En
Crónica sentimental de España, Manuel Vázquez Montalbán dedicaba a la editorial Bruguera estas líneas: “Y por debajo de todas estas palabras mayores, una revista de las llamadas infantiles, el
Pulgarcito, se había convertido en la crónica más veraz de la vida española. Carpanta, El repórter Tribulete, Doña Urraca, Ángel Síseñor, Zipi y Zape, Las hermanas Gilda…, estas historias del
Pulgarcito, de Escobar, Jorge, Manuel Vázquez…, estas eran las crónicas elípticas, pero reales, de la España que aún conservaba el carburo como iluminación para restricciones”. El propio escritor llegó a guionizar en clave política algunas de las últimas viñetas de los incorregibles Zipi y Zape, creaciones de Escobar, para la revista
Tiempo, en 1988. No son de las mejores tiras cómicas del historietista, pero sí sirven como ejemplo de la riqueza de unos personajes, los de Bruguera, que son sinónimo de la trayectoria de nuestro país desde hace más de un siglo.
En la editorial Bruguera se fraguaron no solo criaturas tan entrañables como Mortadelo y Filemón, Anacleto o Carpanta, sino también genios de la historieta, futuros escritores, cronistas de la España de la posguerra y un buen número de personajes a contracorriente. Porque, como asegura el historiador de cómics Antoni Guiral en el prólogo de
100 años de Bruguera. De El Gato Negro a Ediciones B (2010), “la trayectoria de Bruguera es la suma de muchas historias: la de una saga familiar inaugurada por Joan Bruguera (1885-1933), la del barrio barcelonés El Coll-Vallcarca, donde la editorial se estableció en 1928, la del tejido industrial catalán, la del mundo editorial patrio y, por supuesto, la del grueso del cómic español”.
Aunque hace tiempo que Bruguera desapareció como tal para metamorfosearse en Ediciones B bajo el paraguas empresarial del Grupo Zeta, su historia parece no querer concluir y vuelve a tomar aliento con las últimas producciones cinematográficas sobre los personajes de la casa: Mortadelo y Filemón ya van por su tercera película, con Javier Fesser como director de orquesta, Zipi y Zape debutaron en 2013 y una secuela está en marcha, Óscar Aibar homenajeó a
El gran Vázquez (2010) con un sentido biopic, mientras que el estreno de
Anacleto, agente secreto, dirigida por Javier Ruiz Caldera y con Imanol Arias en el papel del carismático y torpón espía, puede dar una vuelta de tuerca al ciclo de películas Bruguera.
Maestros del folletín
En 1910 Joan Bruguera creó la editorial El Gato Negro en la calle Tantarantana, en el barrio del Born. Entonces la empresa editorial publicaba folletines de corte serial, romántico, policíaco o de aventuras, o títulos de cultura general bajo el paraguas de
Historias y rarezas del universo. Hasta que la familia Bruguera se mudó a El Coll no se construyó lo que acabaría siendo no solo la sede física de la editorial, sino también el grueso de su legado editor.
Junto a folletines ilustrados como
Rock, emocionantes heroísmos y luchas prodigiosas de un muchacho intrépido o
Tabí, el vengador de los esclavos —historias que habitualmente se publicaban sin firmar—, llegaron las primeras tiras de humor gráfico. Como recuerda Guiral, “el éxito de
TBO en 1917 no pasó inadvertido en el mundo editorial”. La primera apuesta de El Gato Negro en el sector del tebeo llegó con
Pulgarcito —que vio la luz en 1921—, en cuyas páginas aparecían dibujos de autores como Arturo Moreno, Donaz o un jovencísimo Escobar. Gracias a ese buen ojo emprendedor,
Pulgarcito encontró su lugar en un mercado ávido de nuevas lecturas hasta situar, a partir de su número 9, en 50.000 ejemplares semanales la tirada de la revista.
En Bruguera se fraguaron, además de criaturas entrañables, algunos cronistas de la España de posguerra
Con el estallido de la Guerra Civil, la situación de El Gato Negro se transformó por completo, así como la suerte de parte de la familia. El 28 de agosto de 1936 la editorial fue intervenida por la Generalitat —no fue la única que corrió esa suerte en la zona republicana cuando el país entró en guerra— y se vio obligada a editar folletos de tintes propagandísticos mientras su producción editorial menguaba por los problemas para conseguir materias primas. Cuando las tropas franquistas tomaron Barcelona, las imprentas pararon y Francisco, uno de los hijos del patriarca Joan, acabó en un campo de prisioneros en Valencia, aunque logró escapar y regresar finalmente a Barcelona en los albores de la década de los 40. Fue entonces cuando cambió el nombre de la empresa a Bruguera. “Creo que fue para dotar a la editorial de un nombre que pareciera más serio”, dice Antònia Bruguera, viuda de Joan, en el compendio de Guiral. Ese cambio también podría haber sido, tal y como indica el historiador de cómics, “para romper el vínculo entre la editorial y la República”.
La forja de una identidad
Sea como fuere, el cambio de El Gato Negro a Editorial Bruguera fue el origen de una nueva identidad que convertiría a la empresa en uno de los motores editoriales de la época franquista. Sobre la estructura de la compañía, Guiral afirma que “podríamos decir que fue algo parecido a una empresa-modelo de la época. En el sentido de que creció a partir del trabajo de la familia y de algunos colaboradores, y en la década de los 60 llegó a tener más de 1.000 trabajadores contratados. De hecho, a pesar de su magnitud, fue una empresa familiar, con todo lo bueno y lo malo que ello conllevaba en el franquismo. No sé si fue paradigmática como empresa, pero sí importante, por su elevada producción, por disponer de la editorial, de una agencia de dibujantes, de imprentas, de una agencia de publicidad y de una distribuidora propia, pero también porque sus productos marcaron la historia sentimental de varias generaciones de españoles”.
Durante esos primeros años de resurgimiento, la editorial reeditó algunas de sus antiguas cabeceras y probó suerte con otras nuevas mientras trataba de adaptarse a unas generaciones que comenzaban a hacer suyos los gustos estéticos populares del cómic y del cine estadounidense. Aunque “lo que provocó el despegue de Bruguera, después de la Guerra Civil, fue una colección de cromos llamada Cromos Cultura”, cuenta Alfons Figueras, uno de los más veteranos historietistas de la casa, en el libro de Antoni Guiral
Cuando los cómics se llamaban tebeos (2005): “Antes de la guerra, con el chocolate salían cromos, y la gente era muy aficionada a coleccionarlos. […] Así que Francisco tuvo la idea de editar cromos dentro de sobres”.
Si esa fue o no la base económica para el renacimiento de la compañía es a día de hoy un interrogante, pero de lo que no cabe duda es de que fue la figura de Rafael González (Burgos, 1910 - Barcelona, 1995) la que consiguió captar talento y catapultar la editorial. Periodista de
La Vanguardia repudiado por el régimen por sus filiaciones políticas, en 1945 aterrizó en Bruguera para hacerse cargo de
Pulgarcito.
El principal problema que se encontró, explica Guiral, fue que “la antigua plantilla de dibujantes, guionistas y colaboradores había desaparecido y había que contratar a nuevos empleados”. Y de la mano de González se consagró la Escuela Bruguera, un término que acuñó Terenci Moix en 1968. El grupo lo formaban los dibujantes más conocidos: Vázquez, Ibáñez, Escobar, por supuesto, pero también Peñarroya, Cifré, Gin, Conti, Jorge, Iranzo y muchos otros. “Bruguera no hubiera podido hacer nada sin él”, dice Guiral sobre González. “Aunque esa dedicación absoluta le supuso un precio demasiado alto, apenas veía a su familia y se ganó inmerecidamente la antipatía de muchos de sus empleados por su rigidez laboral.” También, todo sea dicho, por los contratos leoninos con sus dibujantes y por los futuros conflictos que tuvieron lugar por los derechos de autor.
Las publicaciones Bruguera, de
Pulgarcito a
El Tío Vivo o
DDT, inundaron la posguerra con secciones tan entrañables y surrealistas como “Diálogo para besugos” o “Dígame Vd.” y títulos con tendencia al ripio simpático —
El repórter Tribulete,
que en todas partes se mete (Cifré),
Sansón García Boniato tiene cuerda para rato (Sanchís),
Doña Tecla Bisturín, enfermera de postín (Raf),
Mortadelo y Filemón, agencia de información (Ibáñez)— e insultos de nuevo cuño tan imprevisibles como “besugo”, “mentecato”, “turulato” o “percebe”.
Bruguera en el cine
Aunque Mortadelo y Filemón llegaron a la pequeña pantalla en los años 90, su desembarco en el cine en 2003 con una película de acción real y actores de carne y hueso, dirigida por Javier Fesser, volvió a situar el legado de Bruguera en el punto de mira. Pese a que ese largometraje no acabó de convencer del todo a los seguidores de los personajes, con el tercer intento, después de una secuela firmada por Miguel Bardem en 2008, llegó la vencida.
Mortadelo y Filemón contra Jimmy el Cachondo (2014), de nuevo con dirección de Fesser, ha supuesto el punto de inflexión de la traslación de las aventuras de los personajes de Bruguera al cine.
Con el estallido de la Guerra Civil la editorial fue intervenida y editó folletos propagandísticos
En 2013 se estrenó
Zipi y Zape y el club de la canica, planteada como una historia de intrigas en un colegio que esconde un misterio, y su secuela está en marcha. El estreno de
Anacleto: Agente secreto ha vuelto a generar entusiasmo ante la posibilidad de que los héroes cañí de estas historietas sean capaces de atraer al mismo número de espectadores que los de Marvel o DC Comics.
Paco Ramos, productor de Zeta Audiovisual y en parte responsable de este renacimiento de Bruguera en el cine, se lo toma con perspectiva: “Bruguera pertenece al grupo Zeta y nuestro interés cinematográfico viene de ahí. La división audiovisual toma ese material, lo relanza o lo desempolva, como prefieras llamarlo, y le da un nuevo brillo. Evidentemente es por cuestiones económicas, ya que una nueva película significa también que se publiquen nuevos cómics y que al mismo tiempo se generen nuevos lectores. Pero también porque los cómics de Bruguera son una fuente inagotable de historias para películas. Más que nostalgia, son fuente de inspiración y una buena manera de optimizar recursos”.
No hay que olvidar que la nostalgia tiene mucho peso en esta recuperación del legado de la editorial, o al menos así lo asegura Óscar Aibar, responsable de
El gran Vázquez, retrato del pícaro historietista de Bruguera y único acercamiento al universo de la compañía desde una mirada íntima: “Para mí está claro que la marca Bruguera provoca nostalgia y eso es un estímulo para que tanto padres como hijos vayan juntos a ver estas películas. En mi caso, fui muy amigo de Vázquez y siempre quise hacer una película sobre él, no sobre los tebeos de Bruguera”. También lo cree Javier Ruiz Caldera, director de
Anacleto: Agente secreto: “Tiene toda la lógica del mundo ese componente nostálgico de querer ver en pantalla esas historietas con las que hemos crecido. Si funciona con los cómics extranjeros, normal que se quiera probar suerte con nuestros personajes. Pero para mí no ha sido un ejercicio nostálgico”.
De hecho, el Anacleto que vamos a ver en pantalla ha sufrido unos cuantos cambios con respecto al personaje de Vázquez. “Hemos querido plantear la película como un choque generacional entre el mundo del cómic de hace un tiempo y el actual. Lo viejo contra lo nuevo. Ese mundo pasado de moda, el de llamar archivillanos a los enemigos, al que pertenece Anacleto, interpretado por Imanol, y el otro mundo, el moderno, que encarna el hijo, Quim Gutiérrez. El equipo de la película ha crecido leyendo las historietas de Bruguera, pero también los cómics de Marvel y DC, y en mi colección cabían tanto Anacleto como Spiderman. Y quiero pensar que la película refleja eso, es una historia sobre un personaje de Bruguera con la acción trepidante de las viñetas Marvel”, cuenta Ruiz Caldera.
A la espera de la acogida de este Anacleto actualizado al siglo XXI, Antoni Guiral ofrece una reflexión crítica ante esta nueva vida de Bruguera en el cine en relación a su continuidad en el papel: “El problema que tenemos aquí es que mientras, por ejemplo, en Estados Unidos los
comic books siguen estando en la calle, aunque vendan menos que hace 20 años, en España no hay muchas reediciones de personajes clásicos. Y en la tesitura actual, comandada por la novela gráfica, con libros únicos que no suelen ser de héroes con continuidad, no aparecen personajes atractivos para el gran público a la hora de llevarlos a la gran pantalla.
Aquí es más difícil que surjan proyectos de esta índole, como ocurre con personajes de cómic francobelgas o italianos, por no mencionar, claro, a Marvel o DC Comics. Sin embargo, el relativo éxito de algunas de las producciones españolas señala que la adaptación al cine de personajes de cómic nacional sí podría funcionar”. De momento, está en preproducción el proyecto de
Superlópez, de Jan, y si la dupla Imanol Arias-Quim Gutiérrez seduce, Paco Ramos adelanta que “quizá nos planteemos una segunda parte de
Anacleto”.