No existe ninguna justificación para la excesiva tasa de temporalidad en España, la gran olvidada de la reciente reforma laboral, demasiado centrada en la devaluación salarial del país. En la actualidad, y tras la destrucción del 40% de los contratos temporales, seguimos en el podio y avanzamos nuevamente hacia la primera posición de los países industrializados. Algunos dirán que se explica porque nuestra economía tiene actividades estacionales, como agricultura y turismo. Pero resulta totalmente falso, pues la excesiva temporalidad se encuentra en todas las actividades, sean estacionales o no, y en todas las ocupaciones. Los universitarios españoles tampoco se libran y sufren una tasa de temporalidad similar a la de los trabajadores menos cualificados (con educación primaria) en el resto de Europa.
El tamaño empresarial tampoco es determinante: las altas tasas de temporalidad se dan tanto en empresas grandes como pequeñas. Algunos también argumentan que la temporalidad no supone un problema tan grave, pues se trata de la forma natural de entrar en el mercado de trabajo: empiezas con un contrato temporal y una vez obtenida cierta experiencia te ofrecen contratos indefinidos. También es falso: más del 40% de los que tenían un contrato temporal a los 20 años continúan con contratos temporales cuando llegan a los 40.
Un muro insalvable
El origen de estas altas tasas de temporalidad radica en la necesidad de las empresas de contar con un marco regulatorio flexible para adaptarse a un mundo cambiante y globalizado. Dada la regulación laboral que tenemos, recurren a la contratación temporal. La legislación actual incentiva la rotación de los trabajadores una vez alcanzado el límite máximo de temporalidad establecido por ley (no más de 24 meses dentro de un periodo de 30 meses). En ese momento, el empresario debe decidir entre hacer fijo al trabajador temporal o despedirlo y contratar a otro. La primera opción implica un aumento en el coste de despido, que pasa de 12 días de salario por año trabajado (en el caso de no hacerlo indefinido) a 33, un muro que el empresario raras veces decide saltar.
Los grandes ganadores con el contrato único son precisamente los outsiders del sistema y las nuevas empresas
Esta desigualdad de derechos genera que en España se firmen más de 15 millones de contratos temporales al año, un auténtico disparate que convierte el mercado de trabajo en una anomalía en nuestro entorno económico.
Esta perversión del sistema de relaciones laborales empezó en el año 1984 con la descausalización de la contratación temporal y ninguna de las siete reformas laborales implementadas desde entonces han sido capaces de solucionarlo. Siete reformas con una misma estrategia: luchar contra la temporalidad fraudulenta restringiendo su uso (complementadas por generosas bonificaciones a la contratación indefinida). Siete reformas infructuosas.
La excesiva temporalidad no solo es injusta para las personas que la padecen, sino que también genera ineficiencias económicas importantes. En primer lugar, no existen incentivos a la acumulación de capital humano ni por parte del trabajador, ni por parte del empresario. En segundo, estimula la creación de proyectos empresariales para los cuales la temporalidad no resulta un problema sino una ventaja competitiva, es decir, actividades de bajo valor añadido y sin perspectivas de largo plazo. Ambos hechos son un lastre para la productividad, la gran olvidada de las últimas décadas. Por si fuera poco, las tasas de temporalidad del 60% entre nuestros jóvenes les imposibilitan llevar una vida normal, independizarse y formar una familia. No es extraño, por lo tanto, que tengamos también una de las tasas de fecundidad más bajas del mundo.
Nada que ver con Dinamarca
La idea del contrato único como medida para luchar contra la lacra de la temporalidad e impulso de la productividad surgió en el mundo académico. Nada tiene que ver con las instituciones laborales de Dinamarca. El modelo danés tiene otras virtudes (políticas activas y prestaciones por desempleo muy potentes), pero el coste de despido allí es cero y sabemos desde hace tiempo que los costes de despido cero no son óptimos. La idea detrás del contrato único es sustituir el muro que implica la diferencia existente en indemnizaciones por despido entre la contratación indefinida y la temporal por una rampa o contrato único cuya indemnización por despido crece gradualmente con la antigüedad. Es decir, empezar con un coste de despido ligeramente superior al de los contratos temporales (por encima de los 12 días por año trabajado) e ir subiendo hasta un nivel similar al de los actuales contratos indefinidos (33 días por año trabajado).
El contrato único con las propiedades que voy a enumerar a continuación ayudaría a acabar con la temporalidad, a la vez que dotaría a las empresas de la flexibilidad necesaria para operar en el entorno actual.
Debe tener dos escalas indemnizatorias: una para el despido procedente y otra para el improcedente
En primer lugar, el contrato único debe ir acompañado de la eliminación de la contratación temporal, permitida únicamente para la interinidad o la formación. En la situación actual, la contratación temporal carece de sentido y la vía más efectiva para evitar su uso abusivo es eliminarla. Para actividades estacionales como agricultura o turismo se puede usar la modalidad de fijo discontinuo. Para actividades de cortísima duración o puramente temporales se deberían usar las Empresas de Trabajo Temporal, en las que todos los trabajadores tendrían el contrato único indefinido. No tiene sentido que el coste de las actividades temporales y de muy corta duración recaiga en los trabajadores y no en las empresas, como sucede actualmente.
Ni con abaratar el despido
En segundo lugar, el nuevo contrato único debe aplicarse únicamente a las nuevas contrataciones para respetar los derechos adquiridos. En tercero, no debe suponer un abaratamiento del despido. El nuevo marco contractual debería estar diseñado de tal forma que el coste agregado que soportan las empresas por despido ni disminuya ni aumente, sino que se reparta de manera más justa entre todos los trabajadores.
Además, para evitar problemas de constitucionalidad el contrato único se debe encajar en el actual proceso de despido que marca nuestro código laboral, es decir, debe tener dos escalas indemnizatorias: una para el despido procedente y otra para el improcedente. Y por último, al tratarse de un contrato indefinido todos los trabajadores tendrán tutela judicial. Es decir, el contrato único nada tiene que ver con el contrato temporal. ¿O es que alguien cree que un contrato temporal ofrece la misma tutela judicial y seguridad que un contrato indefinido? Que le pregunten a una mujer embarazada en el momento en que finaliza su contrato temporal.
Sin embargo, existe un fuerte rechazo a su introducción por parte de todos los agentes del Diálogo Social, que se explica por dos motivos. Primero, la introducción de un contrato único supone redistribuir el coste de la inseguridad laboral entre todos los trabajadores: una redistribución desde aquellos que tienen una mayor probabilidad de acceder a un contrato indefinido tradicional (
insiders) hacia aquellos que tienen mayor probabilidad de estar en desempleo o con un contrato temporal (
outsiders).
En segundo lugar, este nuevo marco laboral favorecería a las nuevas empresas, que podrían utilizar el contrato único para toda su plantilla, mientras que en las empresas existentes conviviría el contrato indefinido tradicional con el nuevo contrato único. En definitiva, los grandes ganadores con el contrato único son precisamente los
outsiders del sistema y las nuevas empresas. Los intereses de ambos no están representados en el
Diálogo Social, pero son justo lo que este país necesita: nuevas empresas que contraten de forma estable a los desempleados.
Lo triste es que si no hacemos nada, o aplicamos las mismas políticas que ya han fracasado en el pasado, no solo estamos condenando a un tercio de nuestros trabajadores a vivir en la más absoluta precariedad, sino que además estamos poniendo en peligro el crecimiento futuro y el deseado cambio en el modelo productivo. Necesitamos un entorno laboral con igualdad de oportunidades para todos los trabajadores y que favorezca la creación de empresas que inviertan en capital humano, dado que la productividad es la única vía que tiene España para competir en un mercado cada vez mas global.