El último servicio de Rajoy
El habitual empeño de Mariano Rajoy en no hacer nada, en no moverse lo más mínimo, esperando que el paso del tiempo o la responsabilidad de los demás le resuelvan los problemas, vuelve a bloquear la política española. Rajoy llegó el jueves a las consultas con el rey sin haber reunido los apoyos necesarios para la investidura y, por tanto, sin capacidad de garantizar su investidura como presidente de un gobierno en los plazos que serían oportunos para proceder a la aprobación de los presupuestos, ni tampoco del techo de gasto no financiero, que suele fijarse en julio.
Por mucho que el líder del PP se empeñe en centrifugar las culpas, lo cierto es que la mayor responsabilidad, la más ineludible, es la suya, porque como candidato del partido más votado estaba obligado a abrir las negociaciones necesarias para forjar un acuerdo que garantizara su investidura como presidente.
Incluso en el supuesto de que los socialistas, movidos por una responsabilidad de Estado de la que Rajoy ha demostrado carecer, se abstuvieran para que fuera investido presidente su adversario, si el líder del PP no consiguiera el apoyo de otros grupos parlamentarios para sacar adelante los presupuestos quedaría impedido, sin capacidad de maniobra, para gobernar. Porque donde sí parece que coinciden todos los dirigentes del PSOE es en poner el límite precisamente en no dar su aprobación a unos presupuestos que rehusarán reflejar sus propuestas y objetivos económicos y sociales.
La presencia del líder del PP, en vez de servir de catalizador para el acuerdo, opera como un factor bloqueante. Entre otras razones porque ni siquiera se ha molestado en concitar los respaldos necesarios: ha enviado a Ciudadanos, que parecería su aliado natural, un vago resumen de su programa electoral sin precisar en qué estaría dispuesto a ceder o en qué políticas aceptaría modificaciones. Y eso después de ningunear a la formación que lidera Albert Rivera en vez de cortejarla como hizo Pedro Sánchez en la anterior y fallida legislatura.
Esa manera de actuar muestra el convencimiento de Rajoy de que nada necesita negociar porque todo le tendría que venir dado por el simple hecho de ser el candidato del partido más votado, aunque quede fuera de su alcance la mayoría suficiente que requiere la Presidencia del Gobierno. En vez de buscar la suma en torno a un programa de gobierno, se ha encastillado como si los demás le debieran ofrecer sus adhesiones a cambio de nada o cargar con el estigma de impedir un hecho natural, de sentido común, como gusta decir. Probada de nuevo su incapacidad para reunir los apoyos que requiere la investidura y antes de bloquear indefinidamente la situación, este Rajoy declinante debería prestar un último servicio: renunciar y dejar paso a otra persona con más talento para el pacto y menos puntos de tangencia con las corrupciones que por todas partes le cercan. Del “¡Váyase, señor González!” estamos pasando al “¡Deje paso, señor Rajoy!”.