Estrategia independentista: irritar en Madrid y agradar en Cataluña
Los diputados de ERC y DiL utilizan el Congreso como altavoz de sus quejas
Se puede discutir el realismo del enfoque, pero lo cierto es que la práctica de los grupos parlamentarios de ERC y DiL se orienta por este criterio. Como muestra, el discurso del portavoz adjunto de ERC, Gabriel Rufián, en la investidura de Pedro Sánchez: ni una palabra sobre la intención de voto de los diputados republicanos. Y eso que consumió casi el doble del tiempo que tenía atribuido. Cabe que fuera por descuido; de hecho, el discurso fue bastante desmañado en la sintaxis, en la prosodia y también en el contenido, lo que provocó algunas carcajadas entre los diputados. Patinó, además, al definirse como “charnego e independentista”. Charnego tiene en Cataluña una doble acepción: se emplea para el inmigrante de cualquier otro punto de España y también para quien es hijo de padre y madre de territorios distintos. En boca de los nacionalistas catalanes tiene un significado despectivo. Quizás Rufián no lo sepa.
Tradición dialogante
Pero el discurso de Rufián no buscaba hacerle simpático en Madrid sino en Cataluña. El objetivo de ERC en esta legislatura es ya muy otro. Y en eso sí se diferencia de DiL. Francesc Homs sabe que lo que se decida en el Congreso afecta también a Cataluña y actúa en consecuencia. Cuando subió a la tribuna no olvidó que se dirimía el futuro gobierno y que el del PP, en su opinión, había sido nefasto para la convivencia en Cataluña.
Homs recogía una tradición de voluntad dialogante. Su intervención era heredera de las de Jordi Pujol, Miquel Roca, Joaquim Molins, Pere Esteve, Xavier Trias y Josep Antoni Duran i Lleida, capaces de un discurso duro sin necesidad de ofender al adversario y, también, de alcanzar pactos a derecha e izquierda, y nunca mejor dicho.
Homs recogió la tradición de voluntad dialogante de sus antecesores, de Roca a Duran i Lleida
Esquerra tiene una tradición parlamentaria, en lo que al Congreso se refiere, mucho más sinuosa. Empezó con Heribert Barrera, hombre adusto que, sin embargo, se ganó el elogio del presidente del Congreso Fernando Álvarez de Miranda, en la legislatura constituyente (1977-1979) y durante la discusión nada menos que sobre la inclusión o no del término nacionalidades en la Constitución. Le sucedió Francesc Vicens, de voluntad dialogante. Luego ERC, que entonces no se definía como independentista, pagó su apoyo a Jordi Pujol en Cataluña y no obtuvo representación para el Congreso hasta 1993, cuando se abrió una nueva etapa con Pilar Rahola. Llegaba al partido desde lo que se podría definir como “sociedad civil subvencionada”. Había presidido una fundación (Acta) que pretendía ser el embrión de dirigentes nacionalistas y trabajado en TV-3. Y aseguraba que su presencia en Madrid tenía como objetivo hacer pedagogía de que la independencia era posible y hacerlo seduciendo al personal. A muchos periodistas los sedujo: era una mina. No había material que pasara por sus manos que no acabara en las páginas de los diarios. Además, formó parte de la comisión más golosa de la época: la del caso Roldán.
Estilísticamente, Rahola era muy diferente de Rufián. Podía ser dura e incluso descalificante, pero controlaba el lenguaje. Y, sobre todo, no olvidaba que sus enemigos eran la derecha española y también la catalana, que le daba apoyo. En su segunda legislatura en el Congreso (1996-2000) criticó por igual a José María Aznar y al entonces portavoz de CiU, Joaquim Molins, a quien acusó de haber traicionado a Cataluña por haber entregado los votos convergentes a un presidente que calificaba de “involucionista”. Aznar, claro. Una idea que tomó prestada de Miquel Roca quien, en 1994, había asegurado desde la tribuna del Congreso que aquel joven José María Aznar le parecía “preconstitucional, disgregador e insolidario”. Roca podía permitirse los adjetivos porque fue él, precisamente, quien encabezó el mayor esfuerzo de diálogo del nacionalismo catalán con el resto de España: la operación reformista.
Rahola dejó luego ERC, formó junto a Àngel Colom un partido efímero llamado PI (Partit per la Independència) y finalmente recaló en los aledaños de Convergència en general y de Artur Mas en particular, sin llegar, como ha hecho Colom, a convertirse en militante de CDC.
Hacia el tripartito
Los siguientes portavoces de ERC entre 2000 y 2008 fueron primeras espadas del partido: Joan Puigcercós, Carod-Rovira y Joan Ridao. El partido, además, incrementó su presencia en el Congreso. Carod y Ridao tuvieron comportamientos determinados por la presencia de un socialista en el gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, y por su participación, a partir de 2003, en el ejecutivo tripartito catalán.
El triunfo de Mariano Rajoy coincidió con cambios en ERC. El grupo que lideraba Carod era independentista, pero sin perder de vista su carácter social y de izquierdas. La nueva dirección, encabezada por Oriol Junqueras, defendía (como en su día Colom y Rahola) que el independentismo es previo a los aspectos sociales del programa. Convencidos de que su batalla debían darla en Cataluña y de que el PP era abono para su expansión, enviaron a Madrid a un paracaidista que ni siquiera era militante de ERC: Alfred Bosch, novelista con más éxito de público que de crítica, para quien el cargo era un lugar de paso que nunca acabó por tomarse en serio. Hoy vegeta como concejal en el Ayuntamiento de Barcelona. Sus intervenciones en el Congreso retomaron el tono provocador de Rahola pero sin su voluntad seductora. Le acompañaba como segundo Joan Tardà, que se tomaba el trabajo mucho más a pecho. Hoy es el portavoz del partido, pese a que Rufián encabezaba la lista electoral. Tardà tiene clara su misión: vender la voluntad independentista de Cataluña sin posible marcha atrás. Pese a su tono hosco en apariencia, no provoca el rechazo que sí genera Rufián, que parece despreciar a quien le escucha. Tardà es consciente de que nadie va a ir a buscar sus votos, al menos de forma pública, pero no siente que su presencia sea inútil y emplea la tribuna del Congreso como púlpito de su buena nueva.
A las municipales
Bosch hizo un mal cálculo y pensó que podía convertirse en alcalde de Barcelona. Varios de los portavoces de CiU en el Congreso terminaron encabezando la lista de la coalición a la alcaldía de Barcelona: Ramon Trias Fargas, Roca, Molins y Xavier Trias. El último, además, había logrado convertirse en alcalde y todas las encuestas anunciaban que CiU perdería votos a favor de ERC. Era su oportunidad. Su problema fue que se le cruzó Ada Colau en el camino.
Tardà no provoca el mismo rechazo que sí genera Rufián, que parece despreciar a quien le escucha
Homs tiene otros problemas. El primero de ellos, marcar la diferencia con Esquerra. Y hacerlo sin pasar por lo social ni lo económico, ámbitos en los que se acerca y mucho al PP y a Ciudadanos. Aunque formalmente está de paso hacia la desconexión, se esfuerza en mostrar que su trabajo le importa. En sus intervenciones no olvida repetir que prefiere alguien con voluntad de diálogo como Pedro Sánchez al silencio administrativo de Mariano Rajoy. Ya no puede tener el papel determinante que tuvieron sus antecesores, en especial Roca y Duran, pero aspira a que la presencia de DiL en el Congreso sea manifiesta. Hay quien sostiene que porque, en realidad, nunca se sabe las vueltas que da la historia. Convergència es hoy independentista, pero no lo era hace muy pocos años. ¿Quién sabe lo que será en el futuro inmediato?