La Italia de las perplejidades
El activismo político de Matteo Renzi choca con la incertidumbre que generan la débil recuperación económica y el reto de la inmigración bajo la amenaza de la crisis libia
Entonces, ¿está todo bien, como sostiene el joven y siempre activo primer ministro italiano? Por los comentarios que se oyen, de derecha y de izquierda, parecería que no. La deuda pública, la más alta de Europa tras la de Grecia, subió también en 2015 hasta llegar al 135% del PIB (hace un año era de un 132%). ¿Cómo reducirla sin hacer una carnicería social? Después están las cifras relativas al nivel de ocupación. Es cierto, señalan polémicamente los críticos de izquierda internos y externos al PD, en particular los sindicatos, que la Jobs Act (es decir, el conjunto de medidas introducidas por el Gobierno con la intención de flexibilizar los contratos laborales) ha generado un aumento en el número de empleados a tiempo indefinido, pero es igualmente cierto que el porcentaje de jóvenes sin trabajo ha crecido hasta el 39,3%.
El salario mínimo garantizado y la renta básica de ciudadanía son dos prestaciones inexistentes en Italia
El comportamiento de los italianos respecto al Gobierno de Matteo Renzi es de desconfianza y perplejidad. El optimismo del premier, quien subraya a cada momento que Italia ha salido de la crisis, no consigue redimensionar las angustias de gran parte de la población, preocupada sobre todo por el destino de una generación que trabaja de manera discontinua y precaria, sin contribuir adecuadamente a una futura pensión. La sociedad italiana, por otro lado, está cada vez más envejecida, y uno de los pilares del Estado de bienestar, el sistema de las pensiones, está en riesgo. Si el presente no se percibe aún como trágico, en cambio a muchos italianos el futuro les parece muy comprometido.
La incubadora de Beppe Grillo
Se ha difundido una gran incerteza entre los jóvenes y sus familias, incluidas aquellas de clase media, que manifiestan escepticismo y a menudo resentimiento respecto a los partidos y la política, sentimientos que no se ven afectados por las continuas invitaciones al optimismo del primer ministro. Es más, es precisamente entre estos jóvenes donde creció el Movimiento Cinco Estrellas (M5S por sus siglas en italiano) del cómico Beppe Grillo, un fenómeno que los partidos tradicionales creían (y esperaban) que duraría poco pero que, sin embargo, persiste en los sondeos. Dos años después de las últimas elecciones (en febrero de 2013), el M5S ha pasado del 25,5% (cuando fue el partido más votado) al 25,8% de hace pocos días. Se muestra, por lo tanto, no como una burbuja antipolítica destinada a desinflarse rápidamente sino como una incubadora de votos polémicos frente al PD y la clase política tradicional que aún resiste. El partido de Renzi, aunque mantiene en las encuestas una notable distancia respecto al movimiento de Grillo, se ve obligado a perseguir al M5S en más terrenos, desde la lucha contra la corrupción a los derechos civiles, como se ha visto en el reciente debate parlamentario sobre el matrimonio homosexual —definido como “unión civil” para no herir la sensibilidad del mundo católico más tradicional, que una vez más se ha revelado mucho más enraizado en Italia que en otros países europeos—.
La cuestión social preocupa a los italianos. Frente a las llamativas y crecientes desigualdades aumentan las preguntas a favor de los estratos más golpeados por el estancamiento económico. El M5S ha hecho en particular dos peticiones: el salario mínimo garantizado y la renta básica de ciudadanía. Italia es uno de los países de Europa en los que estas prestaciones no existen. El Gobierno de Renzi, condicionado por el Nuevo Centro Derecha (NCD) del ministro del Interior Angelino Alfano, pequeño pero aguerrido aliado que garantiza al primer ministro la mayoría en el Parlamento, no sabe bien qué hacer.
La reivindicación de un reparto más justo de la riqueza viene de la indignación suscitada por la reciente noticia sobre 400.000 trabajadores agrícolas con un salario de 2,5 euros la hora y por el intento del Ejecutivo, fuertemente criticado por el M5S, de aplicar la directiva comunitaria relativa al impago de las hipotecas, considerada punitiva para las personas en dificultad. Así, en la opinión pública crece la duda, alimentada por las constantes polémicas internas del PD, sobre la veracidad de la sensibilidad social de Matteo Renzi, exalcalde de Florencia, crecido en ambientes democristianos, de palabra cercano al mensaje de “izquierda” del papa Francisco.
Llegados a este punto, surge una pregunta: ¿hasta qué punto la llamada a la austeridad que ha hecho la Comisión Europea está condicionando la política social en Italia? Las peticiones concretas del Gobierno italiano a la Comisión son cuanto menos contenidas y prudentes. La reivindicación más flexible es la solicitud de recursos adicionales equivalentes al 1% del PIB destinados a reformas e inversiones. Un hecho parece claro: si realmente se quisiera reducir la desigualdad social, harían falta medidas, como el salario mínimo garantizado, que se armonizan mal con las políticas exigidas por la UE. Renzi parece consciente de esto y no pretende dejar en manos del M5S el protagonismo de las críticas a la política de austeridad de Bruselas.
Al borde del precipicio
Por otra parte, pesa sobre el país la eterna cuestión fiscal. El primer ministro querría reducir más los impuestos (por ahora la reducción más significativa, la eliminación del impuesto sobre la primera casa, no ha mermado la distancia entre las clases sociales) para redimensionar las críticas de la población, pero se topa con el muro de los límites impuestos por la UE. La hipótesis de aumentar el peso fiscal sobre los grandes patrimonios no ha sido considerada por el Gobierno y, por otro lado, el objetivo de reducir sustancialmente el enorme gasto público se ha conseguido solo en una mínima proporción. En Italia esto es algo crucial: el peso inaudito de una Administración pública ineficiente y a menudo supeditada a intereses corporativos y clientelares, tradicionalmente lejana a los ciudadanos y desde siempre resistente a cualquier innovación. Hay que reconocer, a este respecto, que Renzi está intentando mejorar la situación: la reforma de la Administración pública, una de las prioridades de su programa, se aprobó en agosto del año pasado y prevé, entre otras cosas, la posibilidad de despedir a funcionarios e incluso a dirigentes (cuya actuación será valorada por comisiones destinadas a ello) en caso de ausencia no justificada. Una pequeña revolución que pretende poner remedio a la escasa cultura cívica que hay en Italia, especialmente en el sur del país.
El activismo del Ejecutivo de Renzi se dirige también a otras cuestiones de particular peso político e institucional. Entre ellas la reforma Italicum, destinada a modificar radicalmente el sistema electoral (de ahora en adelante será proporcional en la primera vuelta, con premio de mayoría para quien supere el 40% de votos, y mayoritario en la segunda si ninguna lista rebasa ese porcentaje), y la que afecta al actual sistema bicameral (habrá un Senado representativo de las realidades locales pero sin competencia para aprobar leyes), que supone una auténtica revolución en la tradición institucional italiana. El premier, en comentarios a la situación política española tras las elecciones generales del 20 de diciembre, dijo: “Es la España de hoy, pero parece la Italia de ayer”. Y también: “Bendito sea Italicum: habrá un claro vencedor y una mayoría capaz de gobernar”. Augusto Barbera, un reputado constitucionalistas, ha declarado a este propósito: “La nueva ley electoral, al premiar el voto de lista, hace imposible formar coaliciones que en realidad son un apaño, idóneas para ganar pero incapaces de gobernar”.
Renzi ha manifestado su activismo también en el plano internacional, con duras críticas hacia la UE. A raíz, de nuevo, de las elecciones en España y de las precedentes en Grecia y Portugal, el jefe del Gobierno italiano fue explícito: “Veremos si Europa se da cuenta de que una política miope de rigor y austeridad no nos lleva a ningún lado”. No se trata de la enésima crítica, frecuente en el continente, al proyecto europeo dirigido por una mayoría de centro-derecha condicionada por la visión económica de Alemania. El primer ministro italiano se presenta como portador de un ambicioso plan: es urgente actuar por una Europa capaz de responder a los grandes desafíos sociales, económicos y políticos del mundo actual.
Por ahora el país se niega a cerrar sus fronteras y la derecha reaccionaria y racista aún es minoritaria
Es necesario afrontar, en primer lugar, el reto de la inmigración, que no es coyuntural sino que está destinado, probablemente, a crecer con el tiempo. Renzi es consciente de que Italia, por su posición geográfica, es uno de los países más expuestos a nuevos tsunamis humanos, y que, sin la colaboración solidaria de Europa, puede verse arrollado por este fenómeno. Y es consciente también de que los márgenes de reacción ante la presión de los inmigrantes son cada vez más estrechos. “Estamos al borde del precipicio”, dijo el ministro de Exteriores, Paolo Gentiloni. Si no se reabren las fronteras, existe la posibilidad de que cientos de miles de personas que han logrado llegar a Grecia se dirijan hacia Albania para después intentar alcanzar, por mar, las costas de Puglia, en el sudeste de Italia. Refugiados provenientes sobre todo de zonas en conflicto (Siria, Irak, Afganistán) que tratarán, sea como sea, de llegar a la “rica” Europa (Alemania, Reino Unido, países escandinavos) y que serán bloqueados en las restablecidas fronteras de Austria y Francia con Italia.
Por último, hay que tener en cuenta los peligros relacionados con la vecina Libia, el país del que llegan, junto a las barcas de los desesperados del África subsahariana, las nubes cada vez más amenazadoras del caos y la violencia de origen islamista. Hasta ayer el fantasma de ISIS era visto por los italianos como algo lejano, pero ahora, con la preocupante evolución de la crisis libia, Italia está llamada a un compromiso junto a los franceses, estadounidenses y británicos, entre otros.
La angustia libia
A este respecto, ¿cómo reaccionarían los italianos, ya de por sí muy preocupados, si la situación en Libia obligara a realizar una intervención militar de grandes dimensiones? ¿Cuáles serían los efectos de un atentado yihadista, algo que se considera muy probable tras la decisión del Gobierno de Renzi de adoptar un papel activo en Libia, del lado de los aliados?
La angustia ligada a estas preguntas es cada vez mayor y se suma a la incertidumbre que generan la débil recuperación económica y el reto de la inmigración. Esto invita a prever más trastornos en el humor de la gente. Los sondeos electorales podrían sufrir, en los próximos meses, cambios radicales. En qué dirección es difícil de decir. Mientras el partido de Berlusconi, Forza Italia, parece destinado a la desaparición, la Liga Norte de Matteo Salvini —un partido xenófobo, con un 15% de votos según las últimas encuestas, y parecido al Frente Nacional de Marine le Pen— busca cínicamente sacar provecho de la incertidumbre y del temor para consolidarse tanto en el centroderecha como en el plano electoral (tal vez esperando absorber a los electores del M5S, que aún no tienen una posición definida sobre la inmigración). Italia no es Francia, ni Hungría, y por ahora se niega a cerrar sus fronteras. La derecha reaccionaria y racista por el momento es minoritaria. Pero, si la crisis de Libia se transformara en otro conflicto, ¿puede excluirse una involución hacia el populismo de derecha como la que está teniendo lugar en varios países europeos?