El gran cuarto de las maravillas
2015 es el año europeo del patrimonio industrial y técnico, pero España no se ha dado por enterada
Corazón de serpiente, útero en gestación, hombre clástico. Son asombrosas maquetas didácticas elaboradas con una técnica revolucionaria para 1820: el papel maché. El doctor Auzoux hizo que su nombre pasara a la pequeña historia de la divulgación científica vendiendo modelos ultrarrealistas de animales y plantas a tamaño natural a las escuelas y universidades. Él mismo presentaba esta falsa vida congelada en conferencias y exposiciones universales, gozando de celebridad en su tiempo.
Louis Thomas Jérôme Auzoux murió en 1880 pero dejó a sus criaturas eternas dispersas por toda Europa. Muchas de ellas acabarían en la basura al ser reemplazadas por modelos hechos en plástico o escayola. ¿Para qué, en tiempos de las impresoras 3D, la CGI y la tomografía computerizada necesitamos un cerebro modelado en 1865? La Universidad de Zaragoza, custodia de un centenar de piezas creadas por el doctor Auzoux, es consciente de que no hablamos de objetos obsoletos sino de patrimonio científico-técnico. Este cambio de mentalidad no viene de lejos. Hace solo siete años que esta universidad comenzó la catalogación y difusión de sus colecciones, por lo que muchos investigadores prefieren no pensar en todo lo que se ha perdido para siempre. “Su pervivencia ha dependido de la sensibilidad, vocación y hasta amor de algunos de sus conservadores, conservadores dicho entre comillas, porque muchos de ellos han asumido ese papel por propia voluntad, sin encargo formal y oficial”, admite un buen conocedor del entorno universitario, Alfredo Baratas. Este profesor del departamento de Biología Celular en la Facultad de Ciencias Biológicas de la Universidad Complutense es coautor de la guía El patrimonio de Minerva, un valioso trabajo editado por madri+d que saca a la luz el patrimonio a resguardo en la Comunidad de Madrid.
Las colecciones universitarias y sus pequeños museos, unos de acceso libre y otros no, desconocidos, silenciosos y olvidados en el sótano de las facultades, son las principales guardesas del instrumental antiguo, de las cartas y diarios de los científicos, de retratos, bibliotecas, inventos o hallazgos. La creación, protección y conservación de estas colecciones no ha sido sistemática, “resultado de esta caótica ausencia de programas de conservación” reflexiona Baratas; “la comunidad científica y cultural española ha sufrido considerables pérdidas”, en especial “algunas áreas sin tradición o con un sentido corporativo menos acusado”. “Pero no toda la culpa es achacable al desinterés de la comunidad científica”, advierte, y recuerda que esta tiene otras prioridades. “La desprotección de las colecciones científicas atañe también a las autoridades académicas y políticas en todo rango de administraciones, que han considerado que el patrimonio científico-técnico era más un estorbo que un activo.”
Si imaginamos el patrimonio cultural, tanto material —tocable, acumulable, catalogable— como inmaterial —tradiciones, pensamientos, memorias— como si fuera una vieja pero valiosa moneda sin curso legal, diríamos que su cara es la conservación y su cruz, la divulgación. No hay moneda con una sin la otra. La sociedad no cuida de su herencia cultural si no la recibe. “Solamente si somos capaces de mostrar nuestro patrimonio y evidenciar su papel en la mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos”, asegura Alfredo Baratas, así como “insistir en la ciencia como un elemento generador de riqueza material y la manera más eficiente de afrontar los retos sociales, económicos y culturales”, estaremos en disposición de “colaborar en la formación de una sociedad más culta, más documentada y más libre”. La comunidad científica se comporta, en ocasiones, de manera demasiado abstracta y compleja. “Mostrar cómo han evolucionado los ordenadores desde mediados del siglo XX hasta nuestros días nos permite insistir en la necesidad incesante de nuevas investigaciones sobre física, electrónica o diseño de baterías” pone, como ejemplo cercano, este profesor de Historia de la Ciencia.
El patrimonio es una valiosa moneda sin curso legal, cuya cara es la conservación y la cruz, la divulgación
La nueva sede del Museo Nacional de Ciencia y Tecnología (Muncyt) en Alcobendas (Madrid) es la vieja sede del Cosmocaixa. De abandonado museo científico de una de las entidades bancarias más importantes de este país, a magnífico emplazamiento para la ingente colección del Muncyt. A 600 kilómetros de allí, la lluvia y el viento golpean fuerte contra los cristales de su principal sede en A Coruña, casi delante del mar y camino del Monte San Pedro. Los ancianos de la residencia que tiene enfrente caminan lentamente subiendo la cuesta, ajenos al futuro e incluso al pasado de la ciencia. Hay poco trasiego y mucho silencio, lo habitual en una ciudad pequeña aunque notablemente representada en museos científicos como es la herculina. En las instalaciones de Alcobendas, como potente contraste, el sol deslumbra a las mujeres empleadas que expenden las entradas a la larga cola de visitantes donde hay de todo: grupos escolares, familias, parejas adolescentes y adultas. En A Coruña se muestran los objetos de manera más clásica y fría. En Madrid, la herencia del Cosmocaixa, unida a la palpable intención neomuseística, el recorrido es más disfrutable e interactivo.
En el recibidor de este Muncyt del norte de Madrid hay dos citas que saludan a todo el que entra. No son una frase brillante de Einstein y un aforismo de Ramón y Cajal: se trata de dos gigantescos textos legales. El artículo 44 de la Constitución Española y el artículo 38 de la Ley 14/2011 de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación. Estas pancartas no son solo un marco, son una advertencia. “Las Administraciones Públicas fomentarán las actividades conducentes a la mejora de la cultura científica y tecnológica de la sociedad a través de la educación, la formación y la divulgación” dice la ley. Leído mientras se espera pacientemente el turno, la entonación no puede ser otra que la que pondría Marián del Egido, directora de la institución desde hace poco más de un año.
Del Egido vive a caballo entre A Coruña y Madrid. Esta licenciada en Ciencias Físicas es además la experta en conservación del patrimonio que coordinó el Proyecto Científico de Altamira que hizo posible la reapertura de la cueva para un número controlado de visitantes. Cuando tomó posesión de su cargo como directora de la institución pública llamada a liderar el fomento de la cultura científica y la divulgación en España, lo primero que dijo fue que convertiría al Muncyt en referente de la conservación del patrimonio. Estaba todo por hacer. El museo había nacido en 1980 sin sede ni colección y hasta 2012 no se encontró una localización moderna y estable en la ciudad gallega, en el edificio construido para un centro de las artes que nunca llegó a existir.
“Antes de 1980 la preservación de los objetos musealizables del patrimonio científico-tecnológico no tenía un sitio al que pudiera destinarse ese trabajo”, recuerda Marián Del Egido. “A diferencia de otros museos, la ciencia no gozó, como sucedía en los países de nuestro entorno, de un reconocimiento hasta tiempos mucho más modernos.” Eso no quiere decir que se le conceda la misma importancia al patrimonio científico que, por poner un ejemplo, al arqueológico. “Ni siquiera en países muy industriales, muy desarrollados tecnológicamente o con mucha valoración de la ciencia se puede decir que ante una pintura de la escuela flamenca se sienta el mismo reconocimiento cultural que ante una pieza de un instrumento científico del siglo XVI. Aun siendo coetáneos, una pintura flamenca siempre va a ser más importante que una ballestilla del XVI. Sucede en todos los países. No obstante, sí es cierto que en España tenemos que mejorar. Aquí el museo nacional se ha abierto muy tarde.”
Conservar y catalogar
Este retraso ha provocado que, como admite la directora, “hayamos perdido una parte muy importante” del patrimonio. “Algunas instituciones, con mucha vocación, lo han mantenido, pero otras instituciones científicas y educativas, dando prioridad a sus objetivos primordiales, han tenido que desecharlos para ir actualizando sus laboratorios. Esto hace que haya piezas que no se han conservado; por eso es tan importante el Muncyt, para continuar con esa labor de recuperación y para trabajar en la valorización social, porque la gente no conoce nuestro patrimonio.” Ese desconocimiento es lo que, para la directora, justifica un museo con varias sedes. “Tenemos que hacerlo accesible al público, lo más posible, para que la gente lo reconozca como algo importante en la historia y en su vida cotidiana.”
Y no se va a quedar en dos. Como proyecto para este 2015 se encuentra la apertura del almacén que el museo tiene en Delicias (Madrid). “Queremos que el público, mediante cita previa, tenga oportunidad de acceder a las colecciones y conocer cómo las cuidamos. Ver ese trabajo oscuro que no se aprecia en las exposiciones pero que para nosotros es enormemente relevante porque es el corazón de nuestras colecciones”, explica Del Egido. De las 18.000 piezas que custodia el Muncyt, 600 se exponen en A Coruña, 550 en Alcobendas y 150 en ventanas que el museo abre en otros centros.
Todos estos miles de objetos proceden de la física, del hogar, de la biología, de la industria, de la informática, de la alquimia, de la astronomía, de la medicina. Por citar algunos ejemplos: un ZX Spectrum, una retorta tubulada, una locomóvil, una moto Bultaco, un microscopio del siglo XVIII, un tellerium para representar los movimientos de la Tierra, la Luna y el Sol. Algunos llegan donados de institutos de secundaria, como el San Isidro de Madrid, o de la Real Academia de Matemáticas. Otros, de colecciones privadas. Sobre cómo ha llegado a los habitantes del siglo XXI la historia de la ciencia es puro azar, por no aludir al milagro. “Cuando, en el pasado, algunas empresas de capital público fueron privatizadas, establecieron fundaciones o entidades sin ánimo de lucro que acopiaron y difunden buena parte del patrimonio científico-tecnológico de la entidad”, explica Alfredo Baratas.
En Europa y EE.UU. el apoyo de las entidades privadas a museos y universidades es una constante
Ese sería, por ejemplo, el caso de la Fundación Telefónica o la Fundación Endesa. “Hay, también, algunas iniciativas de sociedades privadas que han sido conscientes de su significación histórica y han sido cuidadosas con su legado. Otras han hecho de ese énfasis en la conservación y difusión científica el mascarón de proa de su acción social, pero me temo que estamos lejos de que esa sea una práctica habitual en el sector privado español”, admite, con cierto desaliento. “Hay algunas notables excepciones, pero también algunas notables ausencias. Por ejemplo, somos una potencia en la fabricación de coches, bien es cierto que para multinacionales extranjeras, pero no disponemos de grandes museos o iniciativas de difusión de la industria automovilística. No tenemos museos como el de Mercedes Benz en Alemania o los diversos museos de automóviles y motocicletas que abundan en Italia. El magnífico Museo de Historia de la Automoción de Salamanca es un oasis modesto en un país que se vanagloria de ser una potencia en este sector.”
El cuidado del patrimonio
La propia web de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), gestora del Muncyt, no recoge entre sus cinco objetivos principales la conservación del patrimonio. Para la directora del museo esta ausencia se debe más a un fallo en la creación de la web, cuya redacción podría haberse basado en documentos antiguos o fundacionales, que en una ausencia de preocupación
real a día de hoy. Lo prueba la apertura de la sede de Alcobendas y el aumento del número de instrumentos y maquinaria catalogados como BIC en los últimos años, que ha crecido desde los 73 del año 2009 hasta los 397 de 2013, según el Anuario de Estadísticas Culturales del Ministerio de Cultura. Aunque, por otro lado, la inversión no crece proporcionalmente. 323 fueron los estudios científicos para la conservación realizados en 2009 y 292 los que se hicieron en 2013.
Confiar el cuidado del patrimonio científico al sector privado o a la colaboración público-privada es una de las posibilidades. “A riesgo de ser excesivamente tajante diría que en el sector público puede haber sensibilidad, pero hay poca capacidad operativa”, analiza el profesor Baratas. “En el privado, donde la capacidad operativa sería mayor, hay poca sensibilidad. En Europa y en Estados Unidos la participación de las entidades privadas en apoyo a museos y universidades es una constante. La National Gallery de Londres cuenta con una Sainsbury Wing, un ala erigida por el propietario de la cadena de alimentación británica. El Science Museum de Londres tiene su Wellcome Collection”, creada por Sir Henry Wellcome en 1936 para explorar las conexiones entre la medicina, la vida y el arte en el pasado, presente y futuro. “¿Dónde están los museos españoles de electricidad, de obras públicas, de aviación…?”, se pregunta Baratas. “Seguro que faltan los mecanismos legislativos para fomentar esa responsabilidad social de las empresas, pero ¿existe voluntad por su parte para hacer arraigar iniciativas de esas características? Temo que no. Por tanto, sin esa voluntad no hay mecanismo de coordinación posible.”