El domingo estarán en nuestras manos
Las elecciones generales del domingo, segunda convocatoria en poco más de seis meses, constituyen un hecho inédito que, sin quebrar la normalidad constitucional, refleja el fracaso de los partidos políticos para alcanzar el acuerdo de investidura a favor de un candidato a la Presidencia del Gobierno. Resultados como los ofrecidos por las urnas el 20 de diciembre eran sorprendentes en España pero habituales en países de nuestro entorno que tienen aprendido cómo administrarlos con pactos diversos. La responsabilidad del fracaso debe atribuirse en diferente proporción a los participantes porque el líder del Partido Socialista, Pedro Sánchez, aceptó el encargo del rey e hizo el intento al que se sumó Albert Rivera, de Ciudadanos, mientras que Rajoy, al frente del marianismo pepero, e Iglesias lo bloquearon. La estrategia de estos dos últimos —polariza que algo queda— había caracterizado la campaña del 20-D y siguió impregnando los cuatro meses de aparentes negociaciones para investir a un presidente. La historia niega muchas veces retribución alguna a los buenos comportamientos y en este caso, si acertaran los pronósticos de las encuestas, quienes intentaron cumplir recibirían castigo y quienes rehusaron hacerlo, recompensa. De modo que el buen sentido y la moderación del PSOE y Ciudadanos habrían ido perdiendo expectativas a salvo de lo que confirmen o desmientan las urnas. Premiar la desidia de Rajoy y el tacticismo de Iglesias diría muy poco de la condición cívica de los electores, daría la impresión de que convalidan los abusos del primero y de que son incapaces de exigir ideas claras y distintas al segundo. Sentaría un precedente dañino para el panorama que muy probablemente presentará la democracia española: el de la necesidad de entendimientos y de pactos, muchas veces con aliados heterogéneos.
Esta es la hora de la responsabilidad después de los últimos meses en que los partidos han presentado sus programas, han explicado las medidas de toda índole que aplicarían si gobernaran y se han insultado hasta la extenuación, dentro y fuera de los platós televisivos que han absorbido la mayor parte la campaña. Los electores, el respetable público de antes, hubieran merecido un debate de mayor altura, pero les llega la hora de elegir, sin miedos y con inteligencia sintiente la papeleta con la candidatura que prefieran, conscientes de los problemas que quedaron pendientes de la décima legislatura, que se han agravado en el breve paréntesis de la undécima. Saben las líneas en que se inscriben los partidos, a pesar del talento camaleónico de alguno que es innecesario señalar para transformarse en lo contrario de lo que proclamaba ser la víspera. Queda a la vista la acción de gobierno de cada uno de ellos en los ámbitos en los que han tenido poder de decisión. Esta debería ser la última vuelta de un ciclo electoral que se ha alargado innecesariamente. Su resultado tendría que facilitar los pactos. Por un día van a estar en nuestras manos y en nuestras papeletas. Que ustedes lo voten bien.