Los nazis y el expolio del patrimonio artístico
La operación de saqueo artístico, llevada a cabo antes y durante la Segunda Guerra Mundial, es considerada hoy el prólogo del Holocausto
En marzo de 2012 los medios anunciaron el hallazgo de más de 1.000 pinturas en un piso de Múnich, propiedad de Cornelius Gurlitt, hijo de Hildebrand Gurlitt. Pinturas de Chagall, Picasso u Otto Dix se entreveraban en aquella casa con otras de Renoir o Toulouse-Lautrec. Casi todo había sido robado por los nazis a sus legítimos propietarios.
Allí estaba el cuadro de Matisse Mujer sentada, también conocido como Mujer con un abanico, que había pertenecido al marchante francés de origen judío Paul Rosenberg. Casi al tiempo que se descubría este botín, Anne Sinclair, nieta de Rosenberg, contaba la historia de su abuelo y del Matisse en 21, rue La Boétie (Grasset, 2012). En mayo de 2015 su familia recuperó la pintura. Ese mismo mes llegó a las pantallas la película La dama de oro, basada en el pleito entablado por los herederos de Adele Bloch-Bauer contra el Estado austriaco en torno a la obra de Gustav Klimt Retrato de Adele Bloch-Bauer. Incautada por los nazis en Austria, la pintura permaneció, tras la guerra, en el Museo Belvedere de Viena hasta que en 2006 un tribunal resolvió su devolución a los demandantes.
En Europa del Este se desvalijaron indistintamente museos, colecciones privadas e iglesias
Han pasado 70 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y películas, libros, procesos judiciales o noticias en la prensa proyectan hasta hoy la larga sombra del expolio nazi, mientras los especialistas siguen debatiendo sobre la más brutal y salvaje operación de saqueo artístico de nuestra historia reciente, que hasta hace pocos años apenas había llamado la atención de los investigadores. Ahora se ve como el prólogo: en el año 2000 la Comisión de Estudios sobre el Expolio de los Judíos en Francia observó que solo se priva de todos sus bienes a quien ya no se pretende reintegrar en la sociedad. Lejos de tratarse de una operación de naturaleza estrictamente económica, el expolio fue el inicio de una persecución que concluyó en el exterminio.
El principio de jerarquía racial era básico en la percepción nacionalsocialista del mundo. Y por eso judíos y eslavos figuraron entre las principales víctimas del expolio. Para el Reich, los eslavos constituían una raza inferior, indigna de disfrutar de estructuras estatales independientes. Por esta razón, al avanzar por Europa del Este los nazis desvalijaron indistintamente museos estatales o locales, colecciones privadas e iglesias. Por el contrario, en Europa occidental el patrimonio artístico de los ciudadanos franceses, belgas, holandeses o italianos fue respetado. Los nazis consideraban que Alemania y los países del occidente europeo, pese a las diferencias, integraban una misma civilización. De ahí que, salvo excepciones, la expropiación en el oeste solo afectara a los judíos.
Un largo saqueo
El expolio comenzó a mediados de los años 30, cuando los nazis desposeyeron de sus bienes a los judíos alemanes y retiraron de los museos las obras de vanguardia calificadas como arte degenerado. Prosiguió durante la ocupación de Austria y los Sudetes y continuó a lo largo de toda la guerra. No existen datos exactos sobre el saqueo, aunque algunos permiten calibrar su magnitud. En Bélgica el Tercer Reich arrambló con casi 20.000 cuadros, esculturas, relieves, grabados, tapices, orfebrería, libros incunables, antigüedades y otro tipo de enseres artísticos. En Holanda la cifra rondó los 30.000; en Francia, los 100.000. De Polonia salieron cerca de medio millón, que equivalían a más del 40% del patrimonio artístico polaco. En la Unión Soviética fueron saqueados 173 museos.
Muchos jerarcas nazis participaron en esta búsqueda del tesoro, pero dos destacaron por su voracidad. Hitler había invertido en pintura una buena porción de los derechos percibidos por las ventas de Mein Kampf. Era amante de los viejos maestros renacentistas y barrocos y de los paisajes alemanes del siglo XIX. En 1938 decidió crear un museo gigante en Linz, para el que acopió, a lo largo de la guerra, 6.755 óleos, 230 acuarelas, 1.039 grabados, 95 tapices y 68 esculturas, más 43 contenedores con pequeñas obras y otros 358 con libros. Hermann Göring, también de gusto conservador, llegó a tener siete residencias repletas de objetos artísticos, libros y antigüedades, aunque lo más granado estaba en su palacio de Carinhall, donde se amontonaban los cuadros de Rembrandt, Velázquez, Rubens, Van Dyck, Goya… Hitler y Göring lucharon entre sí por las mejores piezas. Otros dirigentes, imitándolos, también se dedicaron a atesorar arte compulsivamente.
Las fuerzas de ocupación fueron el brazo ejecutor, los perros de presa del expolio, en el que colaboró una pléyade de especialistas. Como ha explicado Jonathan Petropoulos, centenares de historiadores y críticos, marchantes, directores de museo y coleccionistas, alemanes y colaboracionistas, participaron en el saqueo; algunos por cuenta de los altos mandos, otros en su propio beneficio, aunque ambas cosas siempre fueron compatibles.
La expresión “arte degenerado”, un concepto que abarcaba todo el arte moderno desde el impresionismo hasta la abstracción, refleja el desprecio nazi por las vanguardias. En 1937 el Reich retiró de los museos alemanes cerca de 16.000 obras de vanguardia, tachadas como “herramientas de propaganda marxista”, “basura judía”. Una vez activada la maquinaria del pillaje, cualquier obra susceptible de ser saqueada era bienvenida. Miles de pinturas vanguardistas se vendieron en el mercado internacional. Los réditos de estas operaciones permitieron adquirir piezas más acordes al gusto de los coleccionistas y financiar el partido o captar divisas. También engrosaron la cuenta de beneficios de destacados dirigentes nazis y enriquecieron a los intermediarios.
Precisamente porque el arte era rentable, los nazis trataron de dar una apariencia legal a sus adquisiciones, sobre todo cuando actuaron en Europa occidental. Antes de que comenzara la guerra, compraron sus colecciones a los judíos ansiosos por abandonar Alemania o Austria, bajo contrato y a precio de saldo. Adoptaron la misma estrategia en Francia, Bélgica u Holanda. Pretendían que nadie cuestionara su condición de legítimos propietarios al venderlas en los países neutrales, sobre todo en Suiza, o en los territorios satélites, como la Francia de Vichy.
La dispersión de los bienes
Conforme comenzó a resultar evidente que iban perdiendo la guerra, los jerarcas del Reich intentaron salvaguardar su patrimonio fuera de Alemania y las obras de arte constituían un bien valioso y fácil de transportar. La dispersión de los bienes alemanes entrañaba un doble riesgo. De entrada, buena parte de los mismos habían sido adquiridos de forma ilícita y si salían de Europa iba a ser más difícil restituirlos a sus legítimos dueños. Por otra parte, los aliados no querían permitir que los líderes nacionalsocialistas huyeran, ni mucho menos que pudieran acopiar los suficientes recursos como para hacerse fuertes y pensar en una posible revancha más adelante.
Por eso se desarrollaron desde finales de 1943 los programas safehaven, cuyo objetivo era impedir que las propiedades alemanas alcanzaran un refugio seguro. Estos programas exigían a los gobiernos de los países neutrales el bloqueo de todos los bienes del Estado alemán o de ciudadanos alemanes y su posterior entrega a los aliados. En 1944 los Acuerdos de Bretton Woods declararon ilegal toda transacción entre el Estado alemán o sus ciudadanos y los habitantes de los territorios ocupados realizada durante la guerra.
Conforme se acercó el fin de la contienda, la mayoría de los países neutrales europeos suscribieron estos acuerdos. Franco no lo hizo hasta pocos días antes de la rendición alemana. Mientras, España desempeñó un importante papel en la dispersión del arte atesorado por los nazis. Las pinturas entraban a través de la valija del servicio diplomático alemán, blindada a toda investigación y activa hasta casi el final del conflicto, y por las rutas de contrabando en la frontera francoespañola. Lo más probable es que la mayoría acabara en América. Los servicios secretos aliados consideraron que España era un lugar de tránsito más que un destino.
Solo dos pinturas vinculadas al expolio realizado por los nazis han sido encontradas en España
Hasta la fecha, en España no ha aparecido ningún cuadro procedente del expolio que haya permanecido ininterrumpidamente en el país desde la posguerra. Quizás existan piezas expoliadas en colecciones privadas que hayan permanecido ocultas durante los últimos 70 años, como ocurrió con los cuadros de Gurlitt en Alemania. Más raro
sería que aparecieran pinturas robadas por los nazis en una colección pública, pues durante las dos últimas décadas los museos han sido sometidos a un exhaustivo escrutinio.
Solo dos pinturas vinculadas al expolio han sido encontradas en España. Pero las dos fueron adquiridas en otros países en los años 70 y 80: La familia en metamorfosis, de André Masson, expuesta en el Reina Sofía, y Rue de Saint Honoré por la tarde. Efecto de lluvia, de Camille Pissarro, en el Thyssen-Bornemisza. En el primer caso, el museo alcanzó hace unos años un acuerdo privado con los descendientes del dueño original; en el segundo, los tribunales dieron la razón al Thyssen frente a los herederos, en junio.
Muchas obras expoliadas fueron destruidas o acabaron dispersas por el mundo. En la inmediata posguerra, los aliados entregaron las piezas recobradas a los gobiernos de los países invadidos por el Tercer Reich: Francia recuperó unas 60.000 de un total de 100.000; Holanda, 20.000 de 30.000. Algunas desaparecieron durante décadas tras el Telón de Acero: los soviéticos hicieron su saqueo durante la marcha hacia Berlín. Así, muchos cuadros expoliados en Europa occidental acabaron en museos soviéticos y Alemania pasó de ser verdugo a ser víctima.
Los gobiernos occidentales tampoco devolvieron a sus legítimos dueños todos los bienes recuperados. A veces no hubo reclamación: familias enteras habían sido asesinadas y muchos supervivientes no estaban en condiciones de reclamar. Los criterios para autentificar la propiedad eran muy restrictivos. Pese a los Acuerdos de Bretton Woods, los gobiernos consideraron legales algunas ventas realizadas a los nazis durante la guerra, trataron a los judíos que habían abandonado Europa casi como desertores y expropiaron las pinturas en litigio.
Desde los años 50 ya casi nadie hablaba del pillaje, hasta que el final de la guerra fría, la caída del muro de Berlín, la descomposición de la URSS y la reunificación de Alemania trajeron a la actualidad varios problemas cerrados en falso en la posguerra, entre los que figuró el expolio. Hoy en día, los supervivientes o sus herederos han localizado en museos públicos o colecciones privadas algunas de las pinturas saqueadas. Los pleitos sobre su titularidad siguen abiertos y los fallos judiciales al respecto son noticia en los medios de comunicación e inspiran libros y películas. El caso del expolio nazi aún está lejos de considerarse un caso cerrado.