Las reservas de materiales en el suelo lunar susceptibles de ser convertidos en combustible, como el Helio-3, centran los debates científicos y despiertan el interés de países como China. Pekín invierte recursos económicos y humanos en desarrollar un programa espacial que permita obtener combustible a través de la fusión nuclear, con una radiación mínima o nula gracias al Helio-3.
“Alimentar una economía como la china limitándose a quemar cantidades ingentes de combustible fósil con unas reservas limitadas, o confiando en la energía nuclear convencional, no es una opción.” Con esta rotundidad se expresa Fabrizio Bozzato, investigador asociado en el Instituto Ricci de Taipei, en
un artículo en la revista Erenlai donde explica que los chinos apuestan por la fusión nuclear. Bozzato preguntó al científico espacial y profesor británico Richard Holdaway si era remotamente posible que China pudiera contar con una base en la Luna para extraer minerales. Holdaway fue muy claro al respecto: “Es perfectamente posible tanto desde el punto de vista técnico como económico”.
Aunque la extracción de Helio-3 en la Luna para abastecer a la Tierra está presente desde el final del programa Apolo en los años 70, “solo China se ha embarcado en un esfuerzo a largo plazo para conseguir este objetivo, estableciendo un programa de exploración lunar por satélite llamado Proyecto Change”, añade Bozzato.
El esfuerzo chino vendría determinado, según el vicedirector de investigación del Laboratorio de Física del Plasma de la Universidad de Princeton, Michael Zarnstorff, por “la necesidad de energía para una población cada vez más numerosa” y porque los dirigentes “quieren deshacerse de los problemas de contaminación que tienen”.
A la inversión se suma “una cultura estratégica omnipresente”, señala Bozzato, derivada del sistema político de partido único, el Partido Comunista de China, donde el relevo generacional se produce cada década. Una garantía, explica el investigador, de que las políticas estratégicas se seguirán desarrollando durante muchos años.
El jefe del Programa de Exploración Lunar chino,
el profesor Ouyang Ziyuan, afirma que la Luna “es tan rica en Helio-3 que podría resolver la demanda de energía al menos unos 10.000 años”.
Aunque no hay legislación al respecto, el espacio exterior no puede ser propiedad privada
Para este científico, “la exploración lunar es el reflejo del poder de un país. Tiene un gran valor para nuestro prestigio nacional y para la cohesión del pueblo. Además, esperamos poder utilizar la Luna para apoyar el desarrollo sostenible de la sociedad”.
El programa chino consta de tres escenarios. En primer lugar, volar alrededor de la Luna. China lanzó las sondas lunares no tripuladas Change-1 y Change-2 en 2007 y 2010 para rodear el satélite y obtener un mapa de su superficie con imágenes en tres dimensiones, que los investigadores analizaron después.
El 14 de diciembre de 2013 la misión Change-3 aterrizó con éxito en la Luna: incorporaba un aterrizador y un vehículo lunar todoterreno para explorar el área próxima al lugar donde el robot había aterrizado, escaneando el subsuelo. El lanzamiento de la Change-4, una sonda idéntica a la anterior, estaba previsto para este año 2015, pero se ha aplazado en pos de un objetivo más ambicioso aún: aterrizar en la cara oculta de la Luna. Se cree que para 2017 o 2018 podrán ejecutarse estos planes,
según explica el astrofísico Daniel Marín, autor del blog de divulgación científica
Eureka.
Ahora hay dudas sobre si se producirá un solapamiento entre los lanzamientos de las misiones Change-4 y Change-5, ya que esta última estaba prevista también para 2017 o 2018, y los objetivos se fijaron con arreglo al espíritu del más difícil todavía: se pretende que la Change-5 explore la Luna con una mayor profundidad y recoja regolito y muestras de roca para traerlos de vuelta a China, y así poder realizar un examen de primera mano.
EEE.UU. ya no brilla
La NASA logró que Curiosity aterrizara en Marte en 2012. Pero Bozzato insiste: “La estrella de Estados Unidos ya no brilla como en el pasado debido a los recortes presupuestarios, como demuestra la cancelación del Programa Constelación”, destinado a volver a llevar al ser humano a la Luna. Además, mientras China colabora con Rusia, Brasil, Francia, Alemania y la Agencia Espacial Europea, no lo hace con Estados Unidos.
En 2011 Washington suspendió todas las actividades de cooperación bilateral con Pekín en lo que respecta a los programas espaciales. Bozzato cita una conferencia de Sanford Haley en la Universidad de Wisconsin donde afirmaba: “Estados Unidos tiene dudas sobre si iniciar una relación de colaboración con los chinos, principalemente por una cuestión de seguridad nacional. Las razones de las dudas van desde la transferencia de tecnología a una desconfianza acerca de la implicación del Ejército Popular de Liberación [el ejército chino] en el programa espacial de Pekín”.
El analista Kevin Fogarty mencionaba en una
columna publicada en la revista Computerworld que la NASA ha estado buscando maneras de obtener agua de la Luna y de Marte para poder instalar bases en ambos lugares. Esto le lleva a pensar que el plan de minería se ha trazado “más por la eficiencia que por otra cosa”. También afirma que los investigadores del Instituto de Tecnología de la Fusión de la Universidad de Wisconsin criticaron a la División del Departamento Comercial de la NASA por no poner empeño en el desarrollo de un programa energético en torno al Helio-3 porque llevaría mucho tiempo conseguirlo.
“Actualmente, Estados Unidos tiene combustibles fósiles en abundancia. Por eso no tiene un programa para traer Helio-3 de la Luna. Los únicos países que han tomado en consideración seriamente esta energía para abastecerse en el futuro son China, Japón, la India y quizá Rusia”, declara a AHORA Gerald Kulcinski, uno de los investigadores del citado instituto de la Universidad de Wisconsin. Kulcinski coincide con analistas, otros profesores y científicos en señalar que el programa espacial chino “es el más avanzado” para este fin.
Rusia va por libre
El diario económico ruso
Kommersant publicaba en noviembre del año pasado que Rusia podría iniciar la construcción de su propia estación espacial en 2017. El anuncio, según el periódico, estaría relacionado con el enfriamiento de las relaciones bilaterales entre Washington y Moscú. Rusia participa en la Estación Espacial Internacional (EEI) desde 1998. A pesar de que
Kommersant mencionaba que la contribución de Rusia a dicha estación espacial era seis veces menor que la estadounidense, Estados Unidos propuso que continuaran hasta 2024, pero al final la Federación Rusa solo está dispuesta a permaner hasta 2020.
Antes de entrar en el proyecto de la EEI, Rusia utilizaba el complejo orbital MIR. Según las cifras ofrecidas por
Kommersant, el coste de su mantenimiento era de 200 millones de dólares anuales. Tras pasar a formar parte de la EEI, las autoridades rusas decidieron retirar de la órbita dicha estación espacial en 2001 y hundirla en el océano Pacífico. Una década después, el exdirector de la estación espacial, Yuri Koptev, afirmó que “no había ninguna razón para seguir explotando la estación espacial dado el desastroso estado en el que se encontraba”.
Desde aquel punto y final que se puso a la MIR se han introducido diversas reformas, sobre todo en lo que atañe al sistema de gestión de “las estructuras implicadas en el diseño, fabricación y servicio de tecnología espacial y de aeronaves”, apuntan desde el rotativo ruso. Sea cual sea el resultado, el país más grande del mundo se ha fijado objetivos como mejorar sus vehículos espaciales de tal forma que pasen de satisfacer “las necesidades socioeconómicas, científicas y de defensa en un 40% como en 2011, a un 95% para el año 2030”.
La nueva estación que se propone construir Rusia debería servir, según reveló una fuente de la industria espacial al
Kommersant, como “una base de operaciones donde se enviarán los aparatos para lanzarlos después en dirección a la Luna”.
El diario y órgano oficial del Gobierno ruso
Rossiyskaya Gazeta publicó el pasado 11 de abril un artículo del viceprimer ministro ruso Dmitri Rogozin —encargado de la industria espacial y de defensa— en el que aseguraba que Rusia ya poseía los conocimientos teóricos que otorga la exploración espacial y que, según él, había llegado la hora de usar ese conocimiento para que “el romanticismo cósmico deje paso al pragmatismo terrestre”.
Estas palabras adquirieron un nuevo significado cuando
el diario Izvestia publicó unos días después el borrador de un informe redactado por Roscosmos (la Agencia Espacial Federal Rusa) y la Universidad Estatal de Moscú. Según el contenido de ese informe, se espera que Rusia esté lista para enviar misiones tripuladas capaces de orbitar alrededor de la Luna como primer paso para iniciar lo que varios medios rusos y extranjeros describen como una “colonización” del satélite de la Tierra, que comenzaría a partir de 2030.
¿Una nueva carrera espacial?
¿Podría una potencia desbancar con sus capacidades de viaje, minería y transporte en la Luna al resto de países y sentir la tentación de apropiarse de los recursos? ¿Estaría
China en disposición de actuar así? Bozzato, buen conocedor del programa espacial chino y sus implicaciones en las relaciones internacionales, dice a AHORA: “Creo que el futuro está abierto. Una posibilidad es que, en una o dos décadas, China u otra potencia se sienta lo suficientemente segura como para retirarse del tratado de 1967 y crear un ‘imperio lunar’ o una ‘supremacía’. Que se pueda dar este escenario dependerá de la importancia de los recursos extraterrestres, la correlación de fuerzas con las otras potencias, el cálculo político y el progreso tecnológico. Creo que la combinación de fuerzas haría que la búsqueda de recursos lunares de la humanidad fuera más rápida, barata y eficiente. Los cuatro principios de la Declaración de Pekín de 2008 son un buen punto de partida: beneficio mutuo, transparencia, reciprocidad y compartir los costes”. Y concluye: “La soberanía no puede ser compartida, pero sí los recursos”.
Aunque cualquier tipo de especulación de cara al futuro pueda parecer ocioso, máxime cuando la existencia o no de fricciones depende de la voluntad política y económica de determinadas personas, Bozzato sigue mostrándose optimista al respecto porque, según expresa en su artículo de la revista
Erenlai: “En la cuestión del Helio-3 están implicadas las dinámicas de sucumbir o revertir el proceso del colapso global. Tanto el destino común como la motivación del interés propio dictan la cooperación entre las naciones capaces de desarrollar y poner en práctica sus propios programas espaciales”.
Cooperación internacional
Durante la guerra fría hubo una carrera espacial entre las dos superpotencias de la época, Estados Unidos y la Unión Soviética, donde el prestigio internacional y la afirmación de la propia hegemonía constituían la recompensa a ingentes desembolsos de dinero.
Si por aquel entonces podía existir la preocupación de que la tensión geopolítica y la competitividad en el plano geoestratégico se trasladaran a la Luna, y por ello se intentó regular en la medida de lo posible, parece lógico plantearse qué ocurriría si además del prestigio y la hegemonía internacionales estuviera en juego el control de unos recursos energéticos que podrían resolver el futuro de la humanidad en este sentido.
En un
artículo sobre los aspectos que abarca el derecho espacial publicado en Teknlife, Fátima Gordillo señala que, precisamente en previsión de lo que podría llegar a pasar, en la década de los 50 se planteó en la ONU la necesidad de alcanzar algún tipo de acuerdo. Fue durante el Año Geofísico Internacional, entre julio de 1957 y diciembre de 1958, cuando se dieron cuenta en Naciones Unidas de que el espacio exterior había dejado de ser ciencia ficción.
Dos años antes del lanzamiento del Apolo 11, Estados Unidos, la URSS y Reino Unido firmaron el Tratado del Espacio Exterior, en 1967. En ese documento se establece que ningún Estado-nación podrá ser nunca propietario de la Luna. De este tratado participan actualmente 102 países, entre ellos China. Por lo tanto, aunque China por ahora lleve una ventaja evidente en el desarrollo de un programa espacial que en un futuro podría permitir el establecimiento de seres humanos en suelo lunar y la explotación de sus recursos, Juan Manuel de Faramiñán,
“Ha llegado la hora de que el romanticismo cósmico deje paso al pragmatismo terrestre”
catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales de la Universidad de Jaén y miembro de la Junta Directiva del Centro Europeo del Derecho Espacial, explica a AHORA que incumplir el Tratado del Espacio de 1967 “implicaría para China un acto de responsabilidad internacional. Un tratado es un acuerdo internacional equivalente a un contrato en el derecho interno. De todas formas, aunque quiera ir por libre, China no puede escapar de la estructura mundial si desea seguir presente en el conjunto de esa comunidad global”.
Pero ¿qué ocurriría si algún Estado decide liberalizar el sector aeroespacial y la posible explotación de, por ejemplo, el Helio-3 quedara en manos de una entidad privada? El profesor Faramiñán también se manifiesta con claridad ante esta perspectiva: “Los acuerdos están firmados por los estados y por tanto ellos se hacen responsables de lo que ocurra en el espacio ultraterrestre. Si se llegara a liberalizar, cosa que hoy por hoy es ciencia ficción, solo los estados pueden intervenir. No obstante, debo decirle que recientemente el Congreso de Estados Unidos ha aprobado una ley que facilita la explotación de los minerales de los asteroides por parte de compañías privadas, lo que desde mi punto de vista es una flagrante violación de la normativa internacional sobre el espacio ultraterrestre”.
Por si acaso, la Junta Directiva del Instituto Internacional de Derecho Espacial emitió en 2009 una declaración en la que especificaba que “partiendo de la base de que no hay jurisdicción territorial en el espacio exterior o en los cuerpos celestes, los mismos no pueden ser propiedad privada”.
Gordillo cita en su artículo la opinión de Faramiñán en referencia a que una legislación fuerte en materia aeroespacial no tendría por qué suponer necesariamente una cortapisa al avance de la investigación y la ciencia en este campo, pues actualmente todas las investigaciones relativas al espacio exterior “están avaladas por la Comisión para la Utilización del Espacio Ultraterrestre con Fines Pacíficos (COPUOS, por sus siglas en inglés) y las propias Naciones Unidas”.
Como sentencia el profesor Faramiñán en sus declaraciones a este medio: “Tenemos que tender hacia grados de cooperación internacional para no llegar a un deterioro de los recursos naturales de la Luna y otros cuerpos celestes y para que, en última instancia, estos recursos sirvan a toda la humanidad”.