas anteriores, en esta nueva serie de historias hay unos cuantos episodios dedicados a la fusión de lo japonés con otras cocinas. Vemos al protagonista en una pizzería, en una hamburguesería o en un coreano. Su carencia de cualquier clase de integrismo culinario es ejemplar. Y lo vemos finalmente en un restaurante de París, adonde ha ido a parar en un viaje. Resuelto un compromiso que debía hacer bajo la Torre Eiffel, se dirige a lo que él considera su territorio, un barrio donde los tenderos exponen sus productos, donde viven inmigrantes y todo parece cotidiano. Es el mundo hacia el que, allá donde esté, ha decidido dirigir los ojos este singular, dubitativo y emocionado viajero.
Jiro Taniguchi y Masayuki Kusumi
Traducción de Alberto Sakai
Astiberri, Bilbao, 2016, 142 págs.